PROLOGO

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Lara Castro descendió de su coche que acababa de aparcar frente al Monasterio. En cuanto puso un pie enfundado en un elegante zapato de tacón fuera de él, el sonido de la gravilla convocó recuerdos que acudieron en tropel a su mente. Allí había transcurrido su infancia, corriendo entre las piedras del ruinoso edificio y los viñedos que su familia poseía desde hacía varias generaciones. El inmenso complejo medieval se había ido deteriorando poco a poco hasta quedar medio perdido entre la maleza, frente a la casa familiar, porque los beneficios del pequeño viñedo solo daban para subsistir. Así habría seguido de no haber tenido un golpe de suerte que lo había cambiado todo.

Su trabajo.

Lara, a quien los ordenadores le interesaban mucho más que la elaboración del vino, había estudiado una ingeniería informática y entre sus logros profesionales contaba el haber desarrollado una aplicación para teléfonos móviles que tuvo un éxito arrollador. Se trataba de un servicio de gestión de reservas hoteleras. No solo analizaba cientos de webs en segundos y conseguía los mejores precios para los clientes como otras tantas, sino que incentivaba a los usuarios con premios si resolvían algunos sencillos acertijos. Al hacer la reserva era frecuente que el cliente acabase consiguiendo alguna comida gratis o una noche extra de alojamiento.

Pero eso no era todo.

A veces, incluso si se entraba en la aplicación sin la intención de hacer una compra, solo con resolver un rompecabezas se podía conseguir una comida, un viaje completo o una excursión. La crisis había obligado a los hoteleros a ser creativos para no tener que cerrar y estaban dispuestos a asumir los premios si eso atraía a gente a sus negocios, así que la aplicación de Lara fue bien aceptada y enseguida se popularizó. Primero entre profesionales del sector y después entre el gran público, que jugaba a todas horas para tentar a la suerte.

Antes de que Lara se diera cuenta, la aplicación empezó a generar unos beneficios de muchas cifras. La publicidad era el verdadero negocio. Mientras el internauta hacía sus gestiones, comentaba sus viajes o jugaba, constantemente era bombardeado por anuncios, aunque Lara había logrado que se integrasen tan bien en el entorno de la pantalla que no resultaban molestos para el usuario. Era una publicidad sutil, pero constante y efectiva, por lo que muchas empresas al principio tenían que esperar su turno para aparecer. Esto obligó a Lara a desarrollar un algoritmo que predijera cuáles eran las preferencias de los usuarios, para poder atender la demanda de los anunciantes y seleccionar para los compradores los spots que más se ajustasen a su perfil.

Después de meses de trabajo, lo logró.

El dinero empezó a entrar a raudales en su cuenta bancaria, pero ella sentía que le faltaba algo para ser feliz. Pasaba demasiadas horas sola y encerrada frente al ordenador, y quiso cambiar de vida. Esa mañana de primavera, caminando hacia la casa de sus padres, supo que no se había equivocado al tomar su decisión.

—Me sobraba dinero y me faltaban mis raíces —dijo en un susurro, a sí misma, al soplo de viento que le acababa de alborotar el cabello, al pedazo de cielo que enmarcaba el mundo del que procedía.

Adoraba ese trozo de campo cerca de Peñafiel, esas viñas y las ruinas donde había dejado siempre volar su imaginación. Lo tenía todo: aire limpio, un castillo a lo lejos en lo alto de una loma, un pequeño pueblo donde casi todos se conocían y una casa al pie del viñedo en el que sus padres se sentían felices. La idea de regresar allí empezó a germinar en su cabeza en las largas noches que pasaba sola mejorando su programa. Quizá fue nostalgia de su anterior vida o que se había cansado de estar siempre pendiente de una pantalla, o quizá era que extrañaba a cierto italiano sexi que trabajaba en el viñedo, pero el caso era que había decidido volver a la vida en la que creció y recuperar lo que había dejado en las viñas. Unos meses atrás, después de haber rechazado varias antes, aceptó una oferta de una de las mayores compañías informáticas. Le vendió la aplicación y eso le proporcionó el dinero para cambiar de vida.

Cerró los ojos y se dejó llevar por sus deseos. Cambió los ordenadores por un proyecto que antes de la importante inyección de dinero solo era un sueño que acariciaba desde niña.

Sus ojos castaños se iluminaron al posarse en el impresionante edificio cisterciense y una sonrisa presidió su delicado rostro al percibir lo espectacular que se veía después de la reforma en la que había empleado la mayor parte de los beneficios de la venta de la aplicación.

El Monasterio de las Viñas había dejado de ser pasado para convertirse en el futuro de Lara, en el lugar más hermoso de la zona: un hotel muy especial que quería compartir con cuantos se decidieran a visitarlo.

Aspiró el aroma a campo que tanto había echado de menos en los años que pasó en Madrid y, decidida, dirigió sus pasos hasta la casa en la que vivían sus padres, a unos doscientos metros de la entrada del antiguo convento. No la esperaban hasta el mediodía, pero eran tantas las ganas que tenía de volver que, en cuanto se despertó esa mañana, agarró la maleta que había preparado por la noche y se despidió de su antiguo piso sin ninguna pena. Ansiaba regresar a aquel precioso lugar de la provincia de Valladolid.

Ella, como el Monasterio, retomaba su pasado, pero ambos iban a escribir un nuevo capítulo de sus vidas.


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Amor en el viñedoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora