Capítulo 22 - REMORDIMIENTOS

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...Al amanecer...

-¿Cómo está mi hija?- se escuchó en el pasillo de la clínica una voz ronca y profunda que resonó.

-¿Ahora es "tu" hija?- contestó Airlia con sequedad y mirándolo de reojo sin levantarse de la incómoda silla.

-Buenos Días señor Makridis, supongo- estirando la mano para saludar pronunció el joven –Mi nombre es Leonzio Ferrara, soy chef en el hotel Passione y...-

-Sé quién eres, no creas que porque estoy lejos de Adara no sé de su vida- contestó cortante y seco -¿Dónde y cómo está?- pronunció antes de toser sobre un pañuelo que llevaba en su mano derecha mientras que la izquierda sostenía un bastón de fina madera lustrada.

-Buenos Días Cosmo- pronunció Paul mientras salía de otra sala–Ella se encuentra dormida, está estable y evolucionando pero muy débil, perdió demasiada sangre, según dijeron los médicos debieron realizarle varias transfusiones-

-Vamos a desayunar Paul- dijo Airlia tomándolo del brazo -Luego de donar sangre debes reponer energías-

Leo pensó que podía cortar el aire con su cuchillo preferido de lo denso que estaba el ambiente, sin embargo no volvió a abrir la boca, sólo se sentó al lado de la puerta de la habitación.

Con pasos cortos pero firmes y sin dejar que su asistente personal, que venía unos pasos más atrás, lo ayudara; Cosmo Makridis ingresó a la habitación.

Su respiración era agitada y al notar que su mano le temblaba, la ocultó tomándola con la otra. No permitiría que lo vieran más frágil de lo que ya se percibía por esa maldita enfermedad que lo avejentaba años en pocos meses.

Luego de entrar, cerró la puerta tras de sí, dando a entender que estaría solo con su hija.

Sin pronunciar palabra, se sentó en la silla que se encontraba junto a la cama.

Observó cada cosa dentro de esa insulsa y blanca habitación; el insistente y molesto sonido de los aparatos que su luciérnaga tenía alrededor le hizo sentir mal humor.

Luego de soltar un profundo suspiro, dudó por varios minutos antes de tomar la mano de esa chica entre las suyas.

Sin desearlo ni poder impedirlo, un par de lágrimas rodaron por sus avejentadas mejillas lo que provocó que cerrara sus ojos y sujetara con mayor fuerza esa pequeña mano sin color ni fuerza a la que hacía demasiado tiempo que no tocaba.

No la veía hacía mucho por terquedad y por cobardía... sí, cobardía por no querer verse frágil ante los demás, porque demostrar los sentimientos era eso, síntoma de debilidad; sin embargo, ahora todo se le arruinaba al ver a esa mujer a la que toda la vida empujó para que fuese fuerte, no porque no la creyera capaz, todo lo contrario, sabía que era tan, o mejor dicho, más fuerte que su madre, incluso más que él mismo... pero en ese momento verla tan frágil, conectada a esas odiosas máquinas y sin color en su hermoso rostro provocaba que admitiera para sí mismo que había perdido demasiados años.

Sabía que su hijo Basil no era ni sería nunca como su hermana, él era rebelde y errante, a él le había permitido y justificado todo, él sí llevaba su sangre.

Sin embargo, esa niña al igual que él, era un ave fénix que a pesar de las circunstancias resurgía de sus cenizas, cada vez más fuerte, hermosa e imponente que la anterior.

Esa joven no tenía la culpa de haber venido al mundo, tampoco de su origen, ni de la historia de sus padres.

Esa niña de ojos miel igual de hipnotizantes que los de su madre con su sonrisa cálida y su dulce voz, había logrado que a pesar de todos sus esfuerzos por odiarla, terminara queriéndola como si fuera realmente salida de él.

Y ahora, de nuevo con el temor de perderla físicamente.

