CAPÍTULO 16 PARTE 2

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La tercera vez que se asomó a la puerta, la luz del monasterio estaba apagada y se veían en el camino los faros de un coche apuntando en la dirección de su casa. Se apoyó en el quicio de la puerta y se cruzó de brazos a esperar. Desde aquella distancia y con la oscuridad reinante no distinguía el modelo de coche, pero sabía que los leds de los faros del coche de Lara tenían una forma particular y esa sí podía distinguirla. Cuando ella aparcó y salió del automóvil, él tenía una sonrisa en los labios que enseguida se apresuró a disimular. No quería que ella se diera cuenta de que solo verla le hacía feliz.

—¿Me vas a contar qué pasa?

—Solo si me invitas a tomar algo.

—¿A estas horas?

—No he tomado nada desde la cena.

—Vale, veré qué tengo por la nevera.

Ella entró en la casa, seguida por él. Se dejó caer en el sofá, revelando un tremendo cansancio. Piero inspeccionó la nevera. Había poca cosa, quizá podría preparar unos huevos revueltos, era algo que no llevaba mucho tiempo preparar.

—¿Tienes vino? –preguntó Lara.

—¿Qué clase de viticultor sería si no tuviera? –preguntó a su vez él. Esta vez, la sonrisa fue imposible de ocultar.

—Con una copa de vino será suficiente. La verdad es que solo necesito hablar.

Piero sacó una botella de una vinoteca y la abrió. A Lara se le erizó la piel mientras le veía manejarse con ella. Había algo especial que emanaba de ese hombre cuando agarraba las botellas. Era como si las acariciara, como si en lugar de vidrio, lo que estuviera tocando fuera el delicado cuerpo de una mujer a la que amaba mucho. En su mirada se adivinaba veneración por lo que hacía, era la misma que cuando paseaba entre las viñas o cuando sus manos tomaban con cuidado un racimo de uvas para evaluar si estaba maduro o si tenía algún problema. Lara se quedó ensimismada viéndole girar el sacacorchos y ejercer palanca con suavidad mientras lo extraía de la botella. El suave sonido de este al abandonar su función de proteger el néctar de los dioses la sacó de su ensimismamiento.

—Vamos a dejarlo respirar un poco mientras saco unas copas.

Seguirle con la mirada hasta la estantería donde las tenía fue otro pequeño placer que se concedió Lara. Piero era único y después de su beso sabía que no quería conformarse con ser solo amiga suya. Quería más, pero recordó que le había pedido perdón por él y cerró los ojos para asimilarlo.

—¿Te duermes? –le preguntó el capataz.

—No, no –dijo ella, reaccionando—. Solo estoy cansada.

—¿Qué es lo que ha pasado?

Le explicó lo que había visto en la pantalla del ordenador, la seguridad que tenía de que había alguien muy interesado en que el hotel se fuera al garete cuanto antes y el pavor que suponía que tuviera acceso al ordenador.

—Puede volver loca a la calefacción, que se controla desde él, o qué sé yo, un millón de cosas más. Tengo que averiguar quién está haciendo todo esto.

—¿Hay alguien que sepa mucho de informática entre el personal?

—Pues no, creo que nadie.

—¿Y sospechas de alguien de fuera?

Sirvió las copas, le ofreció una a Lara y tomó la suya entre las manos. Antes de beber, se deleitó con el aroma de Castro de Duero, reconociendo cada matiz de olor que le daba su particular sabor.

—Me encanta verte hacer eso –dijo Lara, aunque al momento se arrepintió de que se le hubiera escapado el pensamiento.

—No lo puedo evitar. Hay belleza en ello.

—Mi padre tiene suerte de que compartas su pasión, si tuviera que confiar en mí, esto se perdería.

—Yo soy quien tiene suerte de estar aquí. Pero no has venido a hablar de vino, sino de lo que te preocupa. Adelante.

Dio un pequeño sorbo a su copa y Lara se perdió en el color del mar de sus ojos durante un instante. Ya le había contado el problema con el hacker, pero había algo más que necesitaba hablar con él. 

Se removió inquieta en el sofá. 

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Amor en el viñedoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora