CAPÍTULO 24

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CAPÍTULO 24

FRANK





Joder. Soy un puto subnormal. A una puta semana de la boda la he tenido que joder de nuevo. ¿Qué es lo que me pasa en la cabeza? ¿Qué hay mal en mí? ¿Por qué no puedo olvidarme de esos ojos cafés? Joder. Joder. Joder. Joder.
Después de la fiesta no hablamos mucho. Ella volvió a casa antes y cuando Madison y yo llegamos sólo vi la luz encendida por debajo de la puerta, pero no quise interrumpirla. Y mucho menos con mi novia dando vueltas y vigilando cada puto paso que doy.
A la mañana siguiente se levantó más temprano de lo normal y me enteré por Alex que había salido a dar una vuelta con Eda.
Joder y ahora no puedo sacarla de mi cabeza. Estoy en el puto trabajo y no puedo dejar de imaginarme mis dedos dentro de ella y cómo su boca se abría y me pedía más....
—Frank.
Giro mi cabeza hacia Alex, que me mira y siento que sabe lo que se cuece en mi cabeza. La sacudo intentando desvanecer todos esos pensamientos y me acomodo en la silla, acomodando mi entrepierna también. Carraspeo y miro el plano que hay frente a mí.
—Discúlpenme...Estoy...Saturado por la boda.
Veo caras comprensivas y damos la reunión por finalizada. La boda es este puto sábado. Estamos a viernes. Jodida mierda, es mañana.
Me dejo caer bien en el sillón y noto cómo Alex me mira risueño.
—¿Qué pasa capullo?—pregunto de forma borde.
Alza las manos, como si fuera inocente y dice:
—Aún estás a tiempo de cancelar la boda, sabes.
Niego y frunzo el ceño.
—Eso no era una opción. Quiero a Madison. Me voy a casar con Madison.
Veo cómo se encoge de hombros y se acerca a la puerta. Sé que está pensando que soy lo peor, pero me da igual.
—Está bien que la quieras, pero todos hemos notado cómo tus ojos se iluminan cuando la morena entra en la habitación. —abre y se queda parado.—Tu amor por Madison lo dicta el cerebro, pero a Ayda la quieres con el corazón. ¿Quieres que el cerebro te guíe toda tu vida? Porque ese no es el Frank que yo conocí.
Sale y cierra de un portazo. Es tarde y debería irme a casa, pero no tengo ganas de tener a Madison comiéndome la oreja con la boda. Sé que quiere que todo sea perfecto, porque es su día especial, pero no puedo más. Esta semana ha sido insoportable, no paraba de gritar y de poner pegas por cada cosa que hacía. No quiso que tuviera mi despedida de bodas porque, supuestamente, mis amigos son unos guarros que harían que le fuera infiel. Joder, si ella supiera.
Cierro los ojos un momento, aunque no dura mucho porque recuerdo que en el cajón de mi escritorio hay un paquete de tabaco. Me levanto hacia el cajón y agarro uno de los cigarros de dentro. Lo coloco entre mis labios y lo enciendo, dándole una calada que me calma al instante.
Pienso un poco en todo, en las palabras de Alex, en la semana de mierda que he tenido. Ayda se la ha pasado fuera de casa y no la ha pisado ni un solo día. Sé por mis hermanos que ha estado yendo a casa de mis padres en varias ocasiones, pero no sé las razones y creo que no me gustaría enterarme.
Pienso también en la vida que me espera junto a Madison. Nos mudaremos de piso inmediatamente, —yo le regalaré mi parte a Ayda—y mi, para ese entonces, esposa, querrá empezar a procrear hijos. Tendremos un hijo, ella dejará de trabajar, porque así lo desea, y yo llegaré a casa cansado todos los días, para escuchar al puto niño gritando sin parar. Mi mujer se cabreará conmigo porque ya no la satisfago como antes, y al cabo de siete años en un bucle repetitivo de la situación, me pedirá el divorcio con la llegada de nuestro segundo hijo. Me quitará la mitad de lo que tengo, porque me obligará a no hacer separación de bienes, y tendremos la custodia compartida de los niños. Ella me echará en cara que fui un marido de mierda y yo simplemente asentiré y dejaré que hable.
¿Quiero que mi vida sea así? ¿De verdad lo quiero?
Suspiro cuando mi móvil empieza a vibrar sin parar. Lo agarro y veo que en la pantalla aparece el nombre de Madison. Me planteo si responder. No me apetece que me avasalle a preguntas controladoras con el fin de saber si no estoy con la morena.
—¿Si?
Al final decido responder porque luego se hubiese puesto pesada, mandándome miles de mensajes preguntando por qué no le he cogido el teléfono.
—¿Dónde estás, amor?
Si le digo que estoy en la empresa vendrá enseguida, y no es lo que quiero ahora mismo.
—En estoy con los chicos, tomándome algo.—miento y la oigo suspirar.
—Ya te he dicho que no quería que te hicieran una fiesta de despedida de soltero. Son las típicas en las que te llevan a ver tías desnudad y sabes que...
—Madison, sólo estamos tomando unas cervezas en un bar.—la interrumpo, frustrado.
No sé por qué le he hecho caso con lo de la despedida de soltero. No creo que vuelva a salir de fiesta así nunca más. Era mi momento para despedirme de todo lo bueno, de la libertad.
—Vale. Yo me voy a casa de mis padres y pasaré la noche allí. Nos vemos mañana, amor. Te amo.
Te amo... Me suena tan vacío ahora. Como si no se me hinchase el corazón si no es de la persona adecuada. No se me hincha el corazón cuando lo dice Madison. ¿Y qué hago ahora?
—Te amo.
Me quito el teléfono de la oreja y cuelgo, sintiendo mi corazón acelerarse por haber mentido tan descaradamente. Vuelvo a abrir el cajón y a coger otro cigarro. Y fumo lo que no he fumado en meses. Un cigarrillo tras otro, hasta que la puerta de mi despacho se escucha. Observo cómo se abre y unos ojos marrones me miran acusatorios mientras yo apago lo que llevaba entre mis dedos sumergiéndolo en un vaso de agua.
—¿Qué haces aquí?
La observo. Está preciosa. Su cuerpo va envuelto en un vestido corto de color verde esmeralda. Lleva un pequeño ramo de flores que deja encima de la mesa, frente a mí, posicionándose a mi derecha.
—Sólo quería verte, sabía que ibas a estar nervioso y no quería que tu última noche como soltero la pasaras solo.—sonríe y me veo obligado a devolverle la sonrisa. —¿Sabes? Siempre me han gustado los hombres con despacho propio. Me pone mucho la idea de...follar mientras todos tus empleados están trabajando, mientras que me tapas la boca y me das duro contra la mesa.
Joder. La sola imagen de Ayda encima de la mesa, en esa situación hace que toda la sangre que tenga en el cuerpo se concentre en mi entrepierna.
La observo acercarse muchísimo más, al punto de que nuestros cuerpos se rozan. Ella alza la vista para mirarme a los ojos, mientras que sus manos acarician mi pecho y mi respiración se acelera, acompasada por la suya.
—Te deseo tanto, Frank—susurra rozando nuestros labios.
—Joder, Ayda...
Se aparta haciendo que yo me acerque a ella para besarla, pero ríe y se gira, alejándose completamente. De su bolso saca una botella de vino y dos vasos de plástico que llena con el líquido amarillento.
—¿Brindamos?
Me extiende un vaso y lo agarro, esperando a que diga lo que tenga que decir. Porque sé que por su cabeza han pasado miles de pensamientos buenos, malos y peores. Sé que no puede dejar de pensar en el hecho de que mañana, a la misma hora de hoy, yo ya seré un hombre casado.
—Por el viraha. —alza su copa y bebe, sin dejar de mirarme a los ojos.
Repito su gesto sin saber muy bien el significado de esa palabra, prometiéndome mentalmente que buscaré lo que es.
De inmediato ella empieza a recorrer la habitación, hasta llegar a un pequeño tocadiscos. Rebusca entre los discos de vinilo que se encuentran en el estante de abajo y pone uno. La música jazz resuena en toda la estancia. En la atmósfera se respira tranquilidad, confianza y comodidad a pesar de estar en silencio.
Y así son los momentos con Ayda. Tranquilos. En paz. No hace falta hablar mucho porque con solo mirarnos ya nos estamos comunicando. Se siente esa conexión en el aire.
La veo empezar a mover sus caderas y sus brazos al ritmo de la música. Sus manos recorren su cuerpo y me hipnotiza percibir la sensualidad que emanan sus movimientos. Me acerco como si su cuerpo fuera un imán y mis manos pasan a sus caderas, mientras la canción de Stand by me, de Ben E. King, resuena en la estancia. Su sonrisa me cautiva y más cuando guía mis manos por debajo de su vestido. Acaricio el interior de su muslo y noto como su respiración empieza a volverse irregular conforme mi mano asciende. No llego a su centro, sino que subo más el vestido y agarro el borde de su ropa interior, bajándolas y haciendo que caigan al suelo. Todo se siente lento, pero sé que está pasando a una velocidad apabullante. Porque tengo ganas. Tengo ganas de ella, y lo sé cuando mis manos vuelven ahí y esta vez no se quedan en los alrededores. Esta vez la hago disfrutar escuchando sus suspiros que mandan reacciones directas a mi entrepierna.
—Joder, eres la mujer más sexi que he visto.—susurro contra sus labios.
—¿Y por qué no te casas conmigo?—murmura.
Dejo de tocarla, cayendo en la cuenta de lo que estoy haciendo. Otra vez me he dejado llevar por ella. Otra puta vez. Me alejo y me giro, dándole la espalda y revolviéndome el pelo, completamente angustiado por lo que estoy haciendo.
Noto el calor de su cuerpo por detrás, a la vez que sus manos pasan a mi cintura, llegando hasta el botón de los pantalones.
—Ayda, no sé...—dudo, mirándola de reojo.
—Lo sé...Lo siento. No quiero presionarte, solo quiero que te dejes llevar.—besa mi nuca, ascendiendo hasta llegar al lóbulo de mi oreja.—Cierra los ojos y disfruta.
Hago lo que me dice y la noto ponerse frente a mí. Sus manos empiezan a desabrochar el botón del pantalón y es cuando abro los ojos y la miro. Está arrodillada frente a mí. Joder. Lo va a hacer. Y lo sé por su mirada decidida y lo confirmo cuando mis pantalones y bóxer quedan a la altura de mis tobillos.
Joder. Hace un año que no me hacen una mamada, y esto se puede notar cuando su boca entra en contacto con mi miembro, puesto que tengo que controlarme para no hacer ningún sonido.
Ella se recrea en la acción mientras mi mano va directa a su cabeza, guiándola en sus movimientos. Es la mejor en esto. Sabe cómo hacerlo, sabe cómo hacerte llegar solo usando su boca.
—Ayda, joder...No vayas tan rápido.
Su risa hace que una corriente de placer llegue a mi cuerpo y no lo puedo evitar y me corro en su boca. Ella se aparta y traga, mirándome a los ojos. Limpia los restos con su lengua y se agacha subiéndome los pantalones, hasta quedar de pie, abrochándolos.
—No quería que la noche terminara de esta manera Frank, pero estoy decidida a hacer todo lo posible para recuperarte. Y que mañana te vayas a casar significa la muerte de lo nuestro. Significa que tengo que olvidarme por completo de ti. Así que no esperes que vaya con un vestido colorido, porque iré de luto. Por la muerte de esto.—nos señala a ambos.
—No quiero que muera...
—Entonces anula la boda, Frank.
Miro sus ojos y sé que está desesperada por todo, pero no puedo pensar, no después de tener el mejor orgasmo en tiempo. Mi silencio es todo lo que necesita para coger su bolso y largarse del edificio. Y me maldigo por ello. Le tendría que haber dicho que lo haría, aun sabiendo que no lo iba a hacer.

V I R A H ADonde viven las historias. Descúbrelo ahora