Esto es lo que se te pasa por la mente cuando tu padre, tu propia sangre, te grita en la cara que deberías haber sido tú quien muriera.
Crees que toda esta pelea que están teniendo es una fabricación de tu patético y frágil subconsciente.
Obligas a tu mente a pensar con claridad y no entrar en pánico porque eres consciente de que no ha usado exactamente esas palabras: ojalá-te-hubieras-muerto-tú-y-no-Caleb...
Lamentablemente, todavía entiendes lo que quiere decir con una claridad cristalina.
Miras su rostro enojado y encuentras la decepción grabada en sus rasgos endurecidos.
No puedes borrar de tus neuronas el hecho de que no solo te culpa por la muerte de Caleb, sino que también desea que hayas sido tú quien muriera.
Intentas desenfocar tu visión para que él pueda desvanecerse junto con su absoluto disgusto por ti. No puedes sentir tu cuerpo cuando los gritos se desatan.
Te levantas de ti mismo, sin corazón, sin ningún lugar al que llamar hogar, sin ningún lugar para ser visto... Al igual que Caleb, quieres ir a dormir y no despertar nunca.
Te divides en el niño que creías que eras para él y el niño que eres ahora a sus ojos.
Desarrollas un mantra. Lo repites hasta que se te seca la garganta y cuando ya no puedes usar la voz; lo guardas en tu cabeza: esto no puede estar pasando, esto no puede estar pasando, esto no puede estar pasando.
Lo susurras una y otra vez, ahogándote con estas palabras silenciosas mientras las enroscas alrededor de tu lengua seca.
Al final del pasillo, a la izquierda, tu madre es un desastre acuoso. No tiene ninguna posibilidad contra el poderoso tifón en el que se ha convertido tu padre. El aire a tu alrededor se siente estancado, asfixiante y surrealista.
Sonidos que no están ahí obstruyen tus oídos, su tono demoníaco envuelve tus tímpanos, sin tomar prisioneros. Olores podridos que posiblemente no podrían provenir del interior de su casa llenan tus fosas nasales.
No hay escapatoria. No hay puerto seguro.
Estás navegando en un mar de sudor, en una noche tormentosa. Tu familia ya no parece tan familiar. Eres diminuto ahora. Un insecto atrapado en un frasco de vidrio contaminado, viendo cómo todo se va al diablo y esperando que puedas desaparecer, disolverte, desintegrarte.
En algún momento de la interminable pelea, dejas la casa atrás, con la puerta abierta.
Mientras corres, cegado por este dolor monstruoso, captas el sonido de los sollozos de tu madre, cada vez más fuertes, mientras inundan el mostrador de la cocina con lágrimas tóxicas. Eres un átomo que se parte, una fisura humana, cosas que ni siquiera sabes cómo nombrar empiezan a arrastrarse dentro de tu alma.
La orilla.
La costa de Rockaway está llamando.
Entonces, respondes, pero solo después de una breve parada en la licorería.
Las olas están ahí, y habiendo sido olas durante tanto tiempo, están aburridas, quieren compañía.
Todo se viene abajo, el efecto venenoso del licor Jägermeister que elegiste sabiendo que te destruiría, está tomando la iniciativa. Una sonrisa enfermiza se dibuja en tu rostro. El pánico está en camino... en cualquier momento.
tic-tac-tic-tac-mejor-ve-tic-tac
Crees que ya no tienes una identidad. Ruedas por la arena, sin voz, sin propósito.
Entonces, escuchas otra voz oscura que dice: Déjame entrar, Noah Riley. Deja que todo termine.
Este monstruo está golpeando tu tarro de cristal.
tap-tap-tap-hora-de-irse-tap-tap
Así que lo dejas, y el vacío se convierte en olas, que ahora arañan tu cintura.
—Únete a nosotros, conviértete en el mar. Caleb está aquí, ¿no puedes oírlo? —gritan las olas.
—Creo que si me esfuerzo mucho, puedo —les respondes, tus palabras se mezclan con un líquido salado.
—Buen chico —te dicen ahora debajo de las axilas. Están orgullosas de ti, no como tu padre. Ellas te quieren. Sacudes la cabeza con tristeza y dicen —Es triste. Todo este lío. ¿Por qué no haces algo al respecto, Noah?
—¿Yo? —Una de las olas golpea tu pecho, justo encima de tus clavículas.
—Sí, tú Noah. ¿Qué diablos estás esperando? Las cosas no mejorarán, no lo harán.
Te das cuenta de que las olas se están poniendo feroces ahora, envolviendo tu garganta en un fuerte abrazo. Intentas decirles que no sean así, pero se te meten en la boca y exploran tus cavidades, encontrándote adecuado para su gran fiesta de despedida. Empiezas a ahogarte de verdad ahora, te alejas, pero las olas te tienen agarrado; sus húmedos y retorcidos dedos arañando tus pulmones.
¿Es esto lo que sintió Caleb al morir? Crees que puedes oírlo jadeando por aire. Las olas te mintieron.
Empujar-manos-hacia-arriba-empujar-manos-hundirse
Quieres decirles a las olas lo inútil que fuiste al tratar de despertarlo, pero ellas ya lo saben. El agua dentro de ti lo ve todo, lo juzga todo.
empujar-con-más-fuerza-empujar-manos-hundirse-más-profundo
Deseaste que se quedara, pero se te escapó. Caleb se alejó y no pudiste salvarlo.
—Mírate, Noah —te dicen las olas —¿ves lo desesperanzado y estúpido que eres?
Tienen razón. Por supuesto, deberían llevarte. Sí. Por supuesto. Ellas deberían.
Entonces las dejas hacer contigo lo que les plazca, con un torbellino de dolorosos recuerdos a tu lado.
¿es-mejor-así-?-es-mejor-así-?-es-mejor-así-?
Pero ahora, otro chico está aquí.
Él no es Caleb.
Sus manos luchan contra la vorágine.
Sus dedos se cierran alrededor de tu cuerpo.
Antes de que pierdas el conocimiento te das cuenta de que quiere sacarte del agua.
Al final, te quedas.
ESTÁS LEYENDO
Dueles Tan Bien (ChicoxChico)
Novela JuvenilNoah Riley, de diecinueve años, se despierta desorientado, empapado hasta los huesos y solo en las costas de Rockaway Beach, Brooklyn. Después de una petaca de licor Jägermeister, bastante autodesprecio, y muchas malas decisiones borrachas, no tiene...