Capítulo 43

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Capítulo 43



26 de agosto de 2022, San Rafael, los Pirineos



Ojalá pudiese decir que la escena fue una visión fugaz que desapareció cuando parpadeé. Es cierto que se esfumó, pero tardó al menos cinco segundos. Una brecha de tiempo tan larga y brutal que logró no solo que el terror se apoderase de mí, sino también que mi mente grabase su rostro a la perfección.

Que lo memorizase.

Que lo reconociera.

Óscar Tizona estaba junto a la cama de mi hija, mirándola. La observaba con el semblante severo y los ojos claros fijos en ella. No parecía haber expresión alguna en su cara, y sin embargo... y, sin embargo, tuve pánico.

Por suerte, la imagen desapareció. Encendí la luz y, aterrada ante mi grito, Bea se despertó de un brinco. Me miró, con los ojos muy abiertos, y empezó a llorar de puro miedo. Poco después, para cuando ya la tenía en brazos y apretada contra mi pecho, apareció mi madre, despeinada y en pijama.

No necesitó más que mirarme a la cara para saber lo que había pasado. Al fin y al cabo, ella también lo había visto anteriormente...




Mi madre insistió en llamar a la policía. Yo no quería, no le veía sentido, pero ella no me escuchó. Contactó con la comisaría, y en apenas diez minutos ya había un coche patrulla con dos agentes, Robles hijo entre ellos. Javier golpeó la puerta con el puño, derrochando seguridad, y tan pronto mi madre entró y nos vio a Beatriz y a mí aterrorizadas en el salón, supo que había pasado algo grave.

Pidió a su compañero que se quedase fuera, vigilando. Después, tras hacerle las suficientes preguntas a mi madre como para creer entender qué había pasado, vino al salón con nosotras.

Tomó asiento en el sillón, a nuestro lado. Bea estaba agotada de tanto llorar y no me soltaba. Tenía sus brazos rodeando mi cuello y su cabeza presionando mi hombro, lo que dificultaba la conexión ocular con el policía. Por suerte, casi que lo agradecía. No me veía con fuerzas de hacerle frente.

—Hola, preciosa, te llamas Bea, ¿verdad? —le preguntó a la niña, tratando de sonar lo más agradable posible—. ¿Cómo estás, pequeña? Yo soy Javier, de la policía. Tu mamá y yo somos amigos desde hace tiempo y querría hablar ahora con ella... ¿te importa? Puedes ir con tu abuela si quieres.

Mi madre llamó a Bea, pero ella se resistió a soltarme. Tal había sido el nivel de pánico que había visto en mí que se negaba a dejarme sola. Instinto protector, supongo. Lamentablemente, no nos quedó más remedio que separarnos. Le susurré al oído que fuera con su abuela, que tenía que hablar con él, y aunque al principio no quiso, no le quedó más remedio que obedecer cuando me puse un poco más seria.

Ya con mi madre, ambas salieron al jardín a tomar un poco el aire, donde Ulfo las esperaba con las orejas agachadas.

—¿Estás bien? —me preguntó Javier en confianza tan pronto nos quedamos solos—. Me estás dando demasiados quebraderos de cabeza seguidos como para no preocuparme, Elisa.

—Lo siento —acerté a decir.

Quise mirarle a la cara, pero no pude. A pesar de todo, me avergonzaba de que mi madre le hubiese llamado. Tenía razón, últimamente no paraba de molestar y aquella situación me hacía sentir tremendamente vulnerable.

El renacerDonde viven las historias. Descúbrelo ahora