Desperté con la cabeza aturdida, sin abrir los ojos comencé a intentar recordar qué había pasado antes de dormirme, pero en mi mente solo estaban los recuerdos de mí misma hablando con aquella voz que no dejaba de molestarme. No se me ocurría nada, ¿cómo había llegado a casa? Era una interrogante sin respuesta, pero estaba feliz de estar en el cómodo colchón de mi pieza, salvo un pequeño detalle, mi colchón nunca había sido tan cómodo, pero dicen que estar lejos de casa te hace valorar lo que ya tenías.
—¡Florencia! —grité— ¿Estás en casa? Por favor tráeme las gotas refrescantes de ojos, sé que las usaste la última vez que fumaste.
No hubo respuesta alguna, deduje que no estaba en casa, así que solo me senté y puse mis pies en el piso, y a pesar del peso de mis párpados abrí finalmente lo ojos.
Todo a mi alrededor parecía tan majestuoso, no como una era vieja, solo que demasiado... extraño. Las paredes eran de aleaciones de piedras mezclados con ladrillos de un material brillante y verdoso similar al jade, pero menos translúcido; el piso estaba hecho al parecer de una sola lámina de algún tipo de piso antideslizante pero que incoherentemente brillaba y daba la impresión de que al primer paso me podía resbalar, pero no, a pesar de que seguía sentada mis pies descalzos rozaban el piso y se mantenían firmes. La cama era muy similar a la mía, pero de una base hechas de alguna piedra roja, muy roja.
No tenía ni la más mínima idea de dónde podía estar, el lugar no parecía una cárcel, ni una casa tradicional, y muchos menos un hospital, era prácticamente una híbrida combinación de un cuarto de la edad media con otro del futuro, la única posibilidad parecía como una locura, más bien un imposible ¿era posible que finalmente la supuesta personita de mi cabeza me hubiese traído con ella?
Al menos tenía puesta mi ropa, sin embargo por más que buscaba mis zapatos no estaban en ningún lado, por lo que no tuve más opción que caminar descalza por la minimalista habitación. Divisé una puerta metálica similar a las de un ascensor, y a su lado había una pequeña pantalla táctil que irradiaba un color magenta. Intenté abrirla de forma instintiva, mas no hubo forma, estaba tan firme que comencé finalmente a entrar en desesperación, incluso me pregunté si era un sueño o una alucinación, sin embargo, a pesar de la gran cantidad de pellizcos que me di confirmé que no lo era.
—Oye vocecita ¿tú me trajiste aquí? —pregunté, pero no tuve respuesta—. Claro, lo olvidaba, hablas solo cuando quieres.
Tenía dos opciones, volver a la cama y hacerme la dormida hasta averiguar qué estaba pasando, o histéricamente comenzar a gritar para que alguien viniera inmediatamente y me diera una buena explicación de dónde estaba y cómo había llegado a ese lugar. Bueno, esperar no era mi estilo, así que sin más y con el corazón casi en la boca comencé a gritar.
—¿Hay alguien ahí? Si no me sacas ahora mismo de aquí te voy a denunciar —grité— ¿Realmente nadie va a venir? Oye señor que habla en mi cabeza, si me trajiste tú aquí al menos dímelo, y prometo que te dejaré de llamar fantasma.
A pesar de que insistí durante una gran cantidad de minutos hasta que mi garganta lo permitió nadie se hizo presente, y la voz tampoco se molestó en aparecer.
Estaba prácticamente rendida de tanto golpear la puerta, tanto así que me tiré sobre la cama con las esperanzas vencidas.
—¿Y ahora qué?, ¿me habré vuelto loca definitivamente? Esto parece motel temático.
—¿Motel qué? —preguntó la voz, pero esta vez no desde mi cabeza.
—¿Estás detrás de la puerta?
—Sí.
—Ábrela.
—Lo haré, pero espera.
—Ya esperé mucho, abre de una maldita vez —le dije con insistencia.
ESTÁS LEYENDO
Desertores del Gehenna
FantasyAún cuando el mundo de Dayanne se viene abajo una y otra vez desde su niñez al crecer en un entorno lleno de gente hipócrita y cruel logra mantener la cordura y cumplir con sus objetivos. Al convertirse en una mujer pronto a terminar sus estudios, e...