No me dejes ir

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El vestido que no me había probado en la tienda resultó ser un poco más pequeño de lo que parecía, quedando totalmente ajustado a mi cuerpo casi como una armadura hecha a la medida, el corsé de la cintura era aún más acentuado en el radio de la cintura entregándome un aspecto similar al reloj de arena; mientras que el largo alcanzaba la mitad exacta de mi muslo, pero la larga y delicada capa semi transparente no permitía que se viera con claridad. Era un vestido hecho bajo lo estratégico, un vestido que dejaba ver los más adorables detalles de la femineidad pero que cubría otros para despertar la necesidad de descubrirlos. En la tierra las mujeres conocíamos uno que otro secreto para sacar provecho a la belleza de una manera encandilante; había sacado provecho a las pequeñas piedras de dracón que adornaban la parte superior del escote y me puse en los labios un labial aún más rojo que me hacía lucir más pálida de lo que ya era.

Comencé a caminar lentamente por el largo pasillo, hasta que avisté la gran multitud de personas que conversaban embelesadas la una con la otra.

No fue difícil captar la mirada de uno y otro, pero la única persona que quería que me viera no me estaba poniendo atención, ni siquiera se volvió a mirarme cuando Vitris le advirtió de mi presencia. Sentí un peso en el corazón que me hizo dudar de lo que estaba haciendo ¿estaba bien intentar conquistar a una persona que estaba profundamente enamorada de la versión de otra persona que no puedo recordar? Probablemente no.

Cuando estaba fuera del castillo Vitris me dijo que si hacía que Keyban se enamorara de mí quizás él podría dejar de estar triste y vivir de recuerdos, para ello planeamos una entrada épica, pero no estaba resultando en lo absoluto, él no era superficial.

¿Por qué deseaba con tanta fuerza que me viera y se enamorara de mí?, ¿solo quería llamar su atención para sentirme complacida?, o ¿era la misma situación que había vivido con mi compañero de la universidad? No.

Desde los primeros días en que aterricé en aquel planeta era consciente de que él podía hacer que mi corazón fuera de uno a mil. Desde que lo vi cada detalle de su rostro se había convertido en mi mayor obsesión, quería conocer cada tragedia de su vida, incluso que fuera feliz con la persona que amaba, aunque yo no estuviera en su vida. Me había enamorado, había caído en el lodo por haber estado observándolo desde tan cerca.

Ya estaba a solo dos metros de él aproximadamente pero aún no era capaz de notar mi presencia y el impacto que provocaba en otros.

Ese hombre justo ante mí no era capaz de sentir amor por mí ni siquiera por algo tan externo como mi apariencia. Ese hombre con cambios de humores tan extremos me tenía pensando, hasta que arrojó un par de palabras.

—Te ves preciosa —dijo sin voltearse a mirarme.

Levanté mi cabeza con sorpresa. Ante él no había nadie, Vitris y la señora Salma se habían apartado hacia la multitud que seguía observándome.

—¿Realmente lo crees? —le pregunté con los ojos al borde del llanto por su indiferencia.

—No importa lo que te pongas encima, siempre luces bonita —agregó volteándose hacia mí.

Era un brujo, o hechicero, o como me dejara llamarle, era normal que pudiera sentir mi presencia, sin más, en ningún momento se había molestado en mirarme con seriedad.

—Esta parte si es como en las películas de las que tanto hablas, nos están mirando. La única forma de solucionarlo es que bailemos, ¿sabes cómo?

—¿Tenemos que fingir nuevamente?

—No, hoy es tu último día aquí, solo intento ser amable. El último momento es el que define la experiencia. ¿Bailamos?

—Bailemos —respondí haciéndole caso omiso a mi cerebro.

Por primera vez entendí lo que era ignorar la razón por amor. Había regañado a Florencia tantas veces por no ser capaz de ponerle un alto a Nicolás, cuando en verdad no era tan fácil.

Me tomó de la mano y me llevó justo al centro de un círculo en el piso elaborado con técnica de mosaicos. Puso su mano derecha en mi cintura y sin soltarme puso las mía en sus hombros.

Los instrumentos comenzaron a sonar y dando el primer paso comenzamos a bailar un vals liviano.

Sentí que me ardía el corazón ¿debía decirle? ¿o no decirle? Sería extraño decirle: Te amo, pero tú estás enamorado de un recuerdo que temo traer de vuelta ¿puedes renunciar a él y amarme en esta vida? Sonaría realmente egoísta.

Cuando el sonido de la música se volvió aún más fuerte las personas también se unieron al baile como si nada hubiese pasado. Pensé que Keyban en ese momento me soltaría y simplemente se iría y me dejaría sola como solía hacerlo últimamente, pero no, pude haber jurado que su mirada se había incrustado en mis ojos, tanto era su amor por Sara que simpatizaba con mi espíritu.

—Keyban, ¿te puedo preguntar algo? —le pregunté cerca del oído.

—No te puedes quedar, no insistas —respondió.

—No es eso. ¿Realmente tu beso me ha enfermado? ¿o solo es una mentira para que me vaya? Sé sincero, de igual modo me iré.

—¿Vitris te dijo algo, verdad? —hizo una pausa y trajo la frialdad nuevamente a su mirada—, estás enferma porque me besaste, no tengo ninguna necesidad de mentirte, soy un ser mágico, maldigo hasta cuando estoy dormido por eso ahora estás en peligro.

—¿Por qué?

—Si te quedas vendrán a ti los recuerdos de tus vidas pasadas, y me temo que no podrías soportarlo.

—¿Puedes meterte en mi cabeza y ver cómo fue mi primera vida?

—No. Tu primera vida se une a tu alma y da orientación al espíritu de tus nuevas vidas. Es un ciclo.

—Tengo otra pregunta.

—¿Ahora qué? —dio un suspiro—. Al parecer ensayaste este baile muchas veces con Vitris, lo aprendiste a la perfección.

La verdad era que nunca había bailado antes. ¿Cómo me lo había aprendido? Quizás en uno de los libros que había visto.

—Ponme atención, por favor. Si te volvieras a encontrar con Sara en otra vida y ella fuera una persona totalmente diferente ¿podrías quererla tal como es?

—Ella siempre será la misma mujer de la que me enamoré.

—¿Y si no?

—Qué son esas preguntas, claro que la amaré.

—No estás enamorado, estás obsesionando —le recriminé—. La culpa no te deja tener una vida sana, si sabes que no fue tu culpa lo que pasó avanza y acéptalo, estoy segura de que eso es lo que ella querría.

—Dayanne.

—¿Qué?

—Es tu último día aquí, no quiero hacer que sea uno tormentoso, así que no vuelvas a hablar de ella, jamás la conociste.

—Keyban yo... quiero decirte algo.

Nuevamente ese dolor que no había venido a mí por un largo periodo se apoderó de mi cabeza.

—¿Estás bien? —preguntó.

—Estaré en el auto —le dije antes de salir corriendo.

El dolor ya me estaba abarcando todo el lado derecho de la cabeza, era tan insoportable que me tuve que detener a buscar algo para usar como soporte previo al momento en que me desmayara. Como no alcancé a llegar al vehículo me apoyé en una baranda metálica con la esperanza de que parara solo, no quería molestar más a nadie.

—Nos vamos, tienes que volver a tu planeta ahora mismo —dijo Keyban sorprendiéndome y elevándome en el aire hacia el vehículo.

—Keyban no, debo despedirme..., tenemos que hablar, por favor no te vayas, digo, no dejes que me vaya, yo te amo —recuerdo haberme despedido antes de perder la conciencia.

—Te mereces algo mejor que yo chica tonta —me acarició el rostro—. Cuando vuelvas allá no te conformes con la primera persona que te demuestre afecto, aprende a observar, no te sabotees a ti misma. Que al menos tú me recuerdes me hace sentir menos miedo, eso significa que fui alguien que estuvo a la altura de una hermosa mujer.

Desertores del GehennaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora