XVI

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(Breve inciso para decir que aparece un personaje nuevo que me encanta y me basé en esta foto de arriba para crearlo. Muchos besos, no os enamoréis por si acaso.)

CAPÍTULO 16

Abro los ojos de golpe cogiendo una bocanada de aire.

La sábana de seda blanca resbala por mi cuerpo fundido en un camisón blanco demasiado transparente para mi gusto. He vuelto a tener una pesadilla con mis padres, la misma de siempre. La diferencia es que ahora no está Eilán a mi lado teniéndome entre sus brazos, sino Zigor con los ojos cerrados a un lado de la cama.

Al mirar por la ventana, logro darme cuenta de que aún no ha amanecido. No sé cuánto tiempo ha pasado desde que me desmayé por el movidito viaje, y espero sinceramente que no fuera Zigor quien me cambiase de ropa.

Aparto las sábanas y la colcha burdeos que la cubre con los pies para levantarme e ir a lavarme la cara. Lo más seguro es que los aposentos del rey tengan un baño para él solo, pero fingir no saberlo me ayudará a escapar y buscar un baño mientras descubro el castillo donde estoy metida.

Camino descalza hacia la puerta, cogiendo una de las velas que cuelga de la pared alumbrando levemente la habitación. Estamos sumidos en un silencio que me vuelve loca. Estoy acostumbrada a escuchar el vaivén de las olas, o los pájaros piar. Cualquier cosa menos silencio.

—¿A dónde crees que vas? —susurra detrás de mí—Vuelve a la cama. No puedes salir del castillo.

Me tenso.

—Quiero ir al baño.

—Hay uno aquí.

—Necesito moverme, majestad—trago saliva—. Por favor.

Ni siquiera soy capaz de mirarlo a la cara por el temor que tengo. Desde que sospecho que asesinó a Minerva, sé que puede hacer lo mismo conmigo cuando él quiera. No estoy dispuesta a morir sin luchar.

—He dicho que vuelvas a la cama.

No tengo más remedio que darme la vuelta, dejar la vela en su sitio y volver a la cama evitando mirarlo todo lo posible. El cuerpo entero me tiembla y sé muy bien que no es por el frío, en esta habitación sobra demasiado calidez.

Me tumbo en la cama lo más lejos que puedo de él. La chimenea sigue encendida y las velas tintinean de vez en cuando. Sus manos viajan hacia las sábanas y vuelve a cubrirme con ellas. No puedo negar lo mucho que soñé estar aquí. Sola. Sin nadie que mandara sobre mí. Sin nadie que tuviera poder suficiente sobre mí.

Todo acto tiene una maldita consecuencia.

En cuanto las sábanas me llegan por la barbilla sus manos se meten debajo de ellas y acaricia mi piel sobre el camisón. Desde mi cuello, pasan por uno de mis pechos consiguiendo que trague saliva y apriete los labios aguantando las ganas de soltar una maldición. Baja por mi vientre, y se queda estático ahí. En mi mente lo agradezco.

—Me dijiste que no podías entrar en el Sello de la Muerte—susurro, armándome de valor y fijando mis ojos en los suyos celestes—. Lo tenías prohibido.

—Lo sigo teniendo prohibido—murmura—. No fui yo quien entró. Sino mi querida reina haciéndose pasar por mí.

—¿La reina puede entrar ahí? —frunzo el ceño.

—No es la misma persona que yo.

En un rápido movimiento, levanta las sábanas haciendo que vuelen y me rodea para ponerse sobre mí. Sujeta su peso con sus codos y roza sus labios con los míos. Si tuviera el poder suficiente, lo apartaría de una patada.

El pirata oscuro {Libro 1}Donde viven las historias. Descúbrelo ahora