CAPÍTULO 13 PARTE 3

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Lara se fue aturdida a casa, pensando en lo que le había dicho su madre. ¿Sería cierto que Piero sentía algo por ella y por eso estaba tan raro? ¿Por qué entonces se opuso con tanta firmeza a su proyecto? No podía ser, tenía que haber algo más que Paola no estaba viendo.

Al rato Piero llegó a la casa, procedente de las cuadras, con dos yeguas ensilladas, listas para que las montasen. Dejó que Lara se quedase con Luna, la más dócil de las dos, mientras él cabalgó en Llamarada, una bonita yegua de pelo cobrizo y algo más complicada de manejar. Cuando Lara subió en el animal recordó la maravillosa sensación de ir a lomos de un caballo —y lo que sentiría su trasero después de tanto tiempo sin hacerlo cuando bajase— y siguió a Piero, que puso rumbo al viñedo.

Al principio, no hablaron. Lara lo agradeció: el silencio y el paseo a lomos de Luna. Le apetecía esa paz, disfrutar de la calma del lugar donde creció, algo que no había sentido desde que llegó, atareada como estaba poniendo en marcha el hotel. El campo estaba pletórico, incluso a esa hora calurosa de la tarde. El verano ya había llegado suavemente y las viñas lucían colmadas de un fruto que en menos de un mes habrían de recoger. Hacía calor, pero no era insoportable y se había acordado de recoger un sombrero de Paola.

Piero llevaba otro, uno de los que se solía poner para ir a las viñas. Visto desde detrás, su pose en el caballo imponía. Era ancho de espaldas y su musculatura, desarrollada por el duro trabajo que hacía cada día, se adivinaba bajo la leve camisa que cubría su torso. El pantalón torneaba sus piernas y se intuían sus músculos bien marcados. Los había visto en otro tiempo, cuando iban juntos a la piscina del pueblo y todas las chicas se quedaban atontadas frente al atractivo del italiano.

Otra vez, sin querer, se encontró imaginando un encuentro íntimo entre los dos y se tuvo que regañar. Piero le había dicho que quería contarle algo y debía escucharlo, no elucubrar con la redondez de su trasero o lo apetecible de sus labios. Y mucho menos si tenía en cuenta la advertencia de su madre.

—¿Qué me querías decir? —le preguntó, cuando pararon en el límite de la propiedad, cuando un camino separaba su viñedo del vecino.

—¿Confías en mí? —preguntó a su vez él.

—Sí, pero...

—Ese David no es trigo limpio —le dijo.

Lara se puso en guardia.

—Sé que te cae mal, pero de ahí a decir que...

—Déjame que termine.

—Está bien, termina —concedió ella.

—¿Conoces sus apellidos?

—Ortiz Finar, los he tenido que poner en sus nóminas —contestó Lara.

—El seguro del coche está a nombre de un tal David Espacio.

—Bueno, supongo que el seguro de un coche puede estar a nombre de otra persona, eso no es ilegal. Tienes que estar confundido.

—Solo te digo que su seguro no está a su nombre.

—¿Y qué me quieres decir con eso?

—Que te andes con cuidado, que estés alerta porque no se sabe quién es en realidad ese tío.

—Vamos a ver, Piero, yo sí sé quién es, que a ti te caiga mal...

Piero dio la vuelta a Llamarada y la situó frente a Luna. Así pudo mirar de frente a Lara.

—Me preocupo por ti.

—Pues deja de hacerlo —dijo ella, bajando la voz—, sé cuidarme.

—A veces no, a veces te pierdes.

—O hay idiotas que me encierran en bodegas.

Piero pasó sus dedos por la cicatriz en la frente de Lara y ella sintió que se estremecía. Cerró los ojos y tragó saliva.

—¿Me has perdonado? —le preguntó Piero, mientras sus dedos seguían acariciando la cicatriz.

—Sí.

La voz de Lara salió estrangulada entre las sensaciones que se agolparon en ella. Estaban las de la mente, las que le recordaban las palabras de su madre, que ya no ponía en duda, y las del cuerpo, que se alborotó por completo, preso de un temblor que le hizo agarrarse con fuerza a las bridas de Luna para no acabar cayéndose. De haber estado en el suelo, estaba segura de que las piernas no la hubieran sujetado.

—No quiero que te haga daño, Lara —dijo Piero.

—Puedo cuidarme yo sola.

—¿Estás segura?

Desmontó mientras le hacía esta pregunta y ella no supo qué contestar. Tampoco le dio mucho tiempo, porque él le tendió los brazos para que bajase del caballo y ella obedeció sin pensar. Se deslizó de Luna hasta el suelo y allí comprobó que temblaba con su contacto. Su cuerpo, tan próximo al del italiano, se encendió al calor de unas emociones que calentaron su interior hasta extremos insoportables.

—Le mataré si te hace daño —dijo él.

—No seas dramático —contestó Lara, aunque no le salió una frase contundente, sino un susurro ahogado en sus propias emociones que navegaban confusas entre salir corriendo y lanzarse a la boca de Piero.

Él tampoco se lo puso fácil. Primero rozó con suavidad la piel de su rostro. Después, como aquello estuviera planeado, fue él quien la besó. El beso arrancó igual que en la ensoñación de Lara, pero fue mucho más de lo que jamás hubiera podido imaginar. Los dejó a ambos jadeantes.

—Piero... —gimió Lara, sin encontrar palabras para decirle lo que quería que hiciera a continuación porque en realidad no lo sabía.

Piero dudó. Tampoco sabía que esperar de ese momento, pero las dudas de Lara le convencieron de que acababa de cometer un error. Aunque le costó un mundo, porque notaba una tremenda erección bajo sus apretados pantalones, se separó de ella y montó de nuevo en Llamarada.

Tenía que alejarse de Lara antes de cometer una estupidez.

Otra, porque se acababa de dar cuenta de que había sobrepasado una línea que él mismo había puesto y no sabía si podría mantenerse en adelante en el otro lado sin sentir una tremenda frustración.

—Prométeme que tendrás cuidado con ese tío, hay algo que no me gusta.

Azuzó a la yegua y se perdió en el atardecer, dejando a Lara plantada en medio de las viñas, con Luna a su lado.

Lara no fue capaz de moverse. Con la yegua a su lado, tardó unos minutos en serenarse y encontrar la fuerza para volver a subirse al animal. Temblaba y ardía, y odiaba a Piero por haberla dejado anhelante. La yegua, obedeciendo a las riendas, la devolvió a las cuadras.

Parecía la misma que hacía un rato, pero en realidad ese beso acababa de descolocarla y convertirla en otra.

Una que no tenía ni idea de qué pasaría en adelante cuando se encontrase con ese hombre otra vez de frente.


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