CAPÍTULO 12 PARTE 1

82 7 1
                                    


Las siguientes semanas, cada uno se dedicó con empeño a las labores que tenía encomendadas en el complejo. Carmen y Berta, junto con Paola, mantenían el hotel impoluto, ayudadas solo puntualmente por Lara cuando los fines de semana las habitaciones se llenaban y el trabajo había que sacarlo con celeridad. Arturo y Juanjo se ocupaban de la cocina y Miguelín seguía al frente de las mesas del restaurante, aunque habían tenido que contratar un par de camareros extra que solo acudían los sábados y domingos, cuando el monasterio estaba a rebosar de clientes.

También Arturo y Gonzalo tenían mucho trabajo, más del que Lara había calculado. Los animales no eran como las máquinas, a las que se aparta y se guarda cuando no son necesarias. Aunque los clientes no los demandasen, aunque el hotel estuviera desocupado, ellos seguían necesitando comida, agua y cuidados que abuelo y nieto les proporcionaban. Piero y Berta también ayudaban con ellos, intentando que ninguno acabase sobrepasado por el exceso de tarea.

A nadie, en aquellos días, le sobraba mucho tiempo.

A nadie, salvo a David.

En cuanto cumplía sus ocho horas, abandonaba el hotel, intentando convencer a Lara de que hiciera lo mismo y le acompañara. Tentaba sus deseos constantemente y, aunque la oferta era deliciosa, Lara no podía ceder. Para ella, sacar adelante el hotel era cumplir un sueño. Por ello se zafaba de sus invitaciones, aunque después, cuando estaba sola en su cuarto en la casa de sus padres, se arrepintiera de no darse un respiro. Sabía que se sentía atraída por David y que en cierto modo los planes que le ofrecía eran demasiado tentadores para estar rechazándolos una vez tras otra, pero su responsabilidad frenaba cualquier impulso.

Para que estuvieran un poco más descansados, habían decidido que Juanjo cocinase para todos a diario. Además, era una buena manera de testar menús, de saber qué platos gustaban más, cuáles salían rentables y cuáles no.

—Juanjo, como sigas haciendo estos postres tan divinos no podré volver a ponerme mi ropa —dijo Paola—. Voy a tener que ir siempre vestida con el uniforme del hotel... que también voy a tener que cambiar.

—No seas exagerada. ¿Te gusta más la sopa de cereza con helado o la panacota de vainilla? —le preguntó él.

—Prefiero que a nosotros nos pongas verduras.

—¿De postre?

—En general.

Todos soltaron una carcajada. Los postres eran la debilidad de Paola y no se conformaba con probarlos o con comer uno solo, sino que acababa siempre con los dos que preparaba Juanjo, y eso, dos veces al día, estaba poniendo en peligro su silueta.

—No tienes por qué comértelo todo, cariño —dijo Luis.

—¡Pero es que están tan ricos!

—Mamá, tú solo dile el que más te gusta a Juanjo para que lo pongamos en la carta.

—Uf... —resopló—, todavía no me ha disgustado ninguno. Solo me disgustan sus calorías.

El grupo discutió el menú de ese día. Decidieron que las judías verdes no las iban a poner de momento y se quedaban la panacota de vainilla, aunque valorarían hacer en temporada la sopa de cereza.

Todos fueron dando su opinión, menos David.

A él parecía que lo único que le interesaba del hotel era Lara, a la que dedicaba sonrisas y palabras cómplices, pero prácticamente no se relacionaba con nadie más y tampoco opinaba sobre las comidas. Por las noches, ni siquiera se quedaba a las cenas.

Por su parte, Piero se sentaba en el extremo más alejado de Lara, casi siempre acompañado de Berta, que no paraba de hablarle. Piero intentaba hacerle caso, pero la diferencia de edad y, sobre todo, de intereses, solo encontraba un punto en común cuando hablaban de los caballos o de las viñas. Berta se estaba convirtiendo en toda una experta a base de intentar atraer el interés del italiano. Cualquier día se podría ocupar de las visitas al viñedo con la misma eficiencia que él.

A quien sí prestaba atención Piero era a Lara, y esta, de vez en cuando, se daba cuenta de que él no dejaba de mirarla. No se sentía incómoda, sino más bien inquieta. No podía dejar de pensar que, desde que ella había vuelto, algo extraño dirigía su comportamiento. Al principio sospechó que era el hotel, lo poco que le gustaba que la explotación vinícola se hubiera convertido en un lugar turístico, pero había acabado aceptando hacer de cicerone en las visitas guiadas y, aunque él mismo estuviera sorprendido, le gustaba.

Había algo más en Piero que Lara debía averiguar.


SI TE GUSTA, SE AGRADECE UN LIKE.

Amor en el viñedoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora