CAPÍTULO 9 PARTE 2

87 8 1
                                    


Empezó a imaginar titulares de periódicos, que usarían la historia de manera sensacionalista y se mareó.

—Mi mujer y mi hija llevan toda la noche vomitando —escuchó decir a un hombre de unos cuarenta años.

—Y mi marido —dijo una joven de quizá treinta.

—En mi habitación también hay una persona intoxicada, mi madre —añadió un adolescente.

A partir de ese momento, el jaleo volvió a remontar y el griterío fue de tal calibre que a Lara le resultó imposible entender una sola palabra más de lo que decían. Cuando logró establecer algo de calma, pidió a los que allí estaban que la acompañasen a la biblioteca. Por lo menos ahí estarían más cómodos y, tal vez, con un poco de suerte, conseguiría que los que tenían reserva para la cata de vinos no se enterasen de lo que había pasado nada más poner un pie en el edificio. Al menos quería preservar a esas visitas del escándalo y frenar la mala publicidad que eso suponía.

—Mamá, quédate en recepción hasta que aparezca David. Si viene alguien más con quejas por intoxicación, por favor, mándamelo a la biblioteca.

Los clientes siguieron a Lara, hablando demasiado alto por los pasillos, que recogieron sus voces y las rebotaron en un eco de quejas que le empezó a levantar un tremendo dolor de cabeza. Abrió la biblioteca, invitó a las personas que la seguían a que entrasen y cerró. Cuando logró que la dejasen hablar, empezó a preguntar a cada uno qué era lo que habían comido.

Cada cliente le contestó algo diferente.

No entendía qué era lo que podía haber pasado, quienes habían comido flan no coincidían con los que pidieron arroz con leche y los que cenaron bacalao no habían probado el solomillo a la pimienta. No parecía repetirse el mismo patrón en ninguno de ellos. De hecho, había una familia en la que todos habían comido exactamente los mismos platos y dos estaban enfermos, mientras que los otros dos no tenían síntomas de nada.

—No lo entiendo —dijo Lara, después de anotar todo lo que le habían dicho.

En ese momento, su madre entró en la biblioteca con un médico. Había llamado al de guardia del centro de salud de Peñafiel, que se había acercado hasta el hotel con una enfermera. Después de revisar a los pacientes, concluyó que, en efecto, era posible que hubieran tomado algo contaminado.

—Pero ¿qué? —le preguntó Lara, cuando se unió a ellos en la biblioteca—. He estado haciendo una lista y nadie ha comido lo mismo que otra persona.

—Podrían haber bebido lo mismo —dijo el médico.

Lara se tensó. Por dios, que no sea el vino, pensó. Fue lo primero que preguntó a los clientes. Los vinos que se habían servido en las mesas eran diferentes y los niños no habían tomado vino. A pesar de ello, había tres que habían pasado mala noche, así que tampoco parecía sensato pensar que hubiera sido el vino.

—¿Y el agua? —preguntó el médico.

—Es embotellada, no le damos agua del grifo a ningún cliente.

—Sí, pero tal vez la servís en botellas individuales. Puede que haya una partida que no esté en buen estado.

—En las comidas, el agua se sirve en botellas de litro y medio, y no tenemos bar. Volvamos a preguntar.

Repitieron la ronda de preguntas y tampoco llegaron a ninguna conclusión. Todos los intoxicados habían bebido agua, pero también los que habían pasado buena noche. De las mismas botellas que se habían puesto en cada mesa durante la cena.

—¿Cómo es posible? —se preguntó Lara.

—No te preocupes —le dijo el médico, con amabilidad—, encontraremos la fuente del problema. Escuchen —dijo a los clientes—, voy a volver a repetirles las preguntas que ya les hizo Lara. Vamos a asegurarnos de que no se nos está pasando por alto nada.

Amor en el viñedoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora