CAPÍTULO 16 PARTE 1

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Piero luchaba consigo mismo para no quedarse dormido. Se había levantado temprano, como todas las mañanas, y esperar a que Lara terminase lo que fuera que estuviera haciendo con el programa de gestión se le estaba haciendo eterno. Intentó ver la televisión, pero, en cuanto se relajaba, empezaba a dar cabezadas. Trató de leer y le sucedía lo mismo; las letras del libro empezaban a revolverse y sus ojos se cerraban sin remedio. Se le acabó cayendo al suelo, así que tomó la decisión de escribirle un mensaje:

«Me estoy quedando dormido. ¿Tardarás mucho

Unos segundos después, recibió respuesta:

«No»

Piero se quedó mirando la pantalla. Iba a preguntarle cuánto tardaría, cuando entró otro mensaje de Lara.

«Diez minutos, te lo prometo»

El italiano sonrió, ella le había adivinado, como había hecho muchas veces en el pasado. Y él también podía anticiparla, sus diez minutos delante de un ordenador podían convertirse en una hora sin que ella fuera consciente. Piero se levantó del sofá y se quitó la camiseta mientras se encaminaba hacia el baño. Decidió darse una ducha para despejarse y que se le hiciera más corta la espera.

Dejó la puerta del merendero abierta por si ella regresaba antes de lo previsto y entró en la ducha. Mientras el agua resbalaba por su cuerpo desnudo, relajando sus músculos y despejando su cabeza, pensó en lo que le había dicho Lara:

«Yo no me arrepiento de ese beso.»

Recordó el instante, el impulso que le había hecho saltarse todas las precauciones que había tomado con ella desde que se conocían. Rememoró la suavidad de los labios de Lara y su cálida respuesta. Recordó las sensaciones que removieron su organismo cuando ambos se acariciaron, dejándose llevar. En realidad, no había dejado de pensar en ese momento desde que sucedió, lo había recreado tantas veces que estaba seguro de recordar todos los segundos en el orden correcto. Los segundos y cada emoción. Todas se activaban en su interior cuando cerraba los ojos y se trasladaba a aquel paseo a caballo. Incluso su cuerpo respondía como lo había hecho cuando deslizó sus manos bajo la camiseta de Lara, perdiéndose en la suavidad de su piel.

Tuvo que apoyar ambas manos en la pared de la ducha para serenarse. Claro que su cuerpo respondía, estaba tan duro como en ese momento en el que el mínimo titubeo de Lara le hizo escapar antes de que ella se percatase de su debilidad cuando la tenía cerca.

Nunca se había sentido tan expuesto a una mujer como a ella.

Inspiró un par de veces, levantó la cara y dejó que el agua le cayera sobre ella un par de minutos y después, un poco más sereno, abandonó la ducha. Tenía que dejar de pensar en ese momento, entre él y Lara no podía suceder nada. Era un mantra que se llevaba repitiendo años y que en las últimas semanas le costaba recordar, pues su presencia activaba todo aquello que intentaba reprimir.

—Basta, Piero —se dijo a sí mismo.

Salió de la cabina y agarró una toalla con la que se secó el pelo y la barba. Después la pasó de modo somero por el resto de su cuerpo y la tiró al cesto de la ropa sucia. Desnudo, se dirigió a su cuarto, donde se puso un pantalón limpio y una camiseta.

Se asomó a la puerta del merendero, intentando ver si la luz de recepción en el monasterio seguía prendida. Tenían que hablar, dejar las cosas claras entre ellos y también sentía una enorme curiosidad por lo que estaba sucediendo con el hotel. Lara no había sido clara, solo le había dicho que se lo contaría cuando se vieran, pero lo que sí había detectado es que estaba enfadada y preocupada a partes iguales.


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