Capítulo 15

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01 de agosto de 2022, San Rafael, Pirineos



Aquella tarde salimos de paseo con Beatriz por el pueblo. En la plaza del ayuntamiento se había organizado una pequeña feria veraniega para los más pequeños, por lo que al caer el sol nos reunimos la mayoría de los padres y abuelos del pueblo con nuestros respectivos hijos y nietos, dispuestos a disfrutar de la velada. Música, puestos de comida, un escenario para marionetas y un par de universitarios pintando caras por el módico precio de un euro eran todo lo que necesitábamos para pasar una tarde entretenida.

Ah, y sobre todo para desconectar. Escuchar y ver a Beatriz jugar con otros niños era tremendamente relajante.

—¿Quieres algodón? No sé para qué hemos cogido el grande, siempre me lo acabo comiendo yo —comentó mi madre, ofreciéndome la caja de plástico donde aún quedaba más de la mitad de la nube de algodón de azúcar que anteriormente le había comprado a la niña.

—Si ya te lo he dicho, mamá, a ella con que le des un pellizco ya tiene más que suficiente.

—Ya, bueno, pero es un día de fiesta.

Ella misma se lo decía todo. Cogí un poco de algodón y me lo llevé a la boca, donde rápidamente se deshizo. Estaba muy bueno. No tanto como el que recordaba de la feria de San Rafael, la de verdad, no aquel amago, pero sí lo suficiente como para endulzarme aún más la velada. Ahora que por fin se me había ido el dolor de cabeza, me encontraba mejor.

—Oye, ¿qué planes tienes para estos días? Imagino que no te los pasarás metida en casa.

—Pues no lo había pensado, la verdad. ¿Molesto, o qué?

—¿Cómo vas a molestar? —Mi madre cogió otro pedazo de azúcar—. Solo digo que son vacaciones, tendrás que llevas a la niña a algún sitio.

—¿Con traerla aquí no vale? —Le dediqué un guiño antes de que empezase a protestar—. Algo se me ocurrirá, tranquila. No te la voy a dejar todo el día metida en casa.

Mi madre empezó a hablarme sobre cierto pueblo no muy lejos de allí donde se había organizado un conjunto de actividades para niños de la edad de Beatriz cuando, tras casi una hora perdido, vi aparecer a mi padre en compañía de dos hombres. Ambos eran de su misma edad o parecida, cerca de la jubilación, y hablaban entre sí con el gesto severo. De hecho, si no fuera porque apenas gesticulaban, diría que estaban discutiendo.

Se detuvo a cierta distancia para acabar de cerrar cual fuera su conversación, se estrecharon las manos y, dando por finalizado el encuentro, nos buscó con la mirada.

Levanté la mano para que nos viera.

—¡Llevo una hora buscándoos! —dijo, tomando asiento a mi lado en el banco. Estiró el brazo hasta el cubo de algodón y cogió un buen pellizco—. ¿Dónde está la princesa?

Mi madre señaló la mesa donde una chica de pelo rizado estaba pintándole la cara a Beatriz de tigre y ella levantó la mano a modo de saludo. Nosotras respondimos con el mismo gesto, pero no fue suficiente. Quería una foto, al parecer.

La abuela salió en su rescate.

—No sé qué va a hacer tu madre cuando os vayáis —exclamó mi padre, quedándose con el cubo de azúcar—. La niña le da la vida.

—Ya veo, ya.

—Por cierto, quería comentarte. Ha salido una vacante en la reserva... y sí, antes de que me mandes callar, quiero que lo escuches. Es para el equipo veterinario. Uno de los chicos ha decidido dejarlo y volverse a la ciudad. Parece que no le convence mucho el trabajo... aunque claro, teniendo en cuenta que un ciervo casi le saca un ojo con los cuernos, pues es comprensible. —Se rio de una broma que yo no llegué a captar—. La cuestión es que están buscando a alguien para incorporarse en septiembre. Yo ya sé que a ti seguramente no te interese, pero por si acaso he dado tu nombre.

El renacerDonde viven las historias. Descúbrelo ahora