Capítulo 58

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28 de diciembre de 2022, San Rafael, los Pirineos



Aquel día se desató el caos. Después de la estancia en la comisaría, Natalia y yo nos separamos. Ella se fue escopeteada a casa, para contactar con su bufete de abogados de cara a la incriminación de Garrido, mientras que yo me fui directa al apartamento de Laura y Milo. Ella estaba en el ayuntamiento trabajando, por lo que decidí que esperaría a medio día para decírselo. No quería entorpecerle la jornada laboral. A Milo, sin embargo, no dudé en contárselo. Él estaba de vacaciones, como yo, por lo que no me costó encontrarlo. Cuando no estaba en la reserva estaba en casa, así que fue fácil.

—¿Sí? —respondió al portero automático.

—Abre, soy yo.

Subí en apenas unos segundos la escalera, subiendo los peldaños de dos en dos. Una vez en su piso, me abalancé sobre él, dejándolo perplejo ante mi arrebato. Lo abracé con fuerza, sintiendo la emoción de nuevo llenarme los ojos de lágrimas, y lo dije.

Lo solté.

Milo palideció.

—¿Lo dices en serio? ¿Ha confesado?

Asentí y Milo se rompió. Se llevó la mano al pecho, a la altura del corazón, y empezó a llorar. No se lo podía creer. De hecho, a ambos nos costaba creer lo que había pasado, pero era innegable que Javier nos había ayudado.

El mismo Javier con el que se había partido la cara hacía unos meses.

El mismo con el que le había engañado su mujer.

Era increíble.



Esperamos a Laura para contarle la noticia. Ella también se quedó impactada, aunque logró recomponerse antes que nosotros. Era posible que supiese algo más de la investigación. De hecho, por el modo en el que reaccionó sospeché que Javier le había estado pasando información, pero no me importó. Aunque lo hubiese sabido, nada cambiaba la gran noticia.

Celebramos la noticia juntos con una copa de vino y volví a casa de mis padres para explicarles lo ocurrido. Probablemente debería haber esperado a que Bea no estuviese delante para decirlo, pero no pude esperar. Me estallaron las palabras en la boca, como si no pudiera reprimirme. Y lloré otra vez. De hecho, todo apuntaba a que iba a pasarme el día llorando. Sin embargo, no me importaba. Mientras fuese por un motivo como aquel, nada importaba.



Aquella tarde volvimos a casa algo tarde, ya de noche. Aún quedaba una hora para cenar, pero incluso así Natalia ya lo había preparado todo. La cena y la maleta, para ser más exactos. Después de haberse pasado todo el día al teléfono con el bufete, había llegado a la conclusión de que lo mejor era gestionarlo en persona. Desde la distancia todo era demasiado complicado.

—¿Significa eso que te vas?

—Después de cenar, sí. Quiero despertar ya en Barcelona.

—No sé yo si es buena idea conducir de noche, las carreteras están heladas.

—Iré con cuidado.

No podía culparla. En su lugar, seguramente yo habría hecho lo mismo. A pesar de ello, me entristecía su marcha. Sabía cuándo se iba, pero no cuándo regresaba, y eso era peligroso. Natalia había venido hasta San Rafael únicamente para descubrir al asesino de su hermano. Ahora que por fin lo había conseguido, aunque no fuese del todo cierto, ya no tenía motivo para regresar. Y sí, estábamos Beatriz y yo, por supuesto, eso era un punto a favor. Por desgracia, también estaba Milo, y eso lo complicaba todo.

El renacerDonde viven las historias. Descúbrelo ahora