ⅩⅩⅩ | Susurros Del Corazón

78 7 23
                                    

Evelyn reía con Eleanor en el elevador. Acababan de salir de la clase de Química con el Principal Conway y la Michell no podía evitar reírse de cómo Ian había agregado mal los ingredientes para crear una bomba de humo y la mezcla le explotó en la cara, causándole tantos celos a Charlie al verlo bañado en colores que también saboteo su mezcla, y de que jamás olvidaría la expresión de horror de Ian al creer que ambos morirían.

Eleanor la escuchaba con una sonrisa de oreja a oreja bajándose del ascensor y deteniéndose en medio de la sala al verla dirigirse a su habitación.

—¡Hablamos luego, El!

—Hasta la noche, Eve.

En el momento que Evelyn entró en su cuarto y el mecanismo de la puerta reveló que había sido completamente cerrado, su vivaz y alegre rostro se transformó en uno lleno de malestar y culpa luego de que su sonrisa se esfumará y un quejido quedará atrapado en su garganta, obligandose a sí misma a tomar aire y dejar de temblar.

Para cuando sus dedos soltaron la manilla y su espalda cerró la puerta de su habitación, una lágrima recorrió su mejilla antes de que su respiración se rompiera y cayera desplomada en el suelo.

El sonido de su llanto era tan doloroso y desgarrante que para cualquiera sería insoportable, pues sentía que se estaba ahogando y nadie se percataba de ello.

No era como si su objetivo fuera que sintieran lástima por ella. Escuchar las palabras de Deven en el testeo la llevaron a jurarse a sí misma que no volvería a demostrarle a nadie lo que sentía, ni siquiera a los otros herederos, por lo que siempre tenía una máscara puesta que se encargaba de mostrar una sonrisa perfecta para ocultar como su verdadero ser se caía a pedazos. Aunque no podía soportarlo más. La máscara le pesaba tanto que ni su mente o su cuerpo podían soportarlo otro segundo.

—Eres patética.

Una hostil voz detuvo su llanto y, asustada, sacó su rostro de entre sus manos y vió como el hombre que le habló, de pie en medio de su habitación, le hacía una mueca.

—¿No me pudo tocar un recluta menos lamentable?

—¡Principal Rogers! —exclamó Eleanor, tambaleándose al intentar ponerse de pie y arreglar su destruida apariencia.

—No me hagas reír —bufó el Principal—. Que acomodes tu cabello o me ocultes tus lágrimas no disminuirá la penosa imagen que tengo sobre ti.

Eleanor se mordió un labio y agachó su cabeza.

—¿Qué hace usted aquí? —preguntó, casi en un susurro— No es mi intención incomodarlo, Principal Rogers, pero no debíamos vernos hasta mañana después del-

—No me digas que estás así por un chico. Espero que sea algo más importante que eso. Por favor, dime que no eres de esas niñatas —la interrumpió el hombre y ella negó—. ¿Por una chica?

Eleanor volvió a negar y el Principal arqueó una ceja.

—¿Por qué lloras entonces?

—Le parecerá penoso...

—Ya me pareces así.

A Eleanor se le atascaron las palabras. Lo tosco que era el Principal Rogers la intimidaba tanto que ni siquiera quería verlo a la cara.

Si pensaba algo, no dudaría en decirlo en voz alta, sin importarle si hería sus sentimientos en el proceso.

—¿Y bien? ¿Harás que siga perdiendo el tiempo o por fin abrirás la boca? —espetó—. Créeme, niña. Llevo todos mis años de servicio conociendo a miseros inservibles. He escuchado de todo. Tus problemas no me impresionaran o siquiera serán algo tan importante como crees. Así que te ordeno que me contestes: ¿por qué estás llorando?

El Destino de los CondenadosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora