Un descuido

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Quería decirle que sabía perfectamente cómo se sentía eso. Que antes de recordar todo y venir hacia esta travesía de viejas memorias había experimentado lo mismo.

—Un momento —dije en voz alta—. ¿Sueñas todas las noches, pero cuando abres los ojos no lo puedes recordar?, ¿quizás de vez en cuando lloras dormido, o hablas? —pregunté.

—¡Exacto! —respondió como si sintiera alivio de que finalmente alguien entendiera su sufrimiento.

Lo había dejado pasar. Más bien lo había olvidado. Esos síntomas no eran por el recuerdo de una vieja vida como lo había asimilado al principio. Esos eran los restos y quizás hasta consecuencias de que alguien te borre la memoria. Eso quería decir que alguien antes me la había borrado a mí también, por eso lloraba cada noche, es una respuesta automática de la existencia advirtiéndote que no querías olvidar algo que igualmente olvidaste.

¿Y si no fue Keyban quien borró la memoria de Vitris? De igual forma él nunca dijo que lo haría en el diario ¿qué sentido tenía que él lo olvidara?

—¿Estás bien? —preguntó con cara de niñato.

—Creo que alguien está jugando con todos nosotros.

Una tensión se armó. No era casualidad que en ese momento mis poderes dejaran de funcionar a pesar de que yo creía que la causa eran los nervios y el pánico que me había generado la sorpresa de verme descubierta.

—¿Qué quieres decir?

—Creo que alguien borró nuestras memorias a propósito, y esa persona no fue Keyban —le dije.

—Pero quién carajos es él.

—Tu padre —dije fríamente—. Tu padre adoptivo. Uno de los más poderosos hechiceros de este mundo. Una persona que a pesar de tener mal carácter te amó desde que te conoció.

—¿Tú eres mi mamá? —preguntó a punto de ponerse a llorar.

—No lo soy, pero solías decirme mamá, me querías mucho...

—Lo sabía, realmente lo sabía, alguien alguna vez me amó —dijo impulsándome hacia él en un fuerte abrazo.

Él se había vuelto más mayor que yo justo frente a mis narices. No físicamente, si bien lucía como todo un galán en sus veinte siempre había podido cambiar su forma a la más adecuada para su supuesta edad, se había vuelto maduro emocionalmente.

—¡Vitris! —se escuchó desde lejos.

Venía uno de los hombres que había estado observando anteriormente en el excéntrico grupo que permanecía detrás de la fila de autos en la otra plaza de estacionamiento.

—Vitris, hombre dónde te habías metido, ¿no ves que ya es hora de volver?

Se había hecho noche. La tarde había desaparecido con el sol hace solo unos minutos. A pesar de que el cielo no era azulado oscuro como de costumbre estaba cercano a serlo. 

—Es ese tal Jay —dije entre mis lágrimas que también habían salido a flote.

—¿Cómo conoces su nombre?

—Un pusilánime intenso del estacionamiento me lo dijo.

—¿Pusilánime?, ¿alto, cabello oscuro de casualidad, y entrometido?

—Ese mismo.

—Habla hasta por los codos. Es mi mejor amigo. Le decimos Shadwn; no es tan pusilánime como todos piensan.

—Como sea, ahí viene Jay —espera—. No le puedes decir quién soy.

—No se lo iba a decir de todos modos —dijo despacio antes de levantar la voz—. ¡Jay! Te presento a mi prima Dayanne.

Ingenioso. Realmente ingenioso, pero pudo serlo aún más y solo decir que era una amiga de su infancia. Usualmente las mentiras que llevan lazos de sangre son las primeras en desarmarse.

El tipo me saludó amablemente y con bastante decencia. Si bien como había dicho Shadwn no era muy atractivo, se notaba que era confiable.

—Se va a quedar con nosotros por un tiempo hasta resolver una situación personal, espero que se lleven bien.

—¿Con nosotros? —pregunté.

—Ah, no te lo dije antes, Jay y Shadwn viven conmigo, temporalmente también. De igual forma casi nunca están en casa, tenemos bastante tiempo para solucionar el problema, estaré encantado de ayudar a la tía.

—No hay problema con eso, ¿pero nos vamos? Luego el estacionamiento será un campo de batalla.

Vitris solo asintió y yo lo seguí como si mi estado de mayoría de edad hubiese sido roto.

—No te preocupes —me dijo despacio Vitris—. Si no logramos descubrirlo al menos nos tendremos el uno al otro. Podemos intentar ser felices en honor al sacrificio de papá.

Un ruido. Una palabra. Sacrificio. ¿Alguna vez le dije siquiera que se sacrificó? Al contrario, le dije que quizás alguien más le había borrado la memoria, ¿podría ser?

El dolor y los recuerdos como una película de cinta vieja abordaron mi cabeza.

Desertores del GehennaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora