Capítulo 9

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24 de julio de 2022, San Rafael, los Pirineos



—¡Abuelo!

Mis padres volvieron al día siguiente, cansados después de dos días en el hospital, pero animados de poder regresar a su hogar. Su nieta les esperaba con ansia, acompañada por Ulfo y con un pastel que aquella misma mañana habíamos ido a comprar a la pastelería del pueblo. Quería darles una sorpresa a sus abuelos, aunque teniendo en cuenta que era de chocolate y tenía un dibujo de un muñeco de nieve en la superficie, seguramente no sería la que esperaba. Por suerte, como de costumbre, mis padres recibieron encantados su regalo. De hecho, mi padre no dudó en probarla allí mismo, hundiendo el dedo en el borde izquierdo.

—¡Madre mía, está buenísimo! —exclamó.

—¡Pero abuelo, con el dedo no se puede! —replicó Bea con voz chillona, casi tan indignada como divertida—. ¿A que no, mamá?

—No, pero... el abuelo está malito, así que puede hacer lo que quiera.

Abrió mucho los ojos, fascinada.

—¿De veras?

—Claro.

—¡Hala! ¿¡Y puedo yo también!?

Mi padre respondió cogiéndola en volandas, a ella y al pastel, y llevándoselos hacia la casa. Ulfo se unió, por supuesto. Levantó el rabo y salió a la carrera tras ellos, dispuesto a llevarse su porción de pastel.

—Parece que está bien, ¿no? —le pregunté a mi madre, aprovechando que nos habíamos quedado solas en el jardín—. Tiene buena cara.

—Sí, está bien. En el trabajo le han dado una semana de baja, así que me encargaré de que esté tranquilo en casa. Tu hija es una buena enfermera.

—Seguro que sí.

—Imagino que tú te vas, ¿verdad? Tus clientes te esperan.

Asentí con suavidad. Era domingo y hasta la siguiente mañana no tenía que abrir, pero incluso así quería volver a casa con cierto tiempo. La estancia en San Rafael había sido mucho más intensa de lo que jamás habría imaginado.

—¿Podrás con los dos?

—Por supuesto.

Me quedé a comer con mis padres, que disfrutaron de la presencia de sus dos "pequeñas" con gran alegría, y tras una sobremesa algo más larga de lo habitual, me despedí de todos. Solo me quedaba una semana para coger las vacaciones, por lo que, independientemente de cuál fuese el destino elegido, pronto Bea y yo volveríamos a estar juntas.

—Pórtate bien con los abuelos, ¿eh?

Nos dimos un abrazo, un montón de besos y nos despedimos. Me acompañó incluso hasta el coche, donde me volvió a lanzar más besos. Después arranqué y dejé la calle, despidiéndome temporalmente del pueblo y de mi pasado. La visita había sido breve, pero muy intensa...

Demasiado intensa.

Recorrí las calles a velocidad baja, empapándome del paisaje rural y sus gentes. A aquellas horas de la tarde los turistas se encontraban en la reserva, disfrutando del gran tesoro natural que teníamos en ella. Siendo joven soñaba con formar parte del equipo veterinario y poder cuidar de los animales. De salvar vidas y sanar sus heridas. Años después, el mero hecho de pensar en la reserva y sus sombríos bosques me hacía temblar. Siempre habíamos sospechado que aquellas montañas ocultaban secretos oscuros en su interior, pero después de la conversación con Milo, lo tenía más claro que nunca.

El renacerDonde viven las historias. Descúbrelo ahora