Capítulo 29

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Capítulo 29



07 de agosto de 2022, San Rafael, Pirineos



No salió de entre las sombras, ni tampoco hizo una entrada espectacular. Sencillamente estaba allí, desde el principio, solo que yo no lo había visto. Se camuflaba a la perfección con el bosque, como si formase parte de él, y hasta que no rompió el silencio con su voz, mis ojos no fueron capaces de verlo.

Pero estaba allí.

Luís Escudo se incorporó y salió entre los árboles. A pesar de haberlo visto solo una vez y desde la lejanía, lo reconocí al instante. Sus ojos negros y la piel nívea que tanto le caracterizaban eran inolvidables. Se acercó a mí con paso tranquilo, descubriendo que él también fumaba algo, un cigarro de liar en apariencia, y se detuvo a cierta distancia. Cuando Ulfo se acercó a él, Luís le acercó la mano al hocico para que lo oliese y se lo ganó. El perro se plantó a su lado, frotando su cabeza contra sus piernas, y no se alejó hasta que le acarició entre las orejas.

—Buen chico —le dijo, dedicándole una sonrisa cálida—. ¿Qué tal se portan tus dueños contigo?

—Muy bien —respondí yo, saliendo de mi estupor para acudir a su encuentro—. Mis padres le cuidan como a un hijo más.

Escudo se agachó para depositar un beso en la frente de Ulfo. A continuación, volvió a incorporarse con tranquilidad, con movimientos relajados, y me miró a los ojos. Su mirada era muy fría, distante incluso, pero había una chispa de familiaridad en sus ojos. Una sombra que, por alguna extraña razón, me recordó a Cristian.

Se esforzó por dedicarme una sonrisa.

—Espero no haberte asustado. Di por sentado que no me habías visto.

—La verdad es que no.

No era de sorprender. Además de la oscuridad reinante, se le sumaba la vestimenta de Luís. No diré que iba como un pordiosero, porque no era cierto, pero vestía con unos pantalones negros y una sudadera con capucha gris oscuro con el que podía camuflarse a la perfección en la noche. En los pies llevaba botas de montaña, bastante desgastadas y viejas, y en la cabeza una gorra que cubría un cabello cortado a cepillo que había empezado a clarear.

Calculé que debía rondar los cuarenta, no más.

—Suelo venir al menos una vez al mes —comentó despreocupadamente—. Los vecinos vienen con sus perros y yo los observo, para tener un poco de contacto humano, supongo. Me gusta ver el vínculo entre mascota y dueño.

—¿Los espías?

Luís se encogió de hombros.

—Es una forma de verlo. Personalmente me gusta pensar que socializo un poco. No hablo con nadie, pero al menos no estoy solo.

Era una forma extraña de decirlo. De hecho, todo él era extraño. Incluso pudiendo pasar por un vecino más de la zona, era innegable que Luís Escudo era diferente. Su aspecto, su mirada, su olor... emanaba de él una mezcla de olores a bosque que lo hacían único.

—¿Y por qué conmigo sí que has decidido hablar? —pregunté, incapaz de disimular la sonrisa que me causaba verle acariciar a Ulfo. El animal parecía conocerlo de toda la vida—. Podrías haberte quedado en la penumbra, observando.

—Te escuché —confesó—. Escuché lo que dijiste y creí que tenía que salir. De hecho, me arrepiento de no haberme acercado cuando vinisteis a las ruinas. Escuché que habías vuelto al pueblo, y quería ver cómo eras.

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