Gato de Oro

𖥸9࿐

--Luffy, hoy cumples 12 años, ¿cuándo crees que te vendrá el celo? --preguntó Ryōta.

--No lo sé, pero desde hace unos días me encuentro mál --admitió.

--Ahora entiendo por qué no te levantaste de la cama hoy --suspiró. --Ace tuvo su periodo de celo el año pasado, ya es un alfa hecho y derecho.

--Y Sabo lo está teniendo justo ahora --recordó.

--Voy a llamar a Rai, necesitas a alguien que te defienda en caso de que algún alfa o beta perdido se acerque a la casa --bajó de la cama del omega y salió por la ventana.

Luffy estaba cansado. Le dolía la cabeza, tenía frío y calor por igual, pero no llegaba a ser el celo del todo, estos eran síntomas de precelo, no quedaba mucho para que fuera oficial.

Al cabo de un tiempo, sinceramente no sabía cuánto, escuchó las pesadas pisadas de Rai y el cómo se tumbó frente a la puerta de su casa.

La ventana al lado de su cama fue cerrada, quedando a oscuras, suponía que había sido Ryōta de alguna manera.

Solo quedaba esperar.

(...)

--Ya empezó --movía la cola incómodo.

--Eso parece --suspiró.

Habían pasado un par de días cuando gemidos comenzaron a salir de la casa así como el dulce olor a fresas con chocolate que Luffy desprendía atravesaba las paredes.

Luffy sentía su entrada contraerse, su cuerpo brillante por el sudor, la ropa habiendo sido retirada en su totalidad.

Se llevó un dedo a su entrada, gimiendo solo con el roce de este.

Jugó con su anillo exterior antes de introducir el primer dedo todo lo que pudo, gimiendo alto sin miedo a contenerse a sabiendas de que fuera solo estaban sus amigos peludos.

Jadeó de placer, saliva y lágrimas cayendo sobre la almohada mientras el lubricante natural se deslizaba por sus muslos, empapándolos.

Hizo círculos con su dedo hasta que solo uno no fue suficiente, comenzando a introducir el segundo hasta los nudillos, gimiendo más alto cuando tocó algo en su interior que lo hizo delirar.

Metió un tercer dedo sin paciencia y simuló una embestida a ese punto, corriéndose al momento.

Su corazón galopaba salvaje en su pecho, su piel erizada, sensible al tacto incluso del aire.

No sabía el tiempo que había pasado, tenía la mente nublada.

Sacó los dedos de su entrada con un jadeo y se dispuso a dormir aunque fuera un poco.

(...)

Pasar su celo fue un martirio, y los días de después estuvo agotado sin poder levantarse de la cama.

Cuando pudo ponerse en pie fue a la zona de su casa preparada para el baño y se aseó, estaba lleno de fluidos.

Una vez limpió se vistió. La ropa se la iba trayendo Karasu ya que no tenía manera de conseguirla en la isla.

Cambió las sábanas del colchón y las sucias las echó al fuego, serían buen incentivo para iniciar la hoguera.

Se ató las sandalias al tobillo y salió con lentitud de su casa, notando al gran tigre defendiéndola.

--Rai-san, ya estoy bien --sonrió para calmarlo.

--Estás débil --aseguró sin dudas.