XX

105 24 159
                                    




CAPÍTULO 20

Eilán

—Quiero verla.

El hombre del cual desconozco su nombre, se mantiene firme delante de mí. Se pasa los dedos por su maldito y revoltoso flequillo oscuro y se vuelve a cruzar de brazos soltando un suspiro. Que esté cansado de mí no me importa, veré a Amarilis por las buenas o por las malas.

—Lo lamento, pero no quiere ver a nadie. —me repite, por décima vez.

—No te he preguntado si quiere verme—le aclaro, de nuevo—. Te he dicho que quiero verla.

—Capitán—suspira sacudiendo la cabeza—, déjame decirle, por mucho que le moleste, que la última persona a la que quiere ver es a ti. Además, no deberías estar aquí. Si el rey te ve, querrá cortarte la cabeza.

En cambio, me quedo en mi lugar. Me da igual el rey, me da igual la reina y me da igual todo lo que tenga que ver con la maldita realeza. Necesito ver a Amarilis. Ahora mismo.

—No me hagas rogarte—murmuro—. Sería un golpe duro para mi ego.

—No va a funcionar, pero sería divertido verte así—se encoge de hombros—. Vamos, capitán. Lárgate a tu nuevo hogar. Ahora mismo eres libre, no des más razones para que tengan que volver a encerrarte.

Sacudo la cabeza.

—No me moveré de aquí.

El hombre frente a mí cierra los ojos armándose de paciencia y abre la boca para decirme algo más, pero la puerta tras él se abre con rapidez y tanto él como yo damos un paso hacia atrás algo sobresaltados.

Es Amarilis quien sale de sus aposentos, con la cabeza alta, un vestido blanco ceñido a su cuerpo y largo hasta arrastrar por el suelo. Se ha recogido el pelo en una larga trenza que le cae por delante del hombro, lleno de pequeñas margaritas blancas y los labios pintados de un rojo fuerte que me atraen a besarla.

—¿Qué haces aquí?

Se dirige a mí con tanta repulsión y frialdad que siento el ambiente pesado.

—Quiero hablar contigo.

—Tengo cosas que hacer—su mirada está vacía, no tiene nada más que odio y temor—. Vámonos, Faddie.

El hombre le hace caso con un asentimiento de cabeza y se acerca a ella para extender el brazo y que Amarilis lo entrelace.

—Es importante—insisto siguiéndolos—. Por favor, Amarilis.

Ella frena en seco por fin. Se gira para mirarme con tanta autoridad que empiezo a pensar que tengo que bajar la cabeza cada vez que me mire o se dirija a mí.

—Que sea rápido—vuelve a dirigirse a sus aposentos—. ¿Puedes vigilar la puerta, Faddie?

—Por supuesto.

Abre la puerta y no espera a que pase. Me adelanto para llegar hacia ella y cerrarla a mi espalda. Amarilis cruza la habitación para salir al balcón y me doy prisa en seguirla. admirando su magnífica figura. Puedo ver que Amarilis apoya las manos en la baranda de piedra y si no fuera por la incómoda y complicada situación, me pararía a contar los lunares de su pálida espalda.

—Suéltalo antes de que te eche a patadas.

Trago saliva y reúno el valor para terminar de acercarme a ella y ponerme a su lado. Le dejo algo de espacio, no quiero que se sienta agobiada, pero no ayuda que quiera tenerla lo más cerca posible.

—Tenemos que hablar de lo que sucedió hace un par de días—suelto de golpe—. Necesitamos hablar de ello.

Su vista está perdida en la maravillosa vista que tenemos desde aquí, pero sé que no se concentra en nada en especial, sino que está pensando. Nunca logro adivinar en qué piensa porque siempre se ha escondido en sí misma cuando se trata de sentimientos.

El pirata oscuro {Libro 1}Donde viven las historias. Descúbrelo ahora