Llegué a casa muy tarde o muy temprano, depende de cuál sea tu percepción para las cinco de la madrugada.
Estaba muy cansada, trabajar en turno de noche en un bar no era nada fácil pues tenías que dormir por la tarde y trabajar por la noche, combatiendo los síntomas del sueño a base de cafés en mi caso, de Red Bulls en el de mi compañera de trabajo.
Dejé las llaves encima de la encimera después de haber cerrado la puerta, dándome cuenta de que no estaba sola porque había una chaqueta de cuero colgada en el perchero.
Sonreí y oculté mi rostro entre el tejido de la prenda, aspirando su perfume a hombre y asfalto, a gasolina y a rebeldía... el perfume de Charlie.
—Baby —oí su voz gutural llamándome desde el pasillo.
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Me volteé para ver cómo sostenía una taza de café caliente, la cuál había preparado para mí. Sin embargo, no fue por eso por lo que me relamí los labios sino porque tan sólo llevaba unos pantalones grises de algodón.
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Las líneas en forma de flecha se reflejaban en su perfecto torso gracias a la luz plateada de mas farolas del exterior, sus ojos azules como zafiros brillando en medio de la oscuridad.
Creo que supo de inmediato lo que iba a pasar porque antes de que me abalanzara sobre él, dejó la taza humeante sobre uno de los muebles.
Mis piernas envolvieron sus caderas y mis brazos rodearon su cuello al mismo tiempo que Charlie sostuvo todo mi peso con sus extremidades superiores, tirando de mí contra él para entonces tomar mis labios con su boca, una boca que siempre estaba cálida, que siempre me recibía con una dulzura salvaje que era posible porque él era un buen hombre y a la vez un hijo del grupo Anarchy (una banda de motoristas).
Mi mente se nubló por completo. Tan sólo lo quería a él.
—Charlie... Charlie —gemí entre sus labios desesperadamente mientras él caminaba hacia mi habitación intentando no llevarse nada por delante.