IX

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CAPÍTULO 9

—Quizá me equivocaba al decir que eras alguien cobarde, Zigor—el capitán se acerca amenazante al rey frente a nosotros—. Has venido aquí sabiendo que tu vida está en peligro.

Zigor esboza una sonrisa que me hace removerme incómoda.

Detrás de él, no es el barco de los Diamantinos el que corre peligro, sino uno de mercancía nocturna. Una vez Zigor ha conseguido toda la fuerza que necesitaba para entrar en la barrera maldita, ha decidido que sus habitantes convivan una semana sin ningún tipo de alimento que el barco les traía.

—Yo no estaría tan seguro de eso, capitán—camina con las manos metidas en los bolsillos de su pantalón—. He venido aquí a recoger algo que me pertenece.

Eilán desenfunda alza la espada que ha cogido de su camarote y avanza hacia él un par de pasos. De nuevo, el gran poder que Zigor ejerce sobre mí me impide decirle que si quiere conservar su vida será mejor que no se mueva.

El rey borra la sonrisa de golpe cuando Eilán le lanza una estocada. Extiende la mano con los dedos estirados hacia el capitán y empieza a cerrarla con fuerza. De repente, el capitán se queda sin aire. Doy un par de pasos hacia él cuando se sujeta el cuello y cae desesperado al suelo.

—Quieta—ahora extiende una mano hacia mí—. No se te ocurra acercarte a él. Eres mía, Amarilis. Ahora me perteneces.

—Juraste que no lo matarías—trago saliva—. Me prometiste que si hacía lo que querías no le tocarías un solo pelo a ninguno de los que me rodean.

—¿No crees que le has cogido demasiado cariño a todos? —ladea la cabeza, cerrando aún más el puño con el que ahoga a Eilán desde la distancia—. Tú me prometiste seguir el plan a rajatabla y aún así no lo has hecho. Dónde las dan, las toman, mi querida ninfa.

—No he hecho nada mal—gruño en un murmuro—. Déjalo libre y llévame de una vez donde quieras que vayamos. No volveré a verlo si así lo deseas, pero no lo mates.

Zigor me mira durante unos segundos que se me hacen interminables. Finalmente, cuando noto que me escuecen los ojos, el rey baja el brazo de golpe y Eilán coge una bocanada de aire de golpe. En el fondo, quiero que haya escuchado la conversación para no tener que decirle a él directamente que he tenido que aceptar un trato con él, su majestad, el rey Zigor Dankworh, pero cuando me mira me confirma que no sabe qué ha ocurrido.

Se ha ocupado personalmente de que no escuche nada y solo sufra mientras lo ahogaba.

Aparto la mirada del capitán. No me siento capaz de mirarlo después de lo que ha ocurrido en su camarote y de repente la magia se haya esfumado. Soy consciente de que me he dejado llevar y no he pensado en que realmente Zigor me vigila en todo momento, y quizá ha sido mi falta de fuerzas por haberme dado un descanso con Eilán lo que le ha dado permiso para quitarme la libertad que me quedaba.

—¿Ya estás dispuesta a venir conmigo sin rechistar? —sonríe de lado—. Sabes que corres más peligro que aquí, ¿verdad?

Eilán se levanta con dificultad y la voz rasposa.

—No irá a ningún lado.

—¿No crees que eso lo decide ella? —inquiere Zigor de nuevo—. Por cierto, capitán—da un par de pasos hacia Eilán y de un solo roce de dedo en su frente, las piernas le tiemblan y cae de rodillas al suelo de nuevo—, ¿cómo está tu hijo?

¿Hijo?

La expresión de Eilán cambia de repente a una seria, llena de fervor y cabreado. La ira está empezando a consumirle el cuerpo y lo noto por lo tensos que están sus músculos y su mandíbula.

El pirata oscuro {Libro 1}Donde viven las historias. Descúbrelo ahora