Nuevamente salí de detrás de los vehículos a los que había vuelto para transformar mi atuendo. Caminé hacia la gran puerta por la que anteriormente había hecho mi entrada más o menos triunfal esperando que los latidos de mi corazón fueran un poco más lentos, no quería arruinar todo con nerviosismo. Antes de ir al Gehenna había sido más fría y objetiva, como todos en Kalisfan, sin embargo después de mi vida terrestre sentía más compasión, incluso sentimientos de nostalgia y los nervios que usualmente me carcomían, era extraño.
—Sin más dudas Dayanne, vamos a hacerlo, no puedo esperar a abrazarlo —dije despacio mientras tiraba de las compuertas del castillo.
Me sumergí en el amarillento pasillo. Los adornos, los vigilantes, todo seguía igual, salvo que desde la distancia noté de forma automática que los espejos del salón ya no estaban, y así como una pesadilla también vi que los pilares blanquecinos de alrededor del salón ya tampoco eran blancos, sino de un color canela.
—Disculpe señor —le dije a un hombre solitario apoyado en una mesa alta y con una copa de algún brebaje en mano.
—¿Por qué la tengo que disculpar? —respondió al parecer con humor.
—Es un decir que se ha puesto de moda —me excusé—. Bueno, ¿de casualidad ha visto a un adulto joven llamado Keyban?
—No conozco a ninguna persona con ese nombre.
—¿Y algún muchacho llamado Vitris?
—Vitris, Vitris... no, tampoco, no conozco a ningún joven llamado así tampoco ¿por qué?, ¿se han extraviado?
—No estoy segura —le dije con nerviosismo—. Muchas gracias de todos modos.
Me despedí del hombre que lucía similar al clásico profesor de matemáticas y me fui en busca de otra persona solitaria a la cual poder acercarme y preguntar los por chicos.
—Hola, ¿puedo hacerle una pregunta? —le dije a una mujer de unos cuarenta años de edad en el mismo estado del hombre que había interrogado.
—Claro que sí, ¿qué necesitas?
—He perdido a unos amigos hace un rato, sus nombres son Keyban y Vitris, ¿los ubica?
—Claro que sé quién es Vitris, pero no conozco a ningún Keyban.
Su respuesta me dio un aire de esperanza, eso significaba que entre tanta multitud aún seguían en ese lugar, o al menos Vitris.
—¿Ha visto a Vitris?, ¿dónde?
—Está cerca de las mesas moradas, lo vi hace un rato cuando fui por vino. Llevaba un saco marrón.
—¿Qué? ¿marrón? —pregunté recordando que habíamos elegido juntos su traje y en efecto no era marrón.
—Sí, se ve tan divino como siempre, ¿por qué? ¿es usted su novia de casualidad?
Me sentí congelar. Vitris era un niño, de cincuenta y cuatro años, pero un niño al fin y al cabo.
—Podría ser mi hijo señora —dije entre la risa y el espanto.
—¿Un niño? Apostaría que eres menor, ¿no tienes más de veinticinco, verdad? —preguntó a la vez que tiraba su largo cabello dorado hacia atrás.
—No, solo tengo veintitrés, ¿qué edad cree que tiene Vitris?
—Vaya, realmente no eres su novia si no te invitó a su fiesta de cumpleaños, fue solo hace unas semanas y cumplió veintisiete, invitó hasta a mi hijo. Ese chico tiene tanto dinero que podría haber invitado a toda la ciudad.
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Desertores del Gehenna
FantasyAún cuando el mundo de Dayanne se viene abajo una y otra vez desde su niñez al crecer en un entorno lleno de gente hipócrita y cruel logra mantener la cordura y cumplir con sus objetivos. Al convertirse en una mujer pronto a terminar sus estudios, e...