Capítulo 54

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26 de diciembre de 2022, San Rafael, los Pirineos



A las doce de la mañana ya estaba frente a la tiendecita donde había visto la pulsera. No tenía del todo claro qué iba a preguntar, ni tampoco cómo iba a obtener la información que quería, pero el impulso me había arrastrado hasta allí. Había conducido el coche de Milo como una auténtica loca, rechazando el que me acompañasen, y una vez allí, con la nieve aún amontonada en las aceras, me dispuse a saber quién estaba detrás de aquel regalo.

Quién me había estado espiando... quién se había colado en el apartamento.

Cogí aire y miré el rótulo de la tienda: "Regalos y recuerdos de Lola". Después, tras echarle un rápido vistazo al escaparate donde la pulsera ya no estaba, entré. El local se mantenía tal y como lo recordaba, pequeño, sombrío, con muchos productos en las estanterías de madera y una anciana mujer detrás del mostrador. Lola, supuse.

—¡Felices fiestas, señorita! ¿En qué puedo ayudarla?

Tragué saliva. Diría que dudé por un instante al ver que era una mujer muy mayor, pero mentiría. Estaba totalmente decidida.

Saqué la caja del bolso y la abrí en el mostrador, para que pudiese ver la pulsera. Ni tan siquiera me había atrevido a tocarla: no había sido capaz.

La mujer la reconoció de inmediato.

—¡Ah, la pulsera! —exclamó—. Así que es usted la señorita para la que era este regalo... vaya, vaya. Se trata de una joya muy especial, se hicieron tan solo veinte unidades. Las hacía un artesano de la comarca, Andreu Bonafort... un auténtico maestro. A nuestra tienda llegaron solo dos, el resto se vendieron en subasta, de ahí a que tenga un valor tan elevado.

—Es preciosa —admití—. Me enamoré de ella nada más verla... y veo que alguien ha decidido regalármela. ¡Ha sido una auténtica sorpresa! Sin embargo, no ha querido darme su nombre... ha sido un regalo sorpresa y me gustaría poder agradecérselo. Quisiera... bueno, quisiera poder saber quién la compró. ¿Sería posible que usted me ayudara?

Podría haberme trabajado una excusa mejor, lo admito. Una historia perfecta ante la que la anciana no tuviese más remedio que aceptar. Sin embargo, me traicionaron los nervios. Dije lo primero que se me pasó por la cabeza y Lola, que en el fondo creía en el amor, decidió posicionarse del lado del misterio.

—Ay, lo lamento, pero si no ha querido decírselo, por algo será... quizás espere el momento oportuno.

—Seguramente, pero me gustaría poder adelantarme. Verá, creo saber quién es y no quisiera que siguiésemos perdiendo el tiempo.

—A veces en el amor no nos queda otra que esperar. El momento perfecto acaba llegando, no desespere.

—Entiendo entonces que no me va a decir nada.

La anciana respondió con una amplia sonrisa. Después, me dijo que no.

Arg.

Traté de convencerla un par de veces más, pero el resultado fue negativo. Parecía convencida de estar haciendo lo correcto. Desesperada, no me quedó más remedio que maldecir mi suerte y volver. Siempre cabía la posibilidad de que hubiese cámaras en el portal de Milo y Laura, pero tenía serias dudas.

Me despedí de ella y salí. Antes de cerrar la puerta, sin embargo, me llamó. Al volver la vista atrás vi que tenía medio cuerpo asomado por encima del mostrador y que me miraba con ojos de pilla.

—Solo le diré una cosa, para darle más emoción... y es que tenía unos preciosos ojos azules. Pena del pendiente, nunca entendí por qué insisten en ponérselo... como sea, ¡felices fiestas, señorita, y disfrute mucho de la vida y del amor!

El renacerDonde viven las historias. Descúbrelo ahora