Capítulo 33

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Capítulo 33



09 de agosto de 2022, Hospital de Sant Carles Redentor, los Pirineos



Desperté.

No sabía ni dónde ni cuándo, pero tras un largo y reparador sueño, desperté tumbada en la habitación de un hospital, con Laura dormida en la butaca de las visitas y Milo sentado en el suelo, con la cabeza caída sobre los brazos. Ambos estaban en posturas imposibles que poco favor le estaban haciendo a sus espaldas. En cuanto despertasen, se arrepentirían de ello. Pero al menos dormían, que no era poco. Después de más de un día entero de vigilancia frente a mi cama, esperando el momento en el que al fin abriese los ojos, el cansancio les había vencido.

Miré por la ventana. Fuera, era de noche. Noche cerrada, de hecho. traté de comprobarlo en mi reloj, pero no lo llevaba. Tampoco tenía el teléfono a mano, solo una bata blanca poco favorecedora que me dejaba la espalda al aire, y unos calcetines. Al menos habían tenido la decencia de dejarme la ropa interior, algo era algo.

Me bajé con lentitud de la cama, sintiendo que todos mis músculos se reactivaban al instante, y al sentir mi propio peso al poner los pies en el suelo supe que no me iba a caer. No sabía cuánto tiempo había dormido, pero estaba en plena forma. Bajé, lancé una fugaz mirada hacia mis dos amigos, y pasé por delante para salir al pasillo. A aquellas horas no había demasiado movimiento. Tan solo una enfermera en el puesto de control, demasiado concentrada en repartir correctamente la medicación como para darse cuenta de que había salido, y poco más. Creí ver a un visitante en la lejanía, entrando en la sala de espera con un café, pero tampoco me vio. Busqué con la mirada un reloj y comprobé que eran las tres de la madrugada.

—¿Las tres? —me pregunté.

A lo que la enfermera, que al fin parecía haberse dado cuenta de que deambulaba por el pasillo y había acudido a mi encuentro, respondió:

—Me alegra ver que te has despertado por fin, Elisa. ¿Qué tal si vuelves a tu habitación? El doctor no vendrá hasta la mañana.

—¿Dónde estoy? —pregunté, aún desorientada.

—En el hospital de Sant Carles Redentor —me aclaró, tirando de mí con suavidad hacia mi habitación—. Viniste hace dos noches. Te trajo la policía.

—¿La policía?

La enfermera asintió y entramos juntas. Para evitar que pudiera volver a salir de paseo despertó a Laura y a Milo, que rápidamente se pusieron en pie al verme despierta. Les pidió que me controlasen, que no debía salir de paseo sola, y que en unas horas vendría el doctor. Debía descansar, decía. Descansar... teniendo en cuenta la cantidad de horas que había dormido, ¿cómo seguir haciéndolo? Era imposible. Estaba desvelada. Además, después de todo lo que había pasado... después de todo lo que había visto...

No, no podía descansar.

—Tengo que irme —le informé cuando salía—. No puedo quedarme.

—Sea lo que sea que tengas que hacer, seguro que puede esperar unas horas más —aseguró la enfermera, y cerró la puerta.

Sentí los brazos de Laura al rodearme el cuello y estrecharme contra su pecho. Seguidamente, Milo nos rodeó a ambas por la cintura, y nos fundimos en un único abrazo, con las tres cabezas pegadas. Personalmente seguía lo suficientemente confusa como para no entender nada de lo que estaba pasando, pero agradecí el gesto. Cerré los ojos y dejé que su cariño consolara un poco mi alma herida.

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