III

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CAPÍTULO 3

—¿Sabe que la Valeriana es buena para conciliar el sueño?—le pregunta Zigor a Eira.

Escucho que mi mejor amiga suelta un bufido y da un pisotón. Rompe algunas ramas y hojas  que crujen debido a la fuerza.

—Como no alejéis a este payaso charlatán de mi lado os juro que lo mato—amenaza entre dientes.

Yo tengo que reprimir una risa al ver a mi amiga de los nervios. Eilán, por otro lado, hace un ademán restándole importancia.

—Eso queremos, que lo mates.

—Eilán—vuelvo a regañarlo por décima vez en un par de horas que llevamos caminando—. Zigor, ven conmigo y Ciro.

Zigor me hace caso a la primera y sin rechistar. A veces me da por pensar que aunque esté metido en el cuerpo de un hombre de más de veinte años, su edad mental es como la de mi hermano pequeño. La otra mitad de las veces comprendo que no es así. Sus comentarios sensuales hacia mí me demuestran que sabe muy bien de lo que habla.

—¿Las plantas ayudan a dormir?—inquiere mi hermano curioso—¿Cómo lo hacéis?

El rubio parece sorprendido por la pregunta de mi hermano. Empieza a explicarle que el agua es el mejor líquido natural para los antídotos, pero a veces se necesita savia de las ramas o algún otro mejunje que desconozco. Me alivia ver que está entretenido y Ciro se mantiene totalmente atento a lo que él le explica. Quizá pueda aprender algo de él, nos serviría en un futuro.

Apresuro el paso y me acerco a Eilán. Se ha puesto el primero en la fila, para guiarnos a todos y según él, proteger a su tripulación. Me inquieta que no lleve ningún mapa o brújula que pueda servirle de ayuda, pero parece muy seguro por cada paso que da.

—¿Vamos por buen camino, capitán? —inquiero con un tono de burla.

Eilán rehuye mi mirada en todo momento. Se fija en los árboles, las hojas, el barro que pisamos e incluso los pequeños insectos que se acercan a nosotros. Me da la sensación de que él ya ha estado aquí más de una vez y conoce el camino, pero aún así va demasiado concentrado para saberse de memoria la ruta. Y, admito que no puedo quejarme, porque nunca he pisado estas tierras.

—El camino ha vuelto a cambiar—gruñe en voz baja—. No sé dónde nos llevará el nuevo sendero, pero creo que puedo controlarlo.

Hundo el ceño.

—¿Cómo?

—¿No lo sabías? —me mira, pero se da cuenta y vuelve apartar la mirada. No sé qué demonios le pasa—. El sendero de la Montaña de la Soledad cambia cada tres horas. Puedes perderte y acabar muerto si escoges el camino equivocado. Incluso si coges el correcto, corres el riesgo de morir.

—¿Tenemos que estar más atentos? —le pregunto inquieta.

—Tenemos que estar más callados—responde cortante. Se refiere a Zigor, todos lo saben—. No quiero que las bestias nos encuentren. No estamos preparados para pelear con ellos.

—Los Huigis... —dejo caer el nombre de las bestias en un susurro casi sin aliento—. ¿También están aquí? Creía que solo se encontraban en la Isla del Aire Helado.

—Aquí hay pocos, pero aún quedan y son más fuertes de lo que imaginamos.

—Somos muchos.

—La fuerza de diez de mis hombres es menor que su ferocidad, encanto—ladea una sonrisa que me pone el vello de punta—. No puedes confiarte cuando aún no hemos salido de aquí.

El pirata oscuro {Libro 1}Donde viven las historias. Descúbrelo ahora