Capítulo 79

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Capítulo 79



14 de enero de 2016, San Rafael, los Pirineos



Sonaba el teléfono.

Sonaba muy fuerte, pero a la vez muy lejano... como al final de un largo pasillo.

Al final del sueño.

Al final de otra vida.

Pero sonaba. Reconocía el timbre.

Abrí los ojos lentamente y me descubrí en la oscuridad de mi habitación. ¿Dónde sino? Extendí el brazo hasta la mesilla de noche y cogí el teléfono. Sonaba a todo volumen con el nombre de Laura en la pantalla.

Comprobé la hora. ¿Las diez de la mañana? Demasiado pronto...

Acepté la llamada y me llevé el teléfono a la oreja. A mi lado, alguien se movió. Giró sobre sí mismo, con los ojos aún cerrados, y enterró su cabeza en mi hombro, maldiciendo entre dientes el maldito timbre del teléfono.

Cristian.

—¿¡Te lo puedes creer!? ¡Anoche se fue con Marta! ¡Se fue a su casa, Elisa! ¡A su casa! ¡Como no estaban sus padres, quería aprovechar! ¡Pero será cerdo!

Miré el teléfono, totalmente desconcertada, y después miré a Cristian. La poca luz que emitía la pantalla del móvil dejaba entrever su rostro. Y sonreía.

Sonreía con maldad.

Volví a llevarme el móvil a la oreja. Sinceramente, no tenía la más mínima idea de lo que me estaba hablando, pero no me importaba. Encajaba. En el fondo, todo encajaba.

—¿Quién se ha ido con quién?

—¿¡Pues quién va a ser!? —Parecía fuera de sí—. ¡Milo! ¡Milo se ha ido con Marta, la hija de su jefa! Dios, sabía que esa chica nos iba a traer problemas, te lo dije. Tan guapa, tan alta, tan lista...

Cristian rio entre dientes, malicioso. En ese entonces, su risa me pareció el sonido más maravilloso del mundo. La música de los dioses.

—Dile a tu amiga que se aguante, ya que nosotros tenemos que tragar con el bocazas de Robles, pues que ella aguante a Tizona. ¡Es lo que hay!

—¡Eh, te he oído! —chilló Laura desde el teléfono—. ¡Te he oído, Soler! ¡Maldito seas!

—Pasando de ella —respondió.

Cristian me cogió el teléfono y colgó la llamada, dejando a Laura con la palabra en la boca. Seguidamente, dedicándome una mirada llena de ternura, acercó su mano a mi mejilla y la acarició con la punta de los dedos, en un gesto cargado de amor.

Nos besamos con cariño... con miedo. Él por todo lo que habíamos hablado la noche anterior, cuando le había confesado que estaba embarazada y había entrado en pánico. Yo, por temor a perderlo. No tenía claro qué estaba pasando, ni dónde estaba, pero él estaba a mi lado, en su casa, y nos estábamos besando.

Era catorce de enero de 2016 y no había muerto.

—Oye, perdóname por lo de ayer —murmuró, separando sus labios de los míos únicamente un instante para apoyar su frente sobre la mía—. Reaccioné como un niñato. Me puse un poco nervioso, y... bueno, no sé. No me lo esperaba, pero me hace ilusión. Me hace mucha ilusión. Somos unos críos, pero saldremos adelante. Además, tengo un buen trabajo. Aurora me trata muy bien, y su padre se encargó de dejarnos un buen sueldo antes de jubilarse.

El renacerDonde viven las historias. Descúbrelo ahora