El mal acecha

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Luego de que salí del departamento caminé hasta el elevador y me paré justo en frente a la espera de que la cabina aterrizara delante de mí pronto, en lo que creí escuchar un susurro masculino apenas audible que irónicamente retumbó en mi cabeza. Sospeché que había alguien más por ahí en un lugar cercano o tal vez dirigiéndose a tomar el ascensor, por lo que de forma egoísta me apresuré a subir y a presionar el botón rumbo al primer piso, era común de mi parte no tener la intención de compartir un pequeño espacio con otra persona.

Pasé rápidamente por el supermercado y compré insumos básicos, entre ellos seis tarros de comida instantánea, un six pack de energizantes y un set de shampoo con acondicionador incluido ya que estaba en oferta. Resultaba que todos los jueves había ofertas convenientes expuestas en la vitrina de afuera. Me había dedicado a hacer tan bien mi papel en los últimos cinco años que me acostumbré a comprar siempre lo más accesible a pesar de poder comprar algo medianamente mejor.

Como ya tenía todo lo que necesitaba me encaminé animada hacia la universidad porque ese sería el último día que pisaría ese lugar hasta el día de la titulación, aunque el sol golpeaba tan fuerte esa tarde que cada paso que daba se sentía como retroceder dos, y el hambre estaba haciendo de las suyas imitando el sonido de un león en mi estómago a pesar de haber comido la fruta. Tras ignorar la fatiga después de unos minutos me encontré fuera del edificio de nuestra facultad, en donde estudiantes nuevos con una apariencia jovial y llena de energía parloteaban sin parar sobre sus expectativas, lo que era bastante interesante, tenía deseos de gritarles que eso solo duraba un tiempo, pero claro, hubiese parecido una loca celosa de su juventud.

Sin más distracciones solo me introduje por la puerta saludando con un asentimiento de cabeza al guardia, el que no tuvo necesidad alguna de pedir mi credencial. Él y yo ya nos conocíamos desde hace varios años. En algún momento de la vida universitaria había sido mi compañero, pero por una mala pasada del destino dejó de serlo, y con mal destino hablo de una manera literal, ya que perdió a toda su familia en un accidente de tránsito y tuvo que comenzar a trabajar para poder seguir solventando sus gastos vitales, convirtiéndose en una de las pocas personas por las que realmente podía sentir lástima sincera, éramos bastante parecidos.

Finalmente había llegado al casillero de Florencia, era totalmente inconfundible a causa de su excéntrica y sobresaliente decoración floral. Según ella las flores eran su sello, aun así, no entendía que relación podía tener una persona como ella con la delicadeza de las flores más allá de su nombre, era gracioso.

Metí la llave en el pequeño candado y abrí la puerta del casillero, cuando un olor a humedad me recibió imitando una brisa proveniente desde el fondo, aún así no era sorprendente, el invierno había terminado hace poco y el frío solía helar las páginas de los libros. Abrí un bolso de fibra plástica que me habían regalado en el supermercado por la oferta del shampoo y comencé a introducir sus pertenencias, primero un libro gordo y antiguo de historia de la ciudad Castilla, después dos cuadernos universitarios llenos de garabatos en la portada, seguido de un manojo de lápices sin punta, y unas cuantas cajas de cigarrillo con uno que otro dentro.

Estaba terminando de cerrar cuando de reojo vi a Nicolás venir hacia mí, un tipo de mediana estatura, algo desnutrido y con una vestimenta poco formal, pero qué decir de su perfume, daba la sensación de que se había sumergido en un tanque del producto, tanto así que resultaba vulgarmente molesto para mi sensible olfato.

—Qué bueno verte Dayanne, justo quería hablar contigo, intenté buscarte en las redes pero ni luces de tí —dijo impetuoso.

—Qué curioso, yo justo no tengo ni la más mínima intención de verte Nicolás, ya sé lo que le hiciste a Florencia anoche, así que si no quieres que te estampe un libro en la cara desaparece —le dije al mismo tiempo que acomodaba uniformemente las pertenencias de Florencia en la bolsa.

Desertores del GehennaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora