CAPÍTULO 25

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CAPÍTULO 25
AYDA




Todo era demasiado confuso. En el momento en el que ocurrió lo de la cena yo no quise intervenir en la decisión de Frank, por lo que me alejé, esperando que decidiera quedarse conmigo. Esperando en lo más profundo de mi corazón que no me abandonara. Deseando que el karma no fuera una perra mala y no me devolviera lo que yo hice en su día ahora.
Así que dos días después, habiéndome despertado en la habitación de invitados de Alex, me vestí y emprendí camino a hacer lo correcto. Conduje durante media hora entre el tráfico para llegar a una casa que ya había visto antes.
Aparqué y me bajé del coche. Mis manos temblaban y estaban sudadas. No sabía cómo iba a empezar a contarle lo sucedido.
Toqué el timbre y enseguida su cara apareció detrás de la puerta. Su cara se transformó de alegría a tremenda sorpresa. Sonreí de todos modos y pasé las manos por los pantalones para quitar el sudor de ellas.
—Hola Luka, ¿puedo entrar? Necesito hablar de algo. Algo muy importante.—pedí con voz de súplica y di un paso hacia delante.
Él en respuesta cerró un poco más la puerta y se pegó a mí.
—No me pillas en un buen momento, Ayda. —dijo con dureza.
Fruncí el ceño con pena y suspiré.
—Lo sé, no tendría que haber venido de esta forma, pero...No sé. Estoy intentando hacer las cosas bien y...
—Luka, cariño, ¿quién es?—me interrumpió la voz de una mujer.
La puerta se abrió por completo en ese momento y lo supe: era la madre de Kile. Mi boca se abrió con sorpresa y di un paso hacia atrás.
No tenía que aclarar nada, esto ya estaba cerrado. Y no podía sentirme dolida porque yo había hecho lo mismo. Asentí sin saber por qué y suspiré, tranquila. No había tenido que explicarle nada.
—Lo siento, creo que me he equivocado de...casa.
Me giré y corrí hacia mi coche, me monté y conduje a toda prisa, sin mirar atrás. Me sentía bien de alguna maldita forma. No era la única que había traicionado a alguien, lo habíamos hecho mutuamente, y, por desgracia, era con alguien del pasado. ¿Qué tenían los ex's que era casi imposible olvidarlos? ¿Qué tenía Frank de especial que no podía sacarlo de mi cabeza?
Poco después aparqué cerca de la librería de mi viejo favorito y estuve hablando con él por horas, hasta que se hizo la hora de comer y lo acompañé a su casa. Después de muchas negaciones hacia su propuesta de quedarme a comer con él y su mujer, dejaron que me fuera y volví a casa de Alex.
Comimos en silencio, no tenía ganas de hablar y al parecer él tampoco. Lo vi preocupado por asuntos de la empresa y tan pronto como terminó de comer, cogió los documentos que había esparcidos por la mesa y se encerró en su despacho.
Las siguientes cuatro tardes, sin contar esa, las pasé yendo a casa de Beth. Ella hacía planes para deshacer la boda antes del día, hasta que llegó la víspera de la boda. Me dio ánimos y me ayudó a encontrar un vestido perfecto para la ocasión que se avecinaba.
A las seis fui a casa de mi madre. Aparqué en frente y toqué el timbre. Mis manos temblaban por los nervios, y cuando abrió la puerta y vi que su ceño se fruncía con enfado, mis ojos empezaron a lagrimear.
—¿Te has pegado la hostia ya?—preguntó cabreada.
Negué y suspiré.
—Veo que estás decidida a perderme.
Soltó una risa irónica y se cruzó de brazos, entrecerrando los ojos y mirándome de forma acusatoria.
—Y tú a perder tu dignidad. ¡Que no te das cuenta! ¡Solo te está utilizando, imbécil, date cuenta!
Le sonreí apretando el borde de mi vestido con las manos y me giré dispuesta a irme. Empecé a andar por el caminito hacia mi coche.
—¿¡A dónde vas Ayda!?—gritó.
—No quiero discutir contigo mamá. Si quieres que esto acabe así, no lo dañes más. Si quieres arreglarlo ya sabes dónde vivo y cuál es mi número.—sequé la lágrima traicionera que caía por mi mejilla.—Puedes ser mi madre, pero no voy a tolerar que me insultes, y tampoco que me juzgues por mis decisiones. Deberías aprender de papá.
Me subí al coche y fui a parar a los aparcamientos de la empresa de Frank. Ya eran las ocho, todos estarían a punto de salir. Me escondí cuando vi a todos ir hacia sus coches y cuando noté que no había nadie más, me incorporé.
—¡Ah!—grité llevándome la mano al corazón.
Alex se rió delante de mi coche. Entonces empezó a caminar hacia mi puerta y la abrió, instándome a salir.
—¿Qué haces aquí?—cuestionó.
—Vengo a convencerle.
Él sonrió y besó mi frente, dándome suerte y subiéndose a su coche para desaparecer de inmediato. Entré y el ascensor me llevó a la planta en la que sabía que estaba su despacho.
Esto era un error, y más ir con las manos vacías, ¿qué iba a decirle? Fui a la zona donde guardaban todo tipo de cosas y cogí una botella de vino blanco y un par de vasos de plástico, lo metí en mi bolso y empecé a caminar hacia allí. De camino, vi un ramo de flores en la mesa de alguien, dentro de un jarrón. Miré a mi alrededor y al no ver a nadie lo cogí y lo zarandeé un poco para quitarle el agua.
—Quien lo encuentra se lo queda ¿no?—susurré para mí misma, encogiéndome de hombros.
Me adentré en esa habitación y ahí estaba. Hablamos, bailamos, hice otra cosa que me da vergüenza mencionar, discutimos, y le prometí que iría de negro, porque era lo que se merecía.
Y enfurruscada, salí de allí y volví con Alex. Hasta ahora. Me estoy vistiendo con el vestido negro, tal y como prometí. Y me veo tremenda.
Subí al coche con Alex y nos dirigimos a mi piso, donde había que ayudar a Frank a prepararse para este día tan especial para él. Yo realmente no tenía porqué estar allí, pero quería ver la duda en sus ojos. Quería que me mirara a los ojos y recordara que fueron los mismos que lo miraban mientras estaba arrodillada frente a él.
Entramos y ahí estaban ya mis antiguos suegros y los mellizos, que corrieron a abrazarme cuando me vieron.
—¡Hola pequeños!—los saludé con una sonrisa, llenando su cara de besos.
Jonathan me sonrió con pena y Beth lo hizo con orgullo, al verme tan entera y al notar que mis acciones de ayer habían funcionado. Lo supe en cuanto vi a Frank salir por el pasillo y mirarme. Mi corazón se aceleró y sé que el suyo también. Estaba guapísimo. Sonreí y me acerqué para ajustarle la corbata.
—Estás muy guapo.—murmuré y él asintió.
—Tú también lo estás, Ayda.
Me aparté y le sonreí, entera. Segura de mí misma. Poco después cada uno se montó en su coche y fuimos a la iglesia.
—¿Qué es lo que ha pasado ahí dentro, Ayda?—rió Dante, que se había incorporado ahora, igual que Connor.
—Anoche se la chupé.—dije sin más, arreglándome el pintalabios.
—¿Qué?—inquirió Connor, sorprendido.
—Pues eso. ¿No veis cómo está? No se va a casar. No lo va a hacer, estoy segura.
Llegamos a la iglesia y todo se me hizo demasiado rápido. La novia pronto estaba entrando con la música de fondo y no podía negar que se veía espectacular. Estaba preciosa. El vestido era impresionante y podía dejarte sin habla con esa cola.
La misa fue lenta y aburrida, pero pronto estaba la pregunta del millón. Y el cura la hizo, con una sonrisa inmensa y sin saber que él había sido infiel a la primera de cambio.
Noté que Frank me echaba miradas de vez en cuando, lo noté, como también noté la duda en sus ojos mientras agarraba las manos de Madison. Su expresión corporal era duda en su totalidad. Pero ahí estaba la pregunta:
—Madison Blake, ¿quieres tomar a Frank Anderson como tu futuro esposo?
La sonrisa de ella se hizo inmensa, y noté desde aquí cómo le apretó las manos.
—Sí quiero.—contestó, orgullosa.
—Frank Anderson, ¿quieres tomar a Madison Blake como tu futura esposa?
Él agachó su mirada, pero después la levantó hacia mí. Fruncí el ceño y entrecerré los ojos, ¿qué era lo que pretendía? ¿Qué era lo que tenía pensado hacer? Lo vi suspirar y volvió su vista a ella. Puso una sonrisa que era de lo más falso y asintió.
—Sí quiero.
—Pues ahora, el novio puede besar a la novia.
Todos aplaudieron, incorporándose de sus asientos. Pero yo me quedé estática. ¿Qué coño acababa de pasar? La gente empezó a salir y yo apreté el banco con la mano. Ni siquiera lo miré cuando salió, simplemente me quedé ahí estática. Necesitaba un momento, lo necesitaba de verdad si no quería arrancarle los pelos a alguien.
—Ayda...
Noté una mano cálida en el hombro y cuando levanté la vista vi a Beth sonriéndome de forma dulce.
—Lo siento, cielo. Se acabó.
Asentí y dejé que me abrazara y saliéramos juntas. En estos momentos no sabía cómo sentirme. Estaba vacía, pero no rota. ¿Era eso posible? Tal vez, en el fondo, sabía que Frank no iba a dejarla por mí. Tal vez no estábamos destinados a estar juntos.
Una vez que estuvimos en el banquete empecé a beber alcohol como si no hubiera un mañana. Me habría bebido hasta el agua de los floreros con tal de no tener que soportar totalmente cuerda el estúpido banquete.
Iba borracha, iba completamente borracha en el momento en el que todos empezaron a hacer sus brindis. Y yo no iba a ser menos. Me incorporé, haciendo un ruido espantoso con mi silla, haciendo que todos me mirasen con duda. Y alcé la copa de forma patética.
Todos iban a enterarse de lo que había pasado y Frank lo sabía cuando lo miré a los ojos. Se te acabó tu cuento de hadas capullo.

 Se te acabó tu cuento de hadas capullo

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