Debía admitir que había sido un terco, cerrado y hasta obtuso griego que desaprovechó más de treinta años de relación con Adara, porque nunca le demostró algo de afecto, jamás le brindó un abrazo, mucho menos un cálido beso, ni siquiera una felicitación cuando progresaba en algo... y ahora, ahora si no la perdía de una forma, la perdería de otra; porque tarde o temprano sabría de sus orígenes y tal vez llegara a odiarlo, o peor aún, a ignorarlo completamente sin remordimientos gracias al trato que había recibido de él durante toda su vida.

Divagando en sus pensamientos y con la mirada fija en las manos sostenidas, perdió la línea del tiempo y no supo si pasaron minutos u horas.

-¿Pa...papá?- apenas se escuchó un débil voz.

El hombre que había pasado los sesenta años se incorporó de pronto y su rostro se iluminó, mostrándole a esa mujer por primera vez una enorme sonrisa de felicidad.

-¡Luciérnaga despertaste!- acariciando el pequeño y pálido rostro con sus arrugadas manos.

Buscó el botón al lado de la cama y lo apretó tantas veces como pudo.

-¿Don... donde estoy...?- tosiendo y queriendo incorporarse lo que produjo un gemido de dolor -¿Qué haces... aquí?-

-Quédate quieta por favor, no vaya a abrirse la herida- tomándola por los hombros y recostándola con la poca fuerza que tenía.

Dos médicos y un par de enfermeras abrieron la puerta con brusquedad pero al ver la escena se relajaron.

Airlia, Paul y Leo entraron por detrás para correr al lado de la paciente.

-¡Mi niña! Qué alegría que estés despierta- sollozando decía su madre mientras acariciaba sus piernas por encima de las sábanas.

-¡Por Dios Ada! No sabes lo asustado que estaba- al mismo tiempo el chef se arrodillaba a su lado y la abrazaba con suavidad.

Paul sólo sonreía con los ojos cristalinos.

-Entiendo la alegría, pero por favor todos afuera ahora mismo- dijo con autoridad y fuerza uno de los doctores.

-Soy su madre, me quedaré- sentenció.

-Dije todo el mundo afuera, debemos revisarla y hay demasiada gente- abriendo sus brazos y comenzando a caminar para hacer retroceder al resto.

-Pero...-

-Nada de peros señor Makridis, o salen por las buenas o llamo a seguridad, nuestra prioridad es la paciente, ustedes pueden esperar a que nos aseguremos que todo esté bien- con las cuatro personas ya fuera de la habitación y cerrando al terminar de hablar.

-¡Hablaré con el director de este lugar! ¡¿Acaso no saben quién soy?!- moviendo en el aire el brilloso bastón antes de comenzar a toser y tener que taparse otra vez la boca con su pañuelo.

-¿Acaso eres el Papa que todo mundo debe conocerte?- en tono de burla preguntó Airlia antes de sentarse en una de las sillas del corredor.

-Por favor ya basta a ambos, no es momento de pelear, debemos estar tranquilos y esperar que terminen de atenderla- la voz de la razón llamada Paul se escuchó.

Leonzio sólo se mantenía callado con la espalda pegada a la pared situada frente a la puerta, con sus ojos fijos en el picaporte y conteniendo el aire; el miedo de perderla estaba tan presente como el primer instante donde escuchó ese maldito ruido y vio la sangre correr.

Llegaron Mateo con Elora y el resto le relató lo ocurrido, lo que produjo que la joven saltara y gritara de alegría, por lo cual fue reprendida por el personal del lugar.

Pasó casi media hora antes de que la puerta de la habitación volviera a abrirse.

-Bien- dijo el médico a cargo -La señorita Makridis, dentro de todo lo ocurrido, está evolucionando favorablemente... ahora debe descansar, le dimos calmantes, pero no como para dormirla ya que queremos vigilarla mejor- explicó con calma.

Todos sonrieron y respiraron agradeciendo a los doctores, a los cielos y todos los Dioses por la suerte.

HOTEL PASSIONE - LA JEFADonde viven las historias. Descúbrelo ahora