Capítulo 55

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27 de diciembre de 2022, San Rafael, los Pirineos



Quedamos para cenar al día siguiente. A él le hubiese gustado aquella misma noche, para poder celebrar juntos parte de la Navidad, pero la noche anterior Bea ya se había quedado con mis padres y quería estar con ella. Así pues, tuvo que esperar unas cuantas horas para convencerme de vernos.

No es que no quisiera, mentiría si dijera lo contrario, pero me sentía un poco incómoda. Se había tomado demasiadas molestias para hacerme el regalo, incluyendo a mi padre en la ecuación, y me resultaba extraño. Era evidente que le interesaba, lo había demostrado anteriormente, sobre todo en la última cena, pero por el momento no había pasado nada entre nosotros. Entonces, ¿por qué arriesgarse de aquella manera?

Mientras me vestía no paraba de darle vueltas al tema. Habíamos quedado en el restaurante de uno de los hoteles de las afueras, en el Hotel Gran Reserva, donde se esperaba que los clientes fueran mínimamente bien vestidos. Consciente de ello, me puse una camisa negra y una falda a juego que, sumado al cabello recogido, me daban un aire bastante solamente. Botas altas, medias claras y un poco de maquillaje, lo justo para sentirme cómoda, pero no parecer que acababa de levantarme. Finalmente añadí un poco de colonia, me ajusté bien la pulsera en la muñeca y fui para allí.

Tan puntual como de costumbre, Máximo ya me estaba esperando en el vestíbulo de entrada cuando llegué. Nos saludamos con un beso en la mejilla, sinceramente satisfechos de volver a vernos, y entramos. Nos habían reservado una mesa al final de la sala, relativamente cerca de la chimenea encendida, donde en las paredes de piedra se podían ver algunas fotografías antiguas de los dueños del hotel con celebridades locales. En todas sonreían, siempre acompañados de enormes bandejas de comida de aspecto muy calórico.

Parecía delicioso.

Otra cosa no, pero allí se comía bien. Solo había ido dos veces en mi vida, pero en ambas ocasiones me lo había pasado genial. La primera había sido para un cumpleaños de mi madre. Mi padre había decidido celebrarlo por todo lo alto y nos había invitado a las dos a comer. Personalmente no recordaba qué habíamos elegido, pero sí la enorme satisfacción de tener el estómago tan lleno y casi no poder ni movernos. Aquel día había sido muy divertido, lleno de risas y de regalos. Un día para recordar.

La segunda vez había sido diferente. No había sido para celebrar un cumpleaños, sino la visita de un familiar cuyo nombre ya no recordaba. Uno de los primos de mi madre. Entonces habíamos vuelto todos a comer, incluyendo los hijos del susodicho. Aquel día no había sido tan divertido, pero Cristian había estado invitado, lo que había amenizado la velada. Le encantaba participar en aquel tipo de eventos familiares.

—¿Te gusta el sitio? —me preguntó Máximo, carta en mano. Para la ocasión se había vestido con un elegante traje negro sin corbata que le sentaba muy bien—. He venido un par de veces y la verdad es que se come de maravilla.

—Me gusta, sí, gracias por invitarme —respondí. Dejé mi propia carta sobre la mesa, teniendo ya bastante claro lo que quería, y apoyé el codo, dejando a la vista la pulsera.

La sonrisa de Máximo se hizo enorme.

—Gracias por el regalo, es preciosa —dije, dedicándole una sonrisa sincera—. No hacía falta.

—Me apetecía hacerte un regalo. Tú has decidido sacrificar tu vida para quedarte con nosotros en la reserva, ¿qué menos que agradecértelo?

Era complicado no sentirte especial cuando alguien como él te dedicaba unas palabras tan bonitas, mirándote a los ojos. Sabía lo que hacía, sabía cómo seducirme, y aunque a veces intentaba resistirme, era innegable que sabía qué hacer para captar mi atención.

El renacerDonde viven las historias. Descúbrelo ahora