CAPÍTULO 5 PARTE 3

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—¿Cansada? —preguntó David, que se acercó a ella en cuanto vio marcharse al vecino.

—Un poco.

El recepcionista no se quedaba atrás en su atractivo. Como Piero, se había puesto un traje que le sentaba como un guante y Lara le sonrió. El italiano la obsequió de lejos con una mirada que no resultó demasiado amistosa cuando la vio reírse después de que David le susurrara unas palabras al oído.

El nuevo recepcionista y encargado de la biblioteca compensó con creces los días anteriores la falta de atención que recibía Lara por parte de Piero. Desde que llegó, habían sido muchos los momentos en los que ambos se habían quedado a solas, para matizar algunos detalles importantes de la organización del hotel.

Habían tenido que revisar y aprender juntos a manejar el programa de gestión de reservas, David le había querido mostrar cómo había quedado la biblioteca después de colocar todos los libros, así como las ideas que tenía para entretener a los clientes del monasterio en el scriptorium. En sus charlas, se reveló como un perfecto conversador y su atractivo innegable, sumado a la amabilidad de la que hacía gala con todo el mundo, estaba haciendo volar por los aires las precauciones que Lara llevaba tiempo tomando con los hombres.

Las miradas y los susurros al oído que le regalaba esa noche, sumadas a las de todos los días anteriores, unidas también a esa extraña sensación con respecto a Piero, despertaron una parte que creía aletargada en ella.

Descubrió que le apetecía que un hombre la halagase, que hiciera que se sintiera especial y única, no que estuviera todo el día con un gesto hosco hacia ella. Pensó que se merecía un respiro, reírse y estar relajada después de los días tensos que había pasado preparando el hotel. Hacía ya demasiado tiempo desde que había tenido una relación y casi tanto desde que se había permitido un flirteo y esa noche el cuerpo le pedía que se concediera un capricho.

—¿Me acompañas fuera? —le preguntó a David.

—Enseguida.

No era una mujer que se lanzase a los brazos de primero que pasara, pero tampoco era tonta. Llevaba días observando el interés de David y sintiendo tristeza por el comportamiento de Piero y decidió que ya estaba bien de cargar con preocupaciones. El vino de reserva que había elegido su padre para la noche estaba delicioso y decidió dejarse llevar por las sensaciones que fueron embargándola.

—Ha sido una fiesta estupenda, pero creo que no deberías beber una sola gota más de vino —dijo David, quitándole la copa cuando llegaron al jardín trasero del complejo, y dejándola en una ventana—. Mañana temprano tenemos trabajo y no sé si estarás en condiciones si sigues haciéndolo.

Se lo dijo casi al oído, inundándola con su varonil aroma mientras las palabras cosquilleaban en su cuello.

—Llevas razón —contestó ella—, pero después de todos estos días tan estresantes, necesitaba un respiro. Lo he pasado bien.

Se sentó en un banco de piedra del jardín y David hizo lo mismo a su lado. La noche no era fría, estaba llegando el verano y se podía disfrutar de unos momentos en el exterior.

—¿Estás nerviosa por cómo va a salir todo?

—No, o sí, no lo sé. Solo sé que creo en esto y que he puesto todo en ello, y no me refiero solo al dinero que he invertido. He puesto mis sueños en este hotel.

Se dio la vuelta para admirar el imponente edificio. La luz de la luna se sumaba a la de las farolas y el monasterio parecía envuelto en un halo extraordinario. Le gustaba el resultado y se sentía muy orgullosa de haberse decidido a cambiar su vida. Hacía tiempo que necesitaba un nuevo principio y, aunque el trabajo era mucho, ver lo que ya habían conseguido le reportaba una sensación placentera.

David le acarició la barbilla con los dedos, instándole a que le mirara. Lara se giró y sus ojos se perdieron en el verde de los suyos. A la luz de la luna era imposible distinguir su color, pero sí captó la intensidad con la que la estaban mirando. El leve contacto de la mano de David en su piel le hizo cosquillas por dentro. Notó un aleteo en su estómago y su cerebro, nublado por los efectos del alcohol, empezó a deshacerse del pudor. Lo fue descartando, perdida en los ojos del recepcionista, e incluso ignoró que aún se tenía que despedir de algunas personas que habían venido a la fiesta. Casi antes de darse cuenta de lo que hacía, posó sus labios en los de David.

Mil sensaciones dormidas despertaron, explotando en su interior. El beso, primero suave y precavido, se volvió urgente y explorador. Las manos de Lara se enredaron en el pelo de David y se olvidó de todo. La fiesta desapareció de su mente, se evaporó de pronto, y solo quiso que aquello que ni siquiera sabía cómo se había atrevido a empezar, no parase. Unos minutos después, el sonido de algo que se movía entre los setos del jardín hizo que separasen sus bocas. Lara recuperó la cordura. No podía empezar ese nuevo trabajo complicándose la vida con una relación con un empleado.

—Perdona, David, no sé qué me ha pasado.

—No tienes que pedir perdón por esto —le dijo él.

—Sí, si tengo que hacerlo si no pienso continuar.

David la miró con ojos interrogantes, pero enseguida relajó el semblante.

—Perdóname a mí, me he dejado llevar por lo que me ha hecho sentir tener a una chica tan preciosa delante.

Lara no supo qué decir, pero él sí.

—Esperaré a que estés de acuerdo.

Y le guiñó un ojo. Lara suspiró sonoramente y le pidió que volvieran a la fiesta. No estaba segura de qué era lo que le había pasado para dejarse llevar así.

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