II

377 37 188
                                    




CAPÍTULO 2

—¡Soltad anclas!

El fuerte grito grave de alguien de la tripulación de los Diamantinos me despierta de mi pesado sueño. No tengo ni idea de cuánto tiempo he dormido, pero al mirar por la pequeña ventana no puedo ver nada, solo oscuridad.

—Hasta que por fin despierta—Eira se acerca a mí con mi vestido entre sus brazos—. No sé qué la impulsó a tirarse al agua desnuda con él, pero espero que fuera por algo importante.

Mantengo la boca cerrada. Si le digo que no sé porque lo hice, lo más seguro es que me eche el sermón del año.

—Gracias, Eira—suspiro incorporándome y colocándome el vestido beige por encima de la cabeza. El pelo se me ha secado y rizado, así que me lo recojo en una coleta que anudo con un lazo blanco para que no me moleste—. ¿Cuánto he dormido?

Mi mejor amiga me pone las botas de cuero al lado y me las pongo con cansancio.

—Diez horas—responde sentándose en la cama frente a la mía—. Algo me dice que las necesitaba, capitán.

Razón no le falta. Hace días que no pego ojo dándole vueltas al coco sobre mis próximos movimientos. Sin embargo, mis planes han cambiado drásticamente por culpa de un atractivo capitán con una maldita propuesta que en el fondo me ayudará más de lo que creía.

—¿Hemos embarcado?—le pregunto intrigada.

—Sí—me echa un rápido vistazo de pies a cabeza para comprobar que estoy bien—. En las montañas de la soledad.

Me tenso y mis dedos se agarran a la manta de pelo de ciervo que me ha cubierto todo el tiempo.

—¿En la cueva?—inquiero.

—La misma—susurra Eira—. Lo lamento, pero Eilán estaba convencido y no pude pararle.

—Tranquila—le dedico una media sonrisa—. Si vamos acompañadas, nada pasará.

Eira me sonríe de vuelta y las dos subimos las escaleras de madera húmeda para salir a la cubierta. Me sorprende ver la luz tan fuerte que alumbra la superficie del barco. Las llamas de las velas vibran por el viento, y logro darme cuenta de que las están cubriendo para evitar que se apaguen.

Lo primero que veo es la espalda desnuda de alguien a quien ya conozco. Tiene cicatrices en cada centímetro de su piel, me pregunto cuál será la causa. Está señalando a todas partes, dando órdenes con gracia y burla para hacer el trabajo de su tripulación mucho más ameno. Algunos bromean y otros gruñen ante las bromas del capitán.

—¡Capitán!—grita uno de sus tripulantes mirándome. Me sorprende, pero intento sonreírle amable—. ¿Cómo se encuentra?

Desde el primer momento pensé que toda la tripulación de los Diamantinos me odiaría, pero su ánimo y sonrisa parecen realmente sinceros.

—Mucho mejor—respondo animada—. Gracias por su preocupación.

Eilán se da la vuelta para mirarme cuando me escucha hablar. Desde que lo conozco, adivino que tiene la maldita manía de ir por ahí con la camisa abierta o directamente sin ella. Recojo el valor que me queda para no apartar mis ojos esmeralda de los suyos negros.

Me escudriña con la mirada pero no dice nada. Intenta leerme y saber que estoy pensando o sintiendo, pero parece en vano porque aprieta la mandíbula consiguiendo que se vea mucho más atractivo.

Abre la boca para decir algo, pero una vocecita aguda lo interrumpe.

Ciro corre hacia mis brazos y lo abrazo sin dudarlo levantándolo en volandas. Escucho como mi hermano se ríe en mi oído y se agarra a mis hombros para evitar caerse.

El pirata oscuro {Libro 1}Donde viven las historias. Descúbrelo ahora