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Val

—¡Una stripper! —Hago una pausa e insisto—. ¡Una stripper!

Ivana se contiene para no estallar en carcajadas y mortificarme más de lo que ya lo estoy.

—Solo se desnuda por dinero —replica, conciliadora, aunque sé que eso no es lo que está pensando—. No es como si se prosti...

—No te atrevas a decirlo—la interrumpo, muy seria.

Me levanto del banco en el que nos hemos sentado para bebernos el café, y paseo arriba y abajo por la acera.

—Eres una yupi fresa Val —prosigue—. Tómatelo como una aventura que podrás contarle a tus nietos.

Detengo mi ir y venir y le lanzo una mirada envenenada.

—No creo que sea la típica historia que se cuenta en las reuniones familiares.

—Tendrías que venir a cenar a mi casa en Navidad.

No estoy segura de que esté bromeando; su familia siempre ha sido bastante excéntrica. Tira de mí y me obliga a sentarme.

—Me estás poniendo nerviosa. —Se enciende un cigarro y le da un par de caladas antes de continuar—. Olvídalo, ¿quieres? Tan solo fue un buen polvo Valentina.

—¡No! ¡Me acosté con ella! —exclamo demasiado alto, consiguiendo que dos estudiantes vuelvan la cabeza para mirarnos.

Casi había olvidado que estábamos en el campus y no sentadas en el sofá de Ivana, mi refugio en los últimos días. Haberme instalado en su casa tras mi estampida del departamento de Sandra y no volver a casa con mis papás es solo una solución temporal, pero ahora mismo representa el único lugar en el que me siento cómoda.

—No te martirices. Lo hecho, hecho está —afirma, y una sonrisita maliciosa tironea de las comisuras de sus labios—. Por lo que me has contado, no es que te lo pasaras mal.

Enrojezco al recordar mi comportamiento de la otra noche. No tenía que haber bebido tanto. Estoy convencida de que fue el alcohol el que me empujó a cometer semejante desliz. -¡Se lo puse en bandeja! Me ofrecí a esa tipa y ni siquiera accedí a que me dijera su nombre.

«Y ella agradeció tu nulo interés regalándote el mejor orgasmo de tu vida».

Suspiro.

—Sigues pensando en ella, ¿no? —inquiere mi amiga, demasiado divertida por la situación para mi gusto—. Pues sí que olvidaste rápido a Sandra en favor de a señorita dedos mágicos.

«Sandra», pienso para mí, sabiendo que antes de que acabe el día es inevitable que tenga que verla.

—¿Dedos mágicos? —repongo, decidida a no pensar en la traición de mi ex hasta que no me quede más remedio que hacerle frente.

—Me pregunto que será capaz de hacer con su cuerpo.

—¡Ivana!

—¡¿Qué?! —Se ríe—. Como si tú no lo hubieras pensado.

Lo he pensado en más ocasiones de las que debería, para haber transcurrido menos de cuarenta y ocho horas de nuestro fugaz encuentro.

—Pues no.

—Mentirosa.

—Eres tan irritante. —Miro el reloj y me pongo en pie.

Tengo una clase en menos de una hora y me gustaría pasar antes por la biblioteca a recoger un libro.

—Me adoras —replica ella, con una sonrisa de oreja a oreja.

Apura el café que tiene entre las manos y, tras arrugar el vaso de plástico, lo lanza a la papelera. Encesta a la primera y se pone a dar saltitos a mi alrededor mientras eleva los brazos contra el cielo en señal de victoria.

Lleva razón: la adoro. Es la única persona en la que sé que puedo confiar de forma ciega. Ha sido la encargada de recoger los pedazos de mi corazón desde siempre, y yo le he devuelto el favor en más ocasiones de las que puedo recordar. Ella es la impulsiva, apasionada y extrovertida; yo, la cauta y sensata, e incluso tímida. Después de tantos años de amistad empiezo a creer que me debe haber contagiado parte de su locura, visto lo que ha sucedido con "dedos mágicos". Tal vez por ósmosis o algo por el estilo.

—Creo que me marcho a practicar con Jacob esa cosita de los dedos.

—Ivana, por Dios —lloriqueo, pero no puedo evitar sonreír.

Me da un abrazo y susurra una nueva obscenidad junto a mi oído, consiguiendo que me ruborice de nuevo.

Sí, Ivana es única en su especie, y yo soy afortunada de poder contar con su apoyo.

—Dale recuerdos a Sandra de mi parte —comenta mientras se aleja. A continuación, me muestra el dedo del medio para dejar claro lo que piensa de mi ex.

—Lo haré —le grito—. Justo después de prender fuego a su despacho.

Juls

Aparco la moto en el lugar habitual, justo frente a la entrada del edificio, y me tomo mi tiempo para descender de ella. Inspiro hondo bajo el casco, echo un vistazo alrededor y no puedo evitar sonreír. Llegar hasta aquí ha supuesto el único logro reseñable de mi vida, y no me refiero a cubrir los pocos kilómetros que separan mi casa del campus de la universidad. Esta es mi otra vida, esa que El Tigre destrozaría de buen gusto con tan solo una llamada informando de los ingresos dudosos que él mismo me paga y que, de ser conocidos por el comité de becas, harían no solo que me retiraran la asignación que cubre los gastos de la matrícula, sino que me obligarían a devolver cada centavo que he recibido en los últimos dos años.

Un par de compañeras de clase pasan a mi lado y me sonríen sin timidez. Tengo un vago recuerdo de una de ellas retorciéndose de placer en el asiento trasero de mi viejo Jeep, pero soy incapaz de recordar cómo se llama. Los rostros, los nombres, sus cuerpos... y mis excusas. Hace tiempo que se han convertido en algo sin importancia, una forma más de pasar el rato mientras consigo graduarme y marcharme de esta ciudad de una vez por todas. Empezar de cero.

Les devuelvo el saludo con la cabeza, sin quitarme el casco, y ellas prosiguen su camino. Me agacho para asegurar el candado de la moto, la única de mis posesiones por la que guardo un profundo afecto, pero me detengo cuando un par de piernas entran en mi campo de visión. Unas piernas estilizadas y laaaargas que no me cuesta reconocer.

Ese nombre sí que lo recuerdo.

«Val».

Alzo la vista para contemplar sin pudor el resto de su cuerpo, escudada por la protección del casco, pero ella abandona la acera y se interna en el camino de acceso al edificio donde se imparten la mayoría de las clases a las que asisto. Tampoco es que me queje por tener la oportunidad de recrearme con su trasero, pequeño pero respingón. Una falda de tubo de color beige le cubre desde la cintura hasta las rodillas. El sensual contoneo de sus caderas mientras se aleja evoca en mi mente otro tipo de movimientos, más sucios y aún más excitantes, y no me queda más remedio que sonreír.

No creo en el destino ni en esas idioteces de las señales, pero, mirándola, no puedo evitar pensar en que encontrarme de nuevo con ella resulta un más que bienvenido milagro. A decir verdad, lo que en realidad será un milagro es que no consiga meter a esa chica en mi cama. Se me escapa una carcajada al darme cuenta de que ha vuelto a conseguir que me excite sin ni siquiera mirarme. No es algo que una chica logre sin proponérselo, pero empiezo a pensar que ella no es una chica cualquiera.

Cierro el candado a toda prisa y echo a correr tras ella. El lunes acaba de convertirse en el día preferido de la semana.

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