CAPÍTULO 13 PARTE 2

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Cuando llegaron al pasillo, Lara vio como Piero se daba la vuelta para atravesar el hotel, rumbo a la zona de las cuadras.

—Tardo diez minutos en preparar los caballos. Cámbiate de ropa.

Ni siquiera se giró para decírselo.

—Está bien, mandón, ve a buscarme a mi casa.

El recio perfil de Piero se deslizaba por el pasillo. Lara lo miró y tuvo la sensación de que, en lugar de estar viviendo una escena real, se había colado en un anuncio. El atractivo de Piero nublaba los sentidos. Su camisa blanca de manga larga arremangada dejaba ver sus musculosos y tostados antebrazos. El vaquero se ajustaba a sus nalgas, insinuando su apetecible y atlético cuerpo, y hasta las botas, llenas de tierra del viñedo, le daban un punto sexy que era complicado de ignorar.

Lara suspiró por el recuerdo del tiempo en el que eran íntimos. Suspiró también porque no sabía cómo derribar la barrera que existía entre los dos y, un poquito, porque pensó que no le habría importado perderse alguna noche en su cama. Tenía que ser una experiencia inolvidable si a su espectacular físico le sumaba todos los tópicos que seguían como una estela a los italianos: era muy atractivo, cualquier cosa que se ponía le sentaba como un guante —incluso el mono de faena que a su padre le quedaba tan mal—, hasta hacía poco era sociable, alegre y familiar, aunque desde que había vuelto parecía amargado.

Cuando Piero abrió la puerta para salir a la calle por la zona de las cuadras, Lara se había perdido en sus pensamientos.

Por alguna razón, se encontró imaginando un húmedo beso del italiano.

En su recreación, Piero le comía la boca, primero con suavidad y después con fiereza, tanta que imaginó que la empujaba contra la pared del pasillo. Ella le correspondía con igual ímpetu. Imaginó sus lenguas disputando un combate y estaba a punto de sacarle mentalmente la camisa de los pantalones cuando una voz la sobresaltó.

—¿En qué piensas ahí embobada, en medio del pasillo? —le preguntó Paola, que llegaba desde la cocina.

Si su madre realmente la hubiera pillado en semejante situación con Piero, no se habría puesto más colorada que en ese instante. Sintió una oleada de calor en el rostro que se confundió con el otro que se concentraba en su interior y se tuvo que obligar a abanicarse con una mano, aunque poco era el aire que generaba semejante gesto.

—¿Lara? ¿Te pasa algo?

—No, no, nada, mamá. Es que aquí hace demasiado calor, tendremos que abrir las ventanas cuando caiga la tarde. Me voy a casa a cambiarme, no sé qué quiere hablar conmigo Piero. Vamos a salir con los caballos y entonces me lo irá contando.

—¿Y quién se va a quedar en recepción? David no está.

—Por favor, hazlo tú, no creo que tardemos mucho en volver.

—Bueno, me entretendré jugando al solitario. Esta tarde no hay casi faena —dijo Paola.

—No toquetees demasiado el ordenador, mamá, no sé qué le pasa que el programa de reservas no va bien y tengo que arreglarlo. Si llama alguien, anótalo en un papel, el nombre, su número, lo que sea necesario para que después llame yo.

—De acuerdo, jefa. ¡Qué orgullosa me siento llamando jefa a mi niña!

Paola le dio un beso y ambas se encaminaron a la recepción. Lara cerró la aplicación y volvió a suplicar a Paola que ni se le ocurriera abrir el maldito programa de gestión. De momento parecía que los cambios que había hecho en las reservas ella habían quedado anotados, que no había nada alterado, lo que le hizo respirar aliviada.

—¿Dónde vais? —le preguntó su madre.

—No lo sé. Piero, quiere que salgamos a montar mientras me cuenta algo. Espero que no sean más problemas.

—Me parece bien que habléis, lleva muy raro desde que volviste y sé que tiene que ver contigo y con el hotel. Si no lo solucionáis, cada día surgirá algo nuevo que hará que choquéis. Y no me gusta, Lara, sabes que os quiero a ambos.

—Lo que ha pasado esta mañana con David, no lo entiendo. Parecía algo personal entre los dos, más que el faro de una furgoneta o un arañazo en el coche. Parecían dos niños idiotas peleando por un juguete.

—Todo el mundo se ha dado cuenta de que sientes algo por David, Lara, y él por ti. Piero también y no le hace gracia. Me parece que el juguete eres tú.

—¿Cómo? —preguntó Lara—. Mamá, ¿qué dices?

—Ay, Lara, mira que eres tonta. Solo te digo una cosa, no juegues tú con ellos. Herir los sentimientos de alguien no está nada bien. Hacer creer a alguien que te importa y después, de un día para otro, darle de lado, puede hacer más daño que una buena paliza. Y no todo el mundo reacciona bien.

—¿De qué estás hablando? Yo no he hecho creer nada a Piero...

—No estaba hablando solo de Piero, pero tú misma.

—¿Entonces?

—Lara, no estás siendo clara con ninguno.


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