CAPÍTULO 3 PARTE 3

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—¡Me quieres abrir! ¡Piero! ¡Piero, abre!

Lara comenzó a temblar y no era el frío de la bodega lo que perturbaba su ánimo. Desde pequeña era incapaz de estar en una habitación a oscuras. Un terrible pánico empezó a inundar su ánimo y comprometió su respiración. Tomó fuerzas de donde pudo y siguió caminando, con los brazos por delante, intentando encontrar la salida y evitar tropezar.

—¡Piero! ¡Por favor, abre! ¡Te lo suplico!

Siguió caminando, pero la ausencia de luz le hizo dar un tropezón y cayó, golpeándose en la cabeza con uno de los botelleros. Se llevó la mano a la frente dolorida y enseguida notó un líquido caliente recorriéndole la palma. El pánico se apoderó de ella, tanto que ni siquiera logró que un solo sonido más emergiera de su garganta. Intentaba gritar, pero su cuerpo no le respondía. Su mente, traicionándola como otras veces, la había llevado al mismo lugar oscuro que poblaba sus pesadillas desde niña. 

Se encogió en el suelo, desesperada y se tapó los ojos con un brazo. No le importaba la sangre, ni el dolor, solo el terror de estar ahí encerrada y sin luz. Quizá solo fueron solo tres minutos los que tardó Piero en arrepentirse de haberla dejado en la bodega y bajar a buscarla, pero para Lara fue eterno. Cuando él dio la luz de nuevo la vio tirada en el suelo, ensangrentada, y se asustó.

—¡Lara, cariño! ¿Estás bien?

Ella apartó el brazo y le miró. Su cara estaba embadurnada de rojo y la sangre se mezclaba con las lágrimas. De su boca, no salió ni un solo reproche, estaba demasiado aturdida como para decir nada en ese momento.

—Ven —dijo él, ayudándola a ponerse en pie—. De verdad, Lara, lo siento mucho. No pretendía...

No sabía qué decirle, no esperaba que se pusiera así, ni que se golpease abriéndose una brecha en la cabeza, si no nunca se le hubiera ocurrido apagar la luz y cerrarle la puerta.

—Me pensaré lo de encargarme de esas visitas.

La concesión llegaba tarde y cargada de culpabilidad, y a Lara no le supo ni siquiera a disculpa. Dejó que Piero la acompañase hasta la salida, apoyándose en él, aunque estaba segura de que, en cuanto le diera la luz de sol y se sintiera a salvo, le iba a propinar un guantazo que no se iba a olvidar de él en su vida. Era un idiota, no le gustaba nada que la hubiera dejado encerrada y a oscuras en la bodega, aunque hubiera sido solo unos momentos.

Antes de encontrárselo en el claustro, Lara no pensaba bajar a la bodega. Le daba demasiado miedo verse en la situación en la que se había encontrado sola, pero, al saber que él bajaría, se le ocurrió que era la manera de poder visitar la única zona del complejo en la que no tenía valor para entrar sin compañía. Ahora sabía que hacerlo con Piero había sido la peor idea del mundo.

Salieron hasta el aparcamiento y allí Lara se quitó la mano de la frente, comprobando que estaba embadurnada de sangre. Se miró la ropa y vio que tenía restos de ella por todas partes, así que comenzó a andar hacia la casa de sus padres, para curarse la herida y cambiarse de ropa.

—Espera, te acompaño —dijo Piero.

—¿Ahora? ¡Mira, déjame! —le gritó Lara.

—Ya te he dicho que lo siento. Deja que te cure.

Se acercó a ella para que se volviera a apoyar en él, pero Lara rechazó la ayuda de manera tan brusca que se acabó mareando. No fue al suelo porque él estuvo atento.

—No puedes ir sola —dijo Piero.

—Te juro que esta no te la perdono.

—No sabía que no soportas estar a oscuras —dijo él.

—Pues ahora ya lo sabes.

Caminaron en silencio hacia la casa de los padres de Lara. Luis seguía en el viñedo y Paola debía estar en alguna parte del monasterio, así que la casa estaba vacía. Entraron en ella y se dirigieron a la cocina. Piero, que conocía el hogar casi mejor que ella, localizó el botiquín y se dispuso a limpiar la herida para ver si era profunda y necesitaba que se acercasen a un centro de salud a ponerle puntos.

—Ya lo hago yo —dijo Lara, quitándole las gasas de la mano.

—Mira que eres cabezota. Tú no te ves. Estate quieta y deja que vea qué es lo que tienes.

Piero empapó la gasa en Betadine. Apartó con cuidado el pelo de Lara y puso el paño encima de la brecha, que había dejado de sangrar. Ella dio un respingo cuando notó el escozor del líquido antiséptico y desinfectante.

—¿Te he hecho daño? —preguntó él, preocupado.

—No, es solo que escuece.

—Tranquila, termino pronto. No es profunda y ha dejado ya de sangrar. No vas a necesitar puntos.

Lara tragó saliva y respiró aliviada. Lo único que le faltaba era aparecer cosida el día de la inauguración, aunque estaba segura de que el chichón que por fuerza tenía que salirle no bajaría en unos días y seguro que luciría precioso en las fotos del evento. 

Piero dejó la gasa con Betadine encima de la mesa de la cocina y fue al baño a buscar una toalla. La empapó ligeramente y, al volver, le rogó que se estuviera quieta. Con mucho cuidado fue pasándola por su rostro, dando toques ligeros para no hacerle daño. Fue llevándose el rastro de sangre que había dejado la herida y, cuando terminó con la cara, hizo lo mismo con las manos.

Lara se puso nerviosa. La delicadeza con la que movía el paño sobre su piel empezó a trastocar su ánimo de un modo insospechado. Se asomó a sus ojos, intentando comprender qué era lo que pasaba, pero Piero no la miraba. Seguía fijo en sus manos, tratando de que ningún rastro de sangre se quedase entre los dedos. No le pareció que aquello fuera necesario, podía levantarse y lavarse las manos bajo el grifo, pero le dejó hacer, intentando entender qué significaban todas las emociones que estaban aleteando en su interior.

Luis entró en la cocina, y al ver la gasa con sangre y a Lara sentada, bajo los cuidados de Piero, se asustó.

—¿Qué ha pasado?

—Estábamos...

—Nada, papá, una tontería —dijo Lara, interrumpiendo a Piero—. Estábamos visitando la bodega que hay bajo la tienda y me he caído. Me he dado en la cabeza con un botellero.

—Habrá que llevarte al médico —dijo su padre, preocupado.

—No es necesario, de verdad. Piero dice que no es profunda.

—Deja que vea.

Luis echó un vistazo y concluyó que Piero llevaba razón, que la herida era superficial. No sería necesario coserla.

—Lo que sí hay que hacer es bajar a la bodega, papá, y mirar si han quedado restos de sangre. Tiene que estar todo perfecto para la inauguración.

—No te preocupes, ahora mismo voy a echar un vistazo con tu madre y lo limpiamos. Y ten cuidado, te necesitamos entera.

Lara sonrió a su padre, que al poco volvió a dejarlos solos. En cuanto se aseguró de que nadie podía escucharlos, Piero le preguntó a Lara por qué no le había dicho la verdad a su padre sobre lo que había pasado realmente en la bodega.

—Porque ahora me debes una. No te vas a pensar más lo de las visitas, me vas a ayudar a prepararlas. Me lo has prometido.

Piero respiró profundamente y dejó la toalla sobre la mesa sin ninguna brusquedad. Se dirigió a la puerta en silencio.

—¿No dices nada?

—Llámame cuando tengas pensado cómo lo quieres hacer.

—¡Piero!

El joven se dio la vuelta para mirar a Lara.

—Gracias. Por curarme, aunque no te perdono que me dejaras a oscuras, que conste.

Piero dejó la casa, nosin antes dedicarle una de sus arrebatadoras sonrisas.


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Amor en el viñedoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora