CAPÍTULO 14

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Cuando Lara volvió a recepción, Paola le juró que no había tocado nada. Sin embargo, todas las reservas se habían borrado de nuevo del programa de gestión. Lara no entendía qué era lo que pasaba. Llamó de nuevo por teléfono a la empresa que diseñó el programa y le dijeron que todo estaba correcto en el software. Para asegurarse, ella misma lo comprobó, rastreando el html y buscando en él códigos sospechosos, algo que le llamase la atención y que pudiera ser la causa de los errores, pero no fue capaz de encontrarlo.

El siguiente fin de semana fue muy estresante.

Los problemas los salvó como pudo, de mal humor, sobre todo por la dejadez de David, a quien no parecía preocuparle mucho que no estuvieran dando a los clientes el mejor trato.

El viernes, dos confusiones de habitación habían creado un pequeño tumulto en la recepción, pero él restó importancia al hecho. También habían tenido problemas con una señora que no entendía que su perro sí pudiera alojarse en el hotel, pero no en las habitaciones, sino en la zona destinada a los animales.

—Pero eso no lo dice en la web. Ponía claramente que se admitían mascotas en este hotel, por eso lo elegí —reclamó la mujer, acariciando a su pequeño perro, al que cargaba en los brazos y al que había vestido con una camiseta. El pobre animalito se tenía que estar asando con el calor que hacía ese día.

—Sí, claro que dice que aceptamos mascotas —le replicó Lara—, pero no pueden quedarse en las habitaciones. Eso es lo que dice la web.

Abrió la página en el ordenador para mostrárselo y, cuando llegó donde se hacía la advertencia, vio que esas palabras habían desaparecido. En su lugar había un dibujo de un ramo de uvas que ella no recordaba haber puesto allí.

Fue entonces cuando se dio cuenta de que algo muy grave estaba sucediendo.

No solo fallaba el programa de gestión, sino que alguien más estaba metiendo mano en la página web del monasterio. Aquello tenía una intencionalidad, no era que tuviera un error, sino que alguien se estaba encargando de que los hubiera.

Los bombones en mal estado, las ovejas sueltas el día de la inauguración que se comieron las viñas, ya no le parecían hechos aislados y casuales, sino parte de un boicot para que el hotel no funcionara. Uno pequeño, sutil, pero que estaba causando estragos en su bienestar emocional y, quién sabía, también pudiera acabar por echar al traste su inversión y su sueño.

Si las cosas continuaban así, era más que posible que en algún momento les llegase la temida reclamación o la mala prensa que estaba intentando evitar.

—Disculpe, ha sido un error. Pedí que lo pusieran en la web y se olvidaron, así que lleva usted razón —le dijo a la señora.

Miró a la mascota, un perro de apenas kilo y medio que poco desastre podía montar dentro del hotel.

—No se preocupe, puede tenerlo dentro siempre que no lo deje suelto por los pasillos. Hay niños que se pueden asustar.

—Es un perro muy tranquilo y le gustan los niños, pero no se preocupe, lo llevaré atado.

Lara compensó a la señora con un paseo gratuito a caballo y con una cata de vinos en la siguiente visita a cargo de Piero.

Cuando la mujer se marchó, Lara estaba muy nerviosa. No se acostumbraba a tanto desastre y, además, necesitaba pensar en quién podría tener interés en que aquello no fuera bien. No se imaginaba a ningún miembro de la familia de Carmen saboteándola, todos habían encontrado trabajo gracias al monasterio.

Sus padres mucho menos.

Solo quedaban dos personas: Piero y David.

Piero había mostrado su disconformidad desde el primer instante, pero le costaba creer que hubiera sido capaz de soltar él las ovejas para que se comieran las viñas que tanto amaba. Y, además, sabía que los ordenadores no se le daban bien, así que descartaba que fuera quien estaba alterando el programa de gestión.

Miró a David, que en ese momento le restaba importancia al incidente con la señora del perro.

—No te preocupes —le dijo—, estas cosas pasan al principio, no todo sale bien a la primera.

—Pero es que son cosas que estaban en la web y han desaparecido, y el programa funcionaba perfectamente. No entiendo qué está pasando.

—Ya lo encontrarás, de momento este fin de semana nos apañamos con la libreta.

—Habrá que hacer eso, sí.

Lara siguió pensando durante el resto de la jornada en David como sospechoso. El día que escaparon las ovejas lo pasó con ella, lo recordaba porque le había sido imposible olvidar su beso, y siempre que el programa fallaba él no estaba en recepción. No podía estar haciendo algo mal con el ordenador. De lo único que no estaba segura era de que él pudiera haber sido quien puso la cesta de bombones. Había pasado tiempo a solas en la recepción, pero no tenía por qué dudar de él si lo demás no parecía tener relación con su persona. Le había dicho que no sabía nada de los bombones y ella le creyó.

Quiso centrarse en trabajar aquel día y salvar el fin de semana que acababa de empezar.

Sin embargo, cuando llegó el sábado por la mañana, la libreta de las reservas había desaparecido, y el caos se multiplicó por diez mil.

Y estaba segura de que no había sido David, lo vio marcharse en coche a última hora de la tarde y la libreta continuaba en su sitio. Cierto era que ella se marchó justo después y ya no volvió hasta por la mañana, pero seguía pensando que Juanjo, que era quien cerraba el hotel, no podía tener interés en que fallase. 

Amor en el viñedoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora