Una esperanza basta

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Estaba lista para partir en busca de la fuente de mi poder cuando esa luz molesta que me había advertido antes la llegada de mis depredadores volvió a aparecer detrás de mí. Temblé por una milésima de segundo. No sabía cómo reaccionar. ¿Realmente no se volvieron locos y solo les di un motivo más potente para acabar conmigo? No. No era posible. El mismo Keyban había descrito sus memorias como un lío de emociones duras de manejar.

Me armé de valor y di la vuelta. No esperaba nada. Mi agudo sentido de la intuición no era muy funcional aún.

Me preguntaba si lo que veían mis ojos tenía alguna explicación más o menos lógicas.

Se estacionó el rojo e inconfundible vehículo de Nicolás al costado derecho donde se habían estacionado anteriormente los idiotas que casi anulan mi propósito. Vi a Nicolás por el vidrio frontal del vehículo, pero antes de que se bajara se abrió una de las puertas de la segunda cabina; primero bajó Florencia y después con un poco más de dificultad Xiomi. Ambas vinieron hacia mí a paso rápido, mientras Nicolás finalmente se bajaba del automóvil.

—Con que acá estás —dijo Xiomi llevando descuidadamente su vista a mis heridas iluminadas por la esfera de luz, que, por cierto, parecía un juguete en mi mano—. ¿Pero qué te pasó, te caíste?

—Dayanne ¿qué te ha pasado?. Te advertí que sería peligroso.

—Pero chica mira como estás, Florencia me llamó y dijo que habías venido aquí a estas horas, le pregunté por qué, sin embargo, no dijo nada; me escapé de mis padres para venir a buscarte así que dame una buena razón por la que te viniste hasta acá sola, ¿qué pasa?, ¿tienes problemas?

—Bueno calmadas las dos —dije a la ligera viendo como Nicolás se incorporaba al círculo—. Me trajeron unos tipos en un viaje grupal, ya sabes esos que están de moda y me resbalé cuando me bajé del auto.

—¿Pero por qué viniste aquí? —insistió Xiomi.

Si les decía no me iban a creer. Si no les decía se iban a quedar. Demasiada presión e intrusión, llevándome a perder el tiempo que no podía desperdiciar.

—Adelante Dayanne, diles lo que me dijiste —agregó Florencia.

—Tu cuello —dijo Nicolás de pronto mientras lo señalaba.

—Oh, es verdad, ¡tienes un gran moretón, ¿y eso es sangre?!, ¿qué te pasó realmente Dayanne? —preguntó Xiomi sobresaltada.

—De acuerdo. Les explicaré todo a detalle por el camino. Sé que van a pensar que me he vuelto loca ustedes también y no puedo hacer nada al respecto por lo que se los advierto. Solo tienen dos opciones, confiar en mí y demostrar que me consideran su amiga, o simplemente dar la vuelta y volver a casa confiando en mi palabra de que estaré bien, porque juro que lo estaré. Pero por lo que más quieran decidan pronto, no puedo perder ni un solo segundo más.

—Recuerdo que me diste una oportunidad, tomaré este momento para devolvértela, así estamos a manos —dijo Nicolás en un tono fresco.

—Bueno, supongo que nada perdemos —agregó Xiomi.

—Ni que me pudiera volver sola a casa, pues vamos entonces —agregó también Florencia sin aceptar aún mi realidad.

A pesar de las durezas en sus palabras sabía muy bien que bajo ninguna circunstancia me hubiese dejado sola. De vez en cuando las personas muestran indiferencia cuando los sentimientos se los comen por dentro, ¿qué habría detrás? Supongo que es un mecanismo de defensa, el mundo les enseña que actuar en base a lo que sienten no es correcto, finalmente me hicieron sentido las palabras de mi madre aquél día de camino a casa después de cerrar el café.

Desertores del GehennaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora