Capítulo 76

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Capítulo 76



Mayo de 2023, Reserva Natural de San Rafael, Pirineos



Tenía el sabor de la tierra aún en la garganta cuando volví. Para ese entonces yo ya estaba muerta, con doce puñaladas en el cuerpo, pero supe que Garrido me había desnudado y enterrado en la reserva, no muy lejos del lago Aguasclaras. Tardarían muchos años en encontrar mi cuerpo, si es que alguna vez lo hacían. Nadie sabía que estaba en la reserva, y el altercado con Garrido nunca salió a la luz. Nadie supo que le asalté en mitad del camino... nadie supo absolutamente nada. Simplemente me esfumé, y teniendo en cuenta mis últimas palabras con Cristian, las cuales supo rápidamente que eran falsas, creyeron que me había fugado.

Unos meses después, Garrido sería expulsado de Elinor y volvería para acabar con la vida del guardabosque que aquella noche estaba en la reserva.

—Corres demasiado —me advirtió Tizona al verme regresar abatida.



Me dejé caer en el suelo, sobre los cuadernos. Estaba totalmente destrozada, tanto física como mentalmente. Notaba el sabor de la tierra en la boca, pero también el dolor de las puñaladas en el pecho. La sensación del metal al hundirse en la carne, el calor de la sangre al salpicarme la cara y el cuerpo. El frío de la muerte cuando la vida me abandonó...

Miedo.

Tenía mucho miedo.

Había vivido cuatro vidas, y en todas ellas la muerte me perseguía y me acosaba. Me destrozaba la existencia, llenando de sombras y de oscuridad cuanto me rodeaba. Era como si no pudiera escapar de ella... como si me persiguiese.

Como si, a pesar de todo, no pudiese cambiar mi destino.

Me pregunté si llegaría el punto en el que tendría que sacrificar a alguien para poder seguir adelante. En cada uno de los escenarios que se me presentaban moría un ser querido para mí, pero el resto seguía adelante. Encontraban la forma de seguir... excepto yo, que volvía una y otra vez a la cueva.

Yo, que no era capaz de aceptar los giros del destino.

Yo, que estaba decidida a trazar el mejor desenlace posible para mi familia.

Empezaba a entender los ataques de ira de Tizona. Era complicado hacer frente a la vida con aquella carga a las espaldas.

Volvió a darme un poco de agua. Aquel día tenía el cabello recogido en una coleta baja y parecía especialmente ojeroso, como si no hubiese dormido en días. O en vidas, a saber. Además, había cambiado de cuaderno. Ahora tenía uno nuevo del que apenas llevaba unas cuantas páginas escritas.

Volvió a tomar asiento a mi lado. Empezaba a convertirse en una tradición.

—¿Cuántas vidas ha vivido? —pregunté.

—Muchas más de las que probablemente creas. Cada vez que cojo un cuaderno, creo una nueva, imaginando el principio y el final. Trato de dibujar el arco de mi vida, como si de una película se tratase, y le busco los fallos. Le busco los puntos de mejora. He perdido cinco veces a mi familia: no me puedo permitir una quinta. No podría seguir adelante.

—¿No consigue salvarlas?

Tizona negó con la cabeza. Por mucho que viajaba en el tiempo y pasaba largas temporadas en sus nuevas vidas, tratando de reencauzar todos sus errores, no era capaz de cambiar el desenlace. Su mujer y su hija morían, pero no sabía cómo evitarlo. No sabía qué era lo que provocaba su trágico desenlace.

El renacerDonde viven las historias. Descúbrelo ahora