Malos presagios

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Era un día primaveral soleado de noviembre cuando desperté de una drástica pesadilla, me faltaba el aire y me seguía repitiendo a mí misma la frase "no lo olvides, no lo olvides, no lo olvides, jamás lo olvides", aunque no fue suficiente ya que solo unos minutos más tarde no era capaz de recordar cuál era el contenido que mi mente hizo de ese despertar una gran confusión. Faltaba poco para que la mañana se convirtiera en medio día así que solo decidí darme una reconfortante ducha esperando que me relajara lo suficiente para intentar dejar de indagar en ese vacío mental que me estaba torturando.

Después de vestirme fui directo a la mesa en busca de un poco de comida. Era abrumante ver el pasillo desde el baño hasta la cocina, había una gran cantidad de ropa sucia y un montón de platos pendientes por lavar a un lado del viejo fregadero. Florencia no tenía ni un solo hábito saludable, la mayoría de las noches se quedaba fuera de la casa en algunas fiestas de estudiantes de otras carreras o simplemente se iba al bar y terminaba tan borracha que no era capaz de volver a casa, así que no era una gran sorpresa para mí que no cumpliera con los roles domésticos que se le habían asignado durante la semana.

La mayoría de las personas la juzgaban solo por lo que podían ver, pero no entendían que detrás de ese comportamiento extremista había una gran carga y dolor que pesaba sobre sus hombros.

Florencia era la hija de un matrimonio sin amor que tenía una obsesión grave con el dinero y en vez de cuidar a su hija dejaron que una serie de demonios mentales invadieran su vida al punto de no querer tener un espacio ni para pensar, era muy común ya para mí ver cómo la gente de su tipo rechazaba sus propias emociones anulándolas por completo, porque incluso yo también había hecho hasta lo imposible para convertirme en ese tipo de persona, así que jamás hice un juicio de valor serio sobre las decisiones que tomaba.

Cuando llegué a la cocina me la encontré con una gran cara de desgracia, sentada en la silla frente a la mesa como si estuviera perdida en sí misma, a la vez que ondulaba uno de sus mechones rojizos ya curvos.

—¿Estás bien? —pregunté.

—Eternamente, solo estoy cargando con una resaca de esas que te dan ganas de dejar de existir —exclamó a modo de queja—, no te lo recomiendo ni un poquito.

—Tú misma te lo buscaste, no debiste beber tanto ¿a qué hora llegaste a casa?

—Como a las tres o cuatro de la mañana, me vine temprano cuando la gente se puso muy intensa.

—No te sentí llegar —dije mientras veía que ella tenía una marca verdosa en el brazo izquierdo—. De seguro estaba durmiendo, pensé que te quedarías en la continuación de la fiesta y no vendrías hasta hoy.

—Piensas mucho, ya estoy aquí, celebra eso.

—¿Si te pregunto por qué traes ese moretón serías capaz de responder sinceramente? —la señalé.

Era evidente que al escuchar mi pregunta se alteró un poco, al parecer ella tampoco se había dado cuenta de que traía un hematoma similar a la forma de un dedo.

—Creo que me golpeé —dijo en voz baja.

—¿Esperas que crea eso? ¿fue el idiota de Nicolás verdad? te dije que si te lastimaba otra vez yo misma iría a encararlo, si lo perdonaste después de que te hizo daño esa vez era obvio que lo seguiría haciendo Florencia, todas las personas son así —le dije exaltada.

—No fue él, solo me golpeé cuando bajé del taxi.

—Ah claro, está bueno, digamos que fue eso, pero es prácticamente imposible golpearse con un auto en esa zona del hombro a menos que te hayas caído sobre la puerta, pero sigo apostando que el idiota tuvo algo que ver, mira, si hasta coincide con el tamaño de su dedo —insistí.

Desertores del GehennaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora