CAPÍTULO 17

75 5 1
                                    


Piero no entendía que se quisiera marchar después de lo que acababan de compartir. Empezó a temerse que solo hubiera sido para ella un desahogo. Que todos los años que había estado esperándola al final habían dado un fruto demasiado efímero: unos minutos juntos que le habían sabido a muy poco.

La miro con una infinita tristeza en su mirada.

La paciencia en las viñas al final daba sus frutos, el vino que maduraba mucho tiempo en la bodega al final era magnífico, y quizá eso que habían compartido lo había sido, pero no había tenido la prudencia de beberlo poco a poco. Se había emborrachado de ella, olvidando por culpa del deseo contenido que el alcohol no calma la sed, solo nos llena de euforia

Lara intuyó sus pensamientos, era imposible no leerlos mirándolo a los ojos.

—Ahora vuelvo, solo tengo que dejar terminadas algunas cosas en recepción —le dijo, posando la palma de su mano en la mejilla de Piero.

Él la besó y en ese beso se le escapó el alivio que sintió al escucharla.

—Te prometo que no será más de media hora —susurró sobre sus labios, y sonó a promesa.

—¿De verdad?

—De verdad. Y me quedaré contigo hasta mañana. Esto hay que repetirlo.

—Te voy a estar esperando ansioso.

La besó de nuevo y Lara estuvo a punto de ceder y quedarse. Su cuerpo no parecía haberse saciado de Piero, quería más. Quería volver a sentirlo dentro y llenarse de él. Pero no podía, tenía que averiguar qué era lo que estaba pasando en el hotel primero, o al menos dejarlo todo recogido. Si no, sabía que acabaría despistándose.

Y era lo que menos quería ahora que había logrado dar un paso hacia él no lo iba a perder.

Lara se vistió y dejó la casa de Piero a bordo de su coche. Él se entretuvo en recoger la ropa que había dejado tirada y adecentó la casa mínimamente. En realidad, ordenando los cojines y recogiendo los platos del lavavajillas solo pretendía que el tiempo pasara más rápido hasta que ella volviera.

Cuando ya había pasado más de media hora, se asomó a la puerta de la cabaña. La luz del Monasterio estaba apagada y se veían en el camino los faros de un coche apuntando en la dirección de su casa. Se apoyó en el quicio de la puerta y se cruzó de brazos a esperar. Desde aquella distancia y con la oscuridad reinante no reconocía el modelo de coche, pero sabía que los leds de los faros del Audi de Lara tenían una forma particular y esa sí podía distinguirla. Se dijo que no tardaría mucho en llegar.

Medio minuto después, se dio cuenta de que el coche no se movía. Permanecía estancado en el mismo lugar del camino. Piero descruzó los brazos y aguzó la vista, por si estaba equivocado, pero no. Estaba seguro de que aquel vehículo no se movía. Era el coche de Lara, de eso estaba convencido. Piero salió corriendo hacia las luces sin pensar en que apenas veía por dónde pisaba. Conocía el camino, pero no pudo evitar dar algunos tropezones, mientras el corazón le latía violento en el pecho, no solo por el esfuerzo de la carrera, sino por la alerta que de pronto se había despertado en él.

No podía ser nada bueno que el coche de Lara estuviera parado allí a esas horas de la noche.

¡No tenía que haberla dejado marchar! ¡No debería haberse quedado tan tranquilo esperando a Lara después de que le contase las cosas tan extrañas que estaban sucediendo!

Cuando llegó a la altura del coche lo encontró en medio del sendero, con la puerta del conductor abierta. De ella, no había ni rastro en el interior. Dio vueltas alrededor del coche y al no verla, asustado la llamó, pero no respondió a sus voces

—¡Lara! ¡Lara! ¿Dónde estás?

Repitió su nombre montones de veces mientras trataba de inspeccionar las cunetas, que se resistían a mostrarse, envueltas en la oscuridad de aquella noche.

—¿Dónde te has metido? ¡Maldita sea!

Con el corazón en un puño, decidió ir hasta su casa para que Luis le acompañase a buscarla con una linterna. De manera inconsciente empujó la puerta del coche para cerrarla y, al hacerlo, notó cierta humedad en la mano.

Se quedó congelado cuando se acercó a la luz que desprendían los faros, se miró la mano y comprobó que era sangre.

El aire dudo un momento sobre el camino que debía recorrer para llegar a sus pulmones. ¿Dónde estaba Lara? ¿Qué le había sucedido? ¿Por qué había sangre? Piero no era un hombre que se asustase con facilidad, pero esta vez sí lo estaba. Las piernas le temblaban y tuvo que obligarse respirar para a mantener la serenidad.


SI TE ESTÁ GUSTANDO, DALE A LIKE Y COMPARTE.

Amor en el viñedoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora