Capitulo 4.- Asesina (parte 2) / Un asesino en Lakewood.

188 39 21
                                    

De niña siempre entendió que el mundo era uno solo, variado, con infinidad de matices y muchos grises, pero era uno solo; sin embargo, supo que ella estaba hecha de un material distinto a esas niñas tan bonitas y bien arregladas que vivían en las grandes casas y a quienes veía pasear en los elegantes carruajes; ella jamás hubiese podido soportar tantas horas sentada, ya fuese tras un piano o con un bordado sobre su regazo. Su madre como mucama de una de esas familias le contaba historias de las cosas que se hacían tras los portones de las propiedades, tanto de las cosas lindas que poseían y los regalos que recibían, como también de las restricciones y lo aburrido que podía llegar a ser una vida de señoritas.

A veces admiraba todo aquello, mientras que otras, sentía pena de que, esas chicas no pudieran disfrutar de las cosas hermosas que habían de su lado del portón. Cuando su padre enfermó gravemente ella quiso ayudar a su mamá y sus hermanos, después de todo, ya estaba en edad para trabajar y tarde o temprano terminaría haciéndolo; su familia se enorgullecía de servir a una de las más prominentes familias de Chicago, así llegó a la casa Leagan.

Recordaba la primera vez que vio a la señorita Elisa, su piel blanca y risos peinados a la perfección, supo entonces que ella era de otro mundo, uno donde ni la señorita querría ser su amiga y ella tampoco desearía tener una amiga como aquella niña malcriada. Aprendió de su madre cual era la conducta que debía mantener en su trabajo, siendo correcta, respetando los protocolos de servicio y sobre todo ganándose su puesto para llegar a ser valiosa para tan notables patronos. A decir verdad, aprendió a disfrutar su empleo, adoraba ser útil e invisible, así no se metía en problemas y se mantenía a salvo de los arranques de los señoritos.

Esa estrategia le significó por mucho tiempo estar bien, sobrevivir en aquel entorno tan complicado. Respetuosa, prudente, útil e invisible, esas eran las claves que necesita ahora para poder sobrevivir.

Luego de la impresión que se llevó al encontrar a la señorita Elisa allí y en aquel estado, Dorothy se dispuso a averiguar dónde estaba; cuando al fin encontró otras lámparas grandes, las encendió y recorrió la enorme habitación que no reconocía, aquel lugar nunca lo hubo visto, no obstante, debía buscar la salida, mientras intentaba calmar con su voz, al ser que se retorcía sobre la cama tratando inútilmente de decirle cosas que no alcanzaba a comprender.

Corrió las cortinas apresuradamente, entonces su cuerpo volvió a temblar de miedo, tras la elegante y oscura tela, solo había un muro de ladrillos; sin ventanas para escapar, debía seguir buscando, el techo cubierto con enormes vigas de madera no era una opción, tratando de no sucumbir ante el pánico creciente, se dirigió a la esquina más alejada y descubrió unos 8 escalones que ascendían hasta una puerta de metal bastante gruesa, ¿acaso estaba en una mazmorra?, por mucho que intentó no pudo abrir ni mover un poco la estructura de hierro, se fijó que en la parte de abajo tenía un pequeño compartimento, tanto como para que pudiese pasar una pequeña mascota, tal vez un gato, siempre y cuando lograse abrirlo. Estuvo a punto de reír de sus pensamientos, pues pareció le absurdo, ¿Cómo haría para convertirse en gato y poder salir por allí?, luego maduró que si la abría podría gritar y pedir ayuda, ¿Mala idea?, sí, por ahora, ya que su plan hasta averiguar lo que pasaba consistía en ser invisible, prudente, útil y silenciosa.

Silenciosa y útil, retomó su plan, alguien debía venir, al menos a ver a la Señorita Elisa, y se darían cuenta que estaba ella allí también, ¿o no?. Se enfocó en atenderla, pues la mujer ya estaba demasiado agitada y adolorida por lo que adivinaba. Notó sobre la mesa un servicio de comida y un frasco de pastillas recetadas, así que trató de alimentar la pelirroja, pero esta rechazaba los cubiertos y con la mirada le señaló los medicamentos.

─Pobre señorita, ─ se compadeció─ el dolor debe ser muy fuerte, tome una de estas, ─le acercó hasta la boca la gragea y un vaso de agua, derramándose bastante con los torpes intentos de la enferma para controlar sus labios curvados y caídos; la limpiaba tratando de que la lástima que le producía ver a la soberbia mujer así, no se le notase en los ojos, por lo que siguió su casi monologo.

ASESINA (II) / UN ASESINO EN LAKEWOOD.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora