CAPÍTULO 25

83 6 1
                                    


Piero abrió el maletero del coche de David y allí se encontró a José, el vecino con el que no se llevaban demasiado bien. Estaba atado de pies y manos y tenía un trapo metido en la boca, también atado para que no pudiera gritar. El italiano lo sacó del coche y le quitó las cuerdas.

El trapo de la boca se lo sacó él solo.

Boqueó hasta que recuperó el aliento.

—¿Estás bien? —le preguntó Piero, asustado.

Una cosa era que tuvieran diferencias por el viñedo, pero José no era mala gente y Piero tampoco le deseaba el mal a nadie. Cuando habían tenido algún problema con el tractor, por ejemplo, se lo había prestado. Solo hacía un tiempo que se comportaba de manera extraña. José asintió con la cabeza ante la pregunta del italiano, antes de encontrar aire para hablar.

—¿Podemos irnos de aquí? —preguntó el vecino.

El italiano miró al recepcionista, que estaba inconsciente en el suelo y decidió que no era sensato dejarlo así. Podría despertarse y marcharse en cualquier momento y necesitaba que le explicase qué había pasado aquella noche en el Monasterio de las Viñas.

Ni loco iba a dejar que desapareciera.

Le pidió ayuda a José para atarlo y juntos lo metieron en el maletero de su propio todoterreno. Cuando Piero fue a cerrar las puertas del coche para que no se pudiera escapar, vio un ordenador portátil en el asiento del copiloto y, a su lado, las carpetas en las que Piero había preparado las visitas por el viñedo con Lara. Debía de habérselas llevado de su casa.

¿Para qué las quería?

Decidió no preocuparse en ese momento, era más importante regresar al hotel y buscar la ayuda de la Guardia Civil para decirles que el recepcionista había encerrado al vecino y que él había hecho lo propio con el recepcionista. Esperó que no se perdieran en el trabalenguas de la afirmación. Cerró el coche y se metió la llave en el bolsillo.

—¿Habéis encontrado a Lara? —le preguntó José, en cuanto se subieron en la furgoneta de Piero. Este asintió—. Menos mal, ¿está bien?

—Se la han llevado inconsciente a Valladolid.

—Espero que se recupere, no me voy a perdonar esto si no se pone bien —dijo José, llevándose las manos a la cara.

De camino al Monasterio, Piero le pidió a José que le contase qué era lo que había pasado. Él suspiró y le dijo que prefería hacerlo solo una vez, cuando avisaran a las autoridades, porque no pensaba repetir la historia muchas veces.

Quería olvidarse de las últimas horas cuanto antes y recrearlas no es que fuera a ayudar.

Una vez en el Monasterio, se reunieron con la familia de Juanjo en la biblioteca mientras llegaban los guardias. Todos estaban muy nerviosos esos días, así que Carmen propuso que se tomaran unas infusiones relajantes mientras se presentaban allí los agentes del orden.

Cuando se presentó la Guardia Civil y les explicaron las circunstancias en las que Piero había encontrado a José, este empezó a contar lo que le había pasado hasta acabar en el maletero del todoterreno.

—Ese tipo, David, es informático, estudió lo mismo que Lara —dijo el vecino, para iniciar el relato—. Lo sé, porque me lo contó él mismo.

—¿Y eso qué importa? —preguntó Gonzalo.

—Mucho, porque está convencido de que era él quien tenía que haber desarrollado la aplicación por la que Lara se hizo millonaria.

—¿Por qué? —preguntó uno de los guardias.

Amor en el viñedoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora