Capítulo 38

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13 de agosto de 2022, La Galera, los Pirineos



Me despertó el timbre del teléfono a primera hora. Un chirrido agudo cerca de mi cabeza que provocó que diese un brinco en el colchón. Normalmente lo ponía en modo avión por la noche, pero por alguna razón, me había olvidado.

Cogí el teléfono y comprobé el número. Por el prefijo, era de San Rafael. Dudé por un instante en responder, preguntándome si no sería Laura o mi madre desde sus propios fijos, pero finalmente acepté la llamada.

Para mi sorpresa, no, no eran ellas.

—¿Elisa? Soy Máximo De Guzmán, Elisa. Espero no haberte despertado, sé que es algo pronto...

Comprobé el reloj. Eran las nueve de la mañana, una hora algo temprana para una llamada un sábado, pero aceptable tratándose de una cuestión de trabajo.

Me esforcé por despejar la mente lo antes posible. Aún estaba tontada de las horas de sueño, que no habían sido demasiadas, pero aquella llamada me interesaba demasiado.

—No hay ningún problema, señor De Guzmán.

—Llámame Máximo, por favor, acabas de sumarme ochenta años al DNI. —Rio—. La cuestión es que ya hemos entrevistado al resto de candidatos, y tú has sido la elegida. Imagino que no te sorprenderá...

En mi mente, Manuel Quiroga sonrió. Estaba tan convencida de que mi antiguo profesor me había elegido desde el primer momento que no me cabía la menor duda de que el resto de las entrevistas había sido un puro paripé. Ventajas de ser la hija de uno de los miembros de la vieja guardia, supongo.

—Es una muy buena noticia —respondí, obviando su comentario—. Ya pensaba que hasta la semana siguiente no me dirían nada.

—¿La semana que viene? ¡Oh, no! Te necesitamos aquí el lunes. De hecho, ¿podrías pasarte hoy mismo por la oficina para que revisemos las cláusulas del contrato? Además, me gustaría poder charlar un poco contigo. Me enteré de lo que te pasó. Pensé en llamar, pero no quería incomodarte.

Tragué saliva, sonrojada. Resultaba cómico teniendo en cuenta que el comentario no comportaba nada más allá de interés por mi bienestar. Me quería en su plantilla y quería asegurarse de que estuviese bien. No obstante, incluso así, el tono que empleó logró hacerme sentir especialmente protegida.

Agradecí no tenerlo delante.

—Estoy bien, fue un susto, pero gracias por el interés —le aseguré—. Y sobre lo de pasar hoy por la oficina, me temo que no va a ser posible, estoy fuera. No obstante, mañana volveré a San Rafael, así que el lunes a primera hora puedo estar en la oficina para hablar del contrato.

—Permíteme entonces que te adelante las condiciones...

Pasamos un rato charlando. El trabajo en sí estaba bastante bien pagado, con unos horarios aceptables y una flexibilidad que podría permitirme ejercer tanto de madre como de veterinaria sin problemas. Además, conociendo mi situación personal, habían añadido una cláusula gracias a la cual a principios de septiembre revisaríamos el contrato para, en caso de que ambos lados estuviésemos interesados, alargarlo. Es decir, me contrataban para un par de semanas, seguramente para intentar convencerme de que me quedase, y para ello no dudaban en darme una buena cantidad de dinero. Quizás no tanto como lo que ganaba ahora, pero al menos me quitaba la preocupación de tener que gestionar yo misma el negocio. Además, los horarios eran mejores.

La conversación me dejó buen sabor de boca. Saber que alguien de fuera de mi entorno más cercano se preocupaba por mí resultaba halagador, aunque no me engañaba. Máximo De Guzmán era un hombre encantador siempre. A pesar de ello, me animó la mañana. Salí de la habitación con una sonrisa en la cara y me metí en la ducha. Cuando salí, ya totalmente despejada, me encontré con Bea y Milo en la cocina, que se estaban preparando el desayuno. La saludé a ella con un beso en la frente, a él con uno en la mejilla, y abrí el frigorífico en busca de algo con lo que llenar el estómago.

El renacerDonde viven las historias. Descúbrelo ahora