CAPÍTULO 18

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CAPÍTULO 18

AYDA

Abro los ojos despacio, sintiéndome algo desorientada. Mis piernas están enredadas en una sábana blanca muy suave. Las paredes grises me dan la bienvenida y, de repente, una pequeña cara de ojos verdes aparece delante de mi visión.

Me tapo hasta el cuello inmediatamente y miro a mis espaldas, donde Luka duerme tranquilo. El niño pequeño me observa con atención y sonrío, viendo cómo agarra su conejo de peluche con su puño.

Empiezo a buscar con la mirada mi ropa y la encuentro tirada al lado de la puerta, así que me levanto con prisas y me visto lo más rápida que mi cuerpo me permite. Una vez con mis bragas y la camisa de Luka, me giro hacia el niño—el cual sigue sin apartar la vista de mí, por cierto—, y me acerco, agachándome a su lado.

—Hola, Kile—susurro, intentando que Luka no se despierte.—¿Qué ocurre, pequeño?

—Tengo que ir al cole, mi papi tiene que llevarme.

Niego levemente con la cabeza, agarrándolo de los brazos con suavidad y regalándole una sonrisa dulce.

—Hoy es sábado, Kile. No hay cole.

Veo cómo sus ojos empiezan a lagrimear y se gira para mirar a su padre. Vuelve la vista hacia mí y se aparta cabreado. Sus pequeños pies empieza a dar pisotones caminando hacia el otro lado de la cama.

Intento cogerlo y termino a cuatro patas en el suelo, viendo cómo el pequeño mocoso empieza a darle golpecitos a su padre en el brazo. Me levanto y lo agarro, sacándolo de la habitación, haciendo que me mire enfadado.

—¿Quieres ir al cole?—digo veloz, antes de que empiece a llorar.

Asiente con efusividad y suspiro, aliviada. Bajo con él y me quedo en el salón, donde hay una pequeña pizarra de tiza. Siento al niño en el taburete de color azul, frente a una mesa redonda de plástico azul.

—Bien, yo seré tu profesora, ¿vale? Y tú tienes que estar callado, sentado y atento a lo que te enseñe.

Hace un gesto con la cabeza que me da a atender que está de acuerdo, y tomo aire mirando a mi alrededor.

Me arrodillo a un lado de la pizarra, agarro una tiza y pienso en qué mierda puedo enseñarle a este niño que sea apto para él. Paso la lengua por mis labios, mirando alrededor en busca de ideas.

—Me aburro.

Su vocecita chillona hace lo observe y sonría. Es un pequeño granuja que quiere que todo sea cuándo y cómo él diga.

—Los números. ¿Te parece bien que aprendamos eso?

Mueve su cabecita de arriba hacia abajo y repito su gesto, poniendo los números del 1 al 10 en la pizarra. Me giro para verle la cara y está atento a lo que apunto. Una vez puestos, empiezo a nombrarlos y él me repite, ansioso de seguir aprendiendo.

Cuando el tiempo corre, el niño decide que es tiempo de terminar con los números para empezar a hacer otro tipo de preguntas.

—¿Te gusta mi papi?

Sus ojos verdes me miran muy abiertos y atentos a mi respuesta. Me acerco y me siento, en el taburete de plástico rosa, frente a él.

—Sí, tu padre es...muy especial.

Sonríe, emocionado, y veo cómo sus mejillas redondas se sonrojan, a la vez que da pequeñas palmas.

—¿Y tengo que llamarte mami ahora?

V I R A H ADonde viven las historias. Descúbrelo ahora