CAPÍTULO 11 PARTE 2

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Suponía que, como todo el mundo, David tendría familia, pero no habían hablado de ello, y eso que ella le había contado un montón de anécdotas de la suya mientras preparaban el hotel.

Se anotó mentalmente preguntarle y, de paso, no ser tan locuaz con sus cosas.

En esos pensamientos estaba cuando Piero llamó a la puerta. Entró sin esperar a que llegase a abrírsela. Al tropezar con ella, la miró con un gesto adusto. Los dos sabían que la noche anterior él había sorprendido a Lara en actitud cariñosa con David en la recepción. Y ambos sabían, también, que Piero había reaccionado mal.

—Ese tío no me gusta —fue lo primero que le dijo.

—Buenos días, Piero, ¿qué tal has dormido? —preguntó ella, poniéndole bastante ironía a la frase.

Le molestó que fuera tan directo y que se metiera en sus asuntos. Mientras le contestaba, caminó hacia la cocina, y Piero siguió sus pasos.

—Da igual como haya dormido yo, lo que te quería decir es que no me gusta, solo quería que lo supieras.

—Y a mí no me gusta que siempre estés enfadado y me aguanto —contestó Lara.

—Ayer se te olvidó que prometiste acompañarme a la visita.

Lara resopló, mientras se llevaba las dos manos a la cara.

—Es verdad, se me olvidó, pero David no tiene nada que ver. Fue por todo lo que pasó con los bombones, me despisté.

Piero soltó un suspiro que no indicaba precisamente conformidad, sino más bien un buen disgusto. Él había cedido, al final le había hecho de cicerone en otro de sus tontos caprichos y ella se había pasado por el forro lo único que él le había pedido: que le acompañase.

—Fueron bien.

—¿Qué?

—Las visitas, que fueron bien. A la gente le gustó la cata, pero sobre todo creo que les gustó pasear por la bodega y el viñedo. Los niños preguntaron muchísimo más de lo que esperaba. Creo que se volverán a llenar los grupos para la próxima vez.

—¡Vaya! Me alegro. Por fin una cosa que funciona.

—Sí, y tengo que reconocer que llevabas razón. Es una buena publicidad. Para el hotel y para el vino. Mucho más efectiva que anuncios o que esa página web de la bodega que teníamos, que apenas registraba visitas, y mucho menos compras.

—Perdona por lo de ayer —dijo Lara.

Piero la miró muy serio mientras ella le tendía una madalena de las que hacía su madre.

—Perdonada, pero me debes una.

—De acuerdo, a ver.

—Me debes hacerme caso en algo que te voy a proponer —dijo él.

Si siguiera estrictamente sus deseos, Piero le plantearía una cita, pero después de lo que había presenciado la noche anterior en la recepción se dio cuenta de que su sino en la vida era llegar a destiempo con Lara. Al principio, porque ella era demasiado joven y después porque se le había adelantado otro. 

Sería mejor concentrarse en la bodega, en los vinos, en procurar ser mejor cada día en su profesión y olvidarse de lo que sentía. 

Él no sabía ser tan galante como ese tipejo del todoterreno, no tenía un coche que valía miles de euros sino una furgoneta de quince años que necesitaba un repaso de pintura —y una limpieza urgente por dentro— y no sabía dar masajes, entre otras cosas porque tenía las manos ásperas y endurecidas por el trabajo en las viñas y no tenían que resultar demasiado agradables.

No tenía nada que hacer frente a los tipos que le gustaban a Lara y de los que se acababa enamorando.

—Creo que deberías poner las visitas cada fin de semana y no una al mes.

—¿Has cambiado de idea? —preguntó ella, muy sorprendida.

—Sí, reconozco que las visitas guiadas son buena idea, pero no haré tres que me tengan todo el día ocupado, solo una, a las doce más o menos. Yo también tengo derecho a descansar un rato...

—¡De acuerdo! —dijo Lara, entusiasmada. Tuvo que refrenarse para no saltar a sus brazos y agradecerle que quisiera seguir con un abrazo.

—Y, ya que te parece bien, tengo otra idea.

Mientras agarraba con una mano su gorro de paja y con la otra la madalena, le habló de unas botellas individuales que había encargado su padre hacía unos años. Alguien le dijo que podrían ser una buena idea para servir en los restaurantes cuando solo un comensal solicitaba vino en una comida y Luis se apresuró a hacer un pedido desorbitado. No se habían llegado a usar ni siquiera en una décima parte. 

Al final la idea no había tenido éxito y tuvieron que interrumpir el embotellado para minimizar las pérdidas. Después, al no ser capaces de asumir todos los gastos y verse obligados a entregar el vino a la cooperativa, el asunto de las botellas individuales de Castro de Duero se olvidó del todo. Todas continuaban almacenadas en cajas herméticas, para que no les afectase el polvo, y si Piero no las había mandado a reciclar ya, era porque Luis gastó una fortuna y le dio pena tirar la inversión.

—Podemos embotellar algunas con vino joven para regalarlas a los clientes. Ayer algunos compraron en la visita, pero no todos. De este modo, nos desharíamos de algo que está ocupando espacio en la bodega, tu padre al fin encontraría una utilidad a esa locura que se le ocurrió y todo el mundo se llevaría nuestro vino. Quién sabe, si les gusta, tal vez lo busquen.

—Sí, pero tal vez compren aún menos que ayer –reflexionó Lara.

—No tiene mucha importancia que compren justo el día de la visita. Es mejor que nos busquen después, cuando ya estén convencidos. Nuestro vino es excelente.

—En eso llevas razón. Oye, creía que era yo la que sabía de marketing, pero me acabas de dar una lección —dijo Lara.

—Pienso que las visitas te dejan ya suficientes beneficios, no valores el vino como uno más, sino como inversión de publicidad para las bodegas. Además, no tienes que preocuparte por la rentabilidad de las catas, no generan apenas gastos y tienes margen de sobra.

—Tengo que pagarte a ti.

—Y el vino que servimos... pero eso no supone apenas nada, unas cuantas botellas que nos podemos permitir. Y yo ya tengo mi sueldo.

—Pero ocupo tu día libre, tienes que cobrar un extra.

—Mi día libre es cosa mía, de todos modos suelo darme una vuelta por el viñedo. La única diferencia es que a partir de ahora lo haré acompañado.

Lara se quedó mirando a los ojos de Piero, que le sonrió. Duró poco, enseguida Luis salió de su habitación y los interrumpió. Se despidió de Lara con un beso y se llevó a Piero a las viñas para continuar con su tarea. Las piezas de la despalilladora habían llegado el día anterior y era mejor que empezaran a desmontarla para que a la semana siguiente estuviera operativa. Necesitaban ir ganando un poco de tiempo.

Lara se quedó parada en medio de la cocina cuando los dos hombres se marcharon.

—¿Nos vamos, Lara? —preguntó Paola, que volvía de cambiarse de ropa.

La chica cogió una madalena de la mesa y siguió a su madre hasta el monasterio.

La mañana se les hizo eterna. Cambiaron toda la ropa de las camas, las toallas, limpiaron las habitaciones y las zonas comunes y, cuando ya estuvo todo listo, abordaron el final del fin de semana.

Por la noche, Juanjo preparó cena para todos que sirvió en el comedor de los monjes. Hablaron del fin de semana y se dieron cuenta de que, si no hubiera sido por los dichosos bombones, todo habría salido perfecto. 


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Amor en el viñedoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora