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CAPÍTULO 5

El pueblo parece uno totalmente diferente al anochecer.

Los aldeanos se animan a festejar cualquier suceso que se les presente, solo para evitar el dolor y la tristeza que les espera al día siguiente. Me parece tan admirable la fuerza de voluntad que tienen para celebraciones así, llenas de luz y alegría, que no puedo evitar sonreír mientras veo a mis hombres junto a los Diamantinos bailando y bebiendo sin parar.

Me han pedido permiso, por supuesto, pero es su día libre así que les he dado la libertad que merecen de vez en cuando. Me juraron lealtad, pero no significa que deban estar recluidos en mi barco sin un poco de diversión.

—Parece que te lo agradecen, capitán—Eira me da un codazo en el brazo y señala a nuestros compañeros con su vaso de cerveza—. Me alegra haber jurado lealtad a la persona correcta.

Miro a mi amiga. Se ha recogido el pelo blanco como la nieve en un moño despeinado con un lazo azul oscuro y se ha puesto sus mejores galas para esta noche. Quizá conozca a una mujer que la cautive y deje de lado las largas noches en alta mar para asentarse en una de las islas.

—Fui la única que te invitó a mi tripulación, Eira—sonrío.

—Cierra el pico—chasquea la lengua y da un trago a su bebida—. Todos vieron el potencial en ti y estoy segura de que no se han equivocado.

—No te pongas ñoña ahora, Eira—suelto una risa y le doy un suave empujón—. Ve a disfrutar de la fiesta.

Mi mano derecha se levanta de la silla riéndose y se acerca al círculo donde están todos para charlar con una de las camareras.

La taberna donde hemos venido a celebrarlo está llena de gente, los camareros no dan para más y algunos cocineros incluso han dicho que no queda más comida. Se limitan a dar de beber y algunos picoteos que desaparecen en cuestión de segundos porque todos están hambrientos pero los alimentos son escasos.

Busco a Ciro con la mirada, que se ha quedado con uno de los cocineros más jóvenes con la excusa de querer aprender para ayudarnos en algún momento de nuestra travesía. Es evidente que le he dado permiso, me gusta que sea un niño curioso y quiera aprender todo lo que se le cruce delante.

—Encanto—frente a mí, Eilán se ha sentado en la silla de madera de la mesa redonda—, ¿qué haces aquí tan aburrida?

Lo miro.

—¿Y tú qué haces aquí preocupándote por mí en lugar de bailar con las preciosas mujeres que te rodean?

Echo un vistazo por encima de su hombro a todas las jóvenes que posan la mirada sobre él. No las culpo, pues hace casi una semana yo era una de ellas.

—Prefiero bailar con una en especial—me guiña uno de sus ojos oscuros y extiende la mano hacia mí—. ¿Vienes, capitán?

Borro mi sonrisa de golpe.

La última vez que bailé todo acabó siendo un desastre.

—No, gracias—me muevo alejándome de él—. Estoy bien aquí.

—Oh, no, encanto—se levanta, rodea la mesa y se agacha a mi lado con su mano aún extendida—. Llevas sentada toda la noche bebiendo agua y hablando con aquella chica de pelo blanco. Cuando se trata de fiestas, soy el rey.

Niego con la cabeza.

—He dicho que no.

—No era una pregunta, por si dudabas—no espera a que coja su mano, sino que es él quien entrelaza sus dedos con los míos y tira para levantarme—. Disfruta antes de que sea tarde. La vida es demasiado corta como para no sentirse viva.

El pirata oscuro {Libro 1}Donde viven las historias. Descúbrelo ahora