CAPÍTULO 4 PARTE 2

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—¿Cómo va todo? —preguntó Paola, sacándola de sus pensamientos, que se habían llenado del italiano.

—No lo sé. Quedan tantas cosas por hacer que me estoy agobiando. No sé si dentro de una semana estará todo listo para la inauguración. Me faltan un montón de asuntos por concretar todavía, incluidas las invitaciones. Quiero que vengan algunas personas que conozco de revistas y no me ha dado tiempo ni siquiera a redactar el correo. Y no han mandado aún el programa de facturación, ni el de gestión del hotel... Tendría que haberlo diseñado yo en lugar de dejarlo en manos de nadie.

—¡Tranquila, tú no puedes ocuparte de todo! Te dará tiempo, ya lo verás, y lo que no, ya se hará —la animó Paola.

—Hoy llega la persona que he contratado para que se encargue de la recepción, de las actividades de la biblioteca y de la zona de retiro. He estado buscándole una casa en Peñafiel para alquilarla y eso me ha quitado tiempo que necesitaba para otras cosas. ¡Estoy agotada!

En las ojeras que lucía se notaba que decía la verdad. Había dormido pocas horas en los últimos días.

—¿Y por qué lo has hecho tú? —preguntó Carmen, que no entendía por qué Lara tenía que encargarse de eso.

—Porque no conoce la zona y me ofrecí. No me miréis con esa cara las dos, ya sé que soy idiota, pero tenía muchas ganas de dejar de hacer entrevistas y él me pareció el candidato más adecuado. No quería que se me escapase.

—¿Candidato? —preguntó Paola—. Pensaba que en el anuncio pusiste que buscabas una mujer.

—Sí, es verdad, pero al final él me convenció más cuando lo entrevisté en Madrid.

Carmen y Paola intercambiaron una mirada y se echaron a reír.

—Seguro que es feísimo —dijo Carmen.

—Estoy convencida. De esos tipos que tienes que mirar para otro lado para que no se note que te está poniendo nerviosa que es bizco —añadió Paola.

—Y que tiene los dientes torcidos y amarillos, y un tic que le hace mover el cuello sin darse cuenta...

—Pues no, es un tipo majo y bastante atractivo. ¡Oye! ¡Sois unas brujas! ¿Qué estáis pensando las dos? —gruñó Lara.

—¡Nada, nada! —dijo Paola—. No dudamos ni un instante que es el candidato más idóneo para el puesto y que solo te has fijado en su currículum. ¿Cuándo dices que llega?

—Se habrá perdido, tenía que llevar aquí ya media hora.

Como si las hubiera escuchado, un impresionante todoterreno negro, nuevo, aparcó en la puerta. De él descendió un joven que debía andar en la treintena. Incluso desde la distancia, las dos mujeres pudieron fijarse en sus ojos verdes y la sonrisa encantadora que les regaló en cuanto las vio. Caminó decidido hasta ellas.

—Buenos días —saludó.

—Buenos días, David —dijo Lara. Le dio los dos besos de rigor—. Mamá, Carmen, este es David Ortiz.

—Encantado —dijo él, saludando con besos también a las dos mujeres, que se reafirmaron en su teoría de que en la elección de Lara también había pesado su aspecto. Dijera ella lo que dijera. Era un tipo cañón de los que girabas la cabeza cuando te los cruzabas por la calle

—Esta es Paola —dijo Lara—. Es mi madre. Y ella es Carmen y será la gobernanta del hotel.

Carmen, que no había escuchado en su vida el cargo de gobernanta, se quedó mirando interrogante a Lara. Le había sonado fatal el puesto que le había asignado.

—Que te dedicarás a limpiar las habitaciones y serás la jefa de los demás en esta sección —le aclaró.

—Ah, bueno —dijo Carmen—. No sabía que eso tuviera nombre.

—Yo tampoco —dijo Paola—. David, encantada de conocerte. Nosotras nos vamos, es nuestro momento de descanso. Supongo que Lara querrá enseñarte todo esto.

—Sí, claro. Perdón por el retraso, pero he ido a Peñafiel, a dejar mis cosas en la casa que me has alquilado, y el casero me ha entretenido un poco. Te acompaño donde quieras.

—Después nos vemos, David —se despidió Paola.

Mientras las dos mujeres se alejaban hacia la casa, David posó con suavidad la mano en la espalda de Lara, que se sobresaltó un poco con el contacto. Empezó a preocuparse. No creía que el físico de David hubiera tenido que ver con su decisión como habían insinuado su madre y Carmen, había intentado ser lo más profesional posible al hacer las entrevistas, pero ahora se lo cuestionaba. 

Después de los comentarios de las dos, se fijó en él y se dio cuenta de que era un diez. 

Pero no solo le preocupaba eso. El leve roce de su mano había disparado un agradable cosquilleo en su abdomen y no entendía qué podía estarle sucediendo, porque le pasaba con Piero lo mismo.

Quizá era que llevaba demasiado tiempo sin salir con nadie.

Sí, sería eso.

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