CAPÍTULO 24

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El ruido de las pisadas de David había alertado a Piero. Estaba tan seguro de que se iba a encontrar con el recepcionista que ni siquiera se sorprendió. Se encaró con él sin preámbulos.

—Eres un desgraciado —musitó Piero—, ¿qué le has hecho a Lara?

—¿Y por qué piensas que le he hecho algo? —preguntó David, con chulería.

—Porque ha desaparecido y no me fío de ti, eres un tipo oscuro que ni siquiera se llama como dice. Porque eres el único que ha estado tocando los cojones desde que llegó. Y porque llevamos todos horas buscándola y ni siquiera has aparecido, y eso que tenías tanto interés en ella...

—¿Y lo dices tú, que no querías que saliera adelante el hotel? ¿No has estado tú tocando los cojones más que yo? —preguntó David. Se echó a reír.

—Yo, al menos, siempre he sido Piero Moreti, de ti no estamos seguros ni siquiera que te llames como dicen tus documentos —le espetó.

—¿De dónde has sacado que no soy quien dicen mis documentos?

—¡De los putos papeles de tu coche! —gritó Piero—. Sí te llamas David, pero no tienes los apellidos del seguro.

El madrileño volvió a soltar otra carcajada.

—¿Sabes que no es necesario que el seguro del coche esté a tu nombre? Ni siquiera es necesario que el coche que conduces sea tuyo —dijo David, con prepotencia.

—Lo sé, pero en tu caso también sé que hay algo más. Llevas desde que llegaste intentando llevarte a Lara a la cama, desde el puto primer día —gritó.

—¿No es lo mismo que estabas intentando tú? ¿Acaso es un delito? —le replicó el recepcionista.

—No, si te importa, pero a ti ella no te importa.

—¿Y tú qué sabes? —le replicó David con acidez.

—Solo te interesa lo que tiene, no ella.

—¿Acaso tú eres diferente? ¿No quieres este viñedo para ti en el futuro? Sería perfecto que te casaras con la hija del dueño y te convirtieras en uno más de la familia, un negocio redondo. ¿O es que estás enamorado de ella? Ah, eso es lo que te jode... Pues que sepas que me la tiré el otro día y no fue nada del otro mundo, no te estás perdiendo nada. Una putita más.

A Piero, la sangre le empezó a bullir. No era por lo que le decía que había hecho con Lara, ella era libre de estar con quien quisiera, era por el desprecio con el que había hablado de ella.

—¡Hijo de puta!

Piero le agarró por la pechera de la camisa y después le apretó un puñetazo que le hizo sangrar la nariz. A David le pilló con el pie cambiado. No era un hombre rudo de campo acostumbrado al trabajo físico y lo más que había peleado había sido en un gimnasio y con normas, así que no anticipó el golpe.

—¡Te voy a matar! —le dijo a Piero, y David cerró los puños poniendo posición de combate.

El italiano parecía un toro enfurecido y no hizo caso de la amenaza de sus puños. Se lanzó contra el abdomen de David, lo agarró por la cintura y lo empotró contra el lateral de su coche, dejándolo sin respiración.

—¡No vas a volver a hablar así de ella!

—¿Por qué? ¿Me despedirá?

—Eres un desgraciado —repitió Piero, furioso.

David apenas podía respirar, pero aún le quedaban energías. Dobló la rodilla y la lanzó entre las piernas del italiano. Este, de inmediato, sintió un dolor que le dejó sin fuerzas y soltó al recepcionista. David, que ya se había recuperado un poco, le dio una patada en el estómago. Piero, tumbado en el suelo se retorció de dolor, sin casi poder respirar.

—Y ahora, ¿qué? —le gritó—. ¿Eh? Y ahora, ¿qué?

David estaba enardecido y volvió a darle una patada, pero esta vez a Piero le dio tiempo a rodar y esta se fue al aire. El italiano se las arregló para agarrarle por la pierna que tenía en tierra desde su posición de tumbado, lo que hizo que David perdiera el equilibrio. En la caída se golpeó contra la carrocería del coche y se quedó aturdido.

El italiano se levantó del suelo.

Tuvo ganas de estrangularlo ahí mismo, detestaba a ese estúpido, pero necesitaba que se despejase y le confesara qué era lo que le había hecho con Lara. Le iba a hacer pagar por cada minuto que la hubiera tenido retenida, pero tenía que conseguir que saliera de su boca una confesión.

—¡Despierta, hijo de puta! —dijo.

Pero David seguía con los ojos cerrados.

Piero se asustó y se acercó para ver si respiraba, temió que se le hubiera ido la mano y lo hubiera matado. Pero, por suerte para él, solo estaba inconsciente. Lo zarandeó varias veces, pero no se despertaba, así que decidió tomar medidas más drásticas. Se acercó al arroyo, se quitó una de las botas y la llenó de agua. Volvió hasta donde había dejado a David y fue a tirársela a la cara, para despejarlo, pero no lo hizo. En ese momento empezó a escuchar un sonido que le aceleró el corazón.

Procedía del coche.

Alguien estaba golpeando desde dentro del maletero.


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Amor en el viñedoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora