CAPÍTULO 26

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Piero, en cuanto se marcharon los guardias, voló de Peñafiel hasta el hospital Clínico de Valladolid. Probablemente, si se hubiera tropezado con alguna patrulla de tráfico le habría puesto una multa por exceso de velocidad, y eso que la furgoneta no corría demasiado.

El golpe que le habían dado a Lara no era tan importante, después de los análisis pertinentes solo requería de reposo y observación, pero tenía que quedarse en el hospital.

Entró a verla un momento, pero enseguida lo reclamaron. Tenía que personarse en la comandancia de Valladolid para declarar. David había intentado inculparlo y había muchas operaciones informáticas que desviaban las sospechas hacia Piero, pero la declaración que hizo José, el vecino de viñedo, le salvó de quedarse detenido. Tenían que hacer más comprobaciones, pero parecía claro que el enólogo no tenía que ver nada con los tejemanejes informáticos en los que el recepcionista quería meterle.

A David, además de detenerlo, le hicieron una evaluación psiquiátrica. Era un enfermo mental. Desde pequeño tenía un trastorno que se controlaba muy bien con medicación, pero había dejado de tomarla cuando se frustró la venta de su aplicación. Aunque Lara no tuviera la culpa, él se la echaba y la falta de pastillas hizo que se trastornase del todo.

Había cometido varios delitos graves fruto de eso.

Dos días después, Lara regresó al Monasterio de las Viñas.

Paola y Carmen le pidieron a Juanjo que preparase una comida para todo el personal con la que pensaban celebrar que estaba bien y que era posible que pudieran tener un nuevo comienzo, esta vez sin un loco de por medio que frustrase todos los intentos por arrancar el negocio.

Ese día no había clientes. El suceso había salido en la prensa y habían logrado contactar con las personas que hicieron las reservas desaparecidas, algunas de las cuales llamaron para comprobar si se trataba del mismo negocio del que hablaban en todas las televisiones, radios y medios de comunicación virtuales.

Luis decidió que, hasta que no pudieran solventar el problema con el programa, se iban a tomar unos días de descanso, sobre todo para que Lara se recuperase, y las anuló para otros fines de semana.

Ya en el comedor, poniendo la mesa, todos charlaban animadamente.

—Me he encontrado en el hospital con Manuel —dijo Paola—. Había ido con Marisa y con la niña para una de las revisiones.

—¿Ya ha nacido? —preguntó Lara, acordándose de que el primer día había coincidido con Manuel y le dijo que estaba a punto de nacer su hija, con todo el lío de lo que había pasado en el hotel se le había olvidado.

—Sí, está preciosa. Me han dado recuerdos para ti y me han dicho que esta semana mismo se pasarán a verte.

—Estoy bien, mamá, esto solo ha sido un susto —le dijo, mientras terminaba de colocar los vasos en la mesa.

—Un susto que podía haber acabado muy mal, Lara —apuntó Luis.

Lara le miró de medio lado y le dio después un beso. Su padre había pasado un susto tremendo, pero quería que entendiera que ya había pasado y que estaba perfecta. A partir de ese momento no se fiaría de nadie con tanta facilidad. Tuvo que prometerle que sería más cauta y que no iba a contratar a nadie de quien no conocieran todo.

De momento, para la recepción, Luis había buscado a una señora de Peñafiel. Tenía 50 años, ninguna experiencia hotelera, pero toda la disposición del mundo. Era guapa, simpática y, lo más importante, de fiar, puesto que se conocían de toda la vida.

—Necesita un trabajo y yo necesito estar tranquilo —le dijo.

—A mí me parece perfecto, seguro que lo hace genial —respondió Lara.

—Seguro. Y es alguien de la zona, tenemos que darle trabajo a quienes lo necesitan. Ella se quedó viuda y con esto la vida le va a mejorar, no te va a fallar.

—¡Permiso! —dijo Miguelito.

Venía con uno de sus hermanos agarrando una enorme paellera en la que habían preparado un arroz con cangrejos de río. Olía maravillosamente bien. La pusieron en una mesa que habían preparado para ello y el abuelo Gonzalo se ofreció a servir los platos.

Piero aprovechó el momento para acercarse a Lara. Aunque había ido a verla al hospital y en todo momento había estado pendiente de ella, no habían vuelto a hablar de lo que había pasado entre ellos la noche del incidente. Era como si tuvieran miedo de estropear la magia que había surgido entre los dos.

—Me alegro de que estés bien —le susurró.

Y le dio un beso en el pelo. Ella apoyó la cabeza en el pecho del italiano y cerró los ojos complacida.

—Después de comer quiero que hablemos, Piero.

Él se tensó al escuchar las palabras de Lara. No tenía ni idea de dónde les llevaría aquella conversación, aunque estaba seguro de que él quería que el camino acabase, al menos en su cama. Y, después, si lo hablaban, que terminase siendo el principio de otro más largo juntos, uno que les durase tanto como a Luis y Paola.

Pero no quiso anticiparse, había que disfrutar del regreso de Lara y celebrar que estaba perfectamente.

—¡Vino para todos! —gritó Luis.

Y empezó a servir las copas. Había sacado botellas de reserva de Castro de Duero, las mejores de la bodega.

Un día especial era un día especial.

Un día de dejar atrás lo malo y empezar de nuevo siempre era el mejor momento para abrir un buen vino.

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Amor en el viñedoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